Un siglo de armas químicas

La advertencia de la Organización Mundial de la Salud sobre posibles atentados bio-terroristas ha renovado el temor a las armas químicas y biológicas.
La utilización de estas armas ha sido prioridad -en la mayoría de los casos- de estados que se encontraban en guerra.
Las armas químicas fueron utilizadas a gran escala durante la Primera Guerra Mundial, luego de su introducción en el conflicto por parte de las fuerzas alemanas en 1915.
Hacia el fin de la guerra, este armamento ya había sido usado también por británicos y los franceses. Alrededor de 100 mil personas murieron y más de un millón fueron afectadas por ataques gaseosos.
Los 17 tipos de gas utilizados en la guera entraban en tres categoría distintas.
Agentes lacrimógenos, similares al gas lacrimógeno usado actualmente como defensa personal y para dispersar multitudes.
Agentes asfixiantes, concebidos para sofocar al enemigo.
Agentes abrasivos, como el gas mostaza, que quema la piel, los pulmones y los ojos. Sus objetivos eran incapacitar más que matar, sobrecargar los centros médicos del enemigo.
Las armas químicas de esos años no eran muy confiables. La primera vez que las tropas británicas las utilizaron, en septiembre de 1915, el viento les devolvió el gas a los mismos soldados que lo habían rociado.
Esta primera experiencia no se olvidó fácilmente y la mayoría de los ataques con armas químicas que se llevaron a cabo después se realizaron desde aviones, más que con andanadas de artillería.
Fuera de la ley
El Protocolo de Ginebra decretó ilegal este armamento en 1925, pero eso no detuvo a las principales potencias.
España e Italia lo utilizaron en sus campañas en el norte de África. Los españoles en Marruecos entre 1923 y 1926 y los italianos en Etiopía entre 1935 y 1940.
Más de 100.000 murieron en la Primera Guerra Mundial por las armas químicas.
Los soviéticos utilizaron gas mostaza durante la Segunda Guerra Mundial en China, país que también fue «rociado» con químicos por las tropas japonesas.
Los alemanes utilizaron gases venenosos en los campos de concentración y científicos nazis desarrollaron lo que se denominó Agentes Nerviosos, mil veces más letales que los abrasivos y los asfixiantes. El mundo llegaría a conocerlos bajo nombres como sarin, taun, soman y otros.
Hitler conocía bien los gases tóxicos, al fin y al cabo los británicos lo habían rociado con ellos en 1918 cuando era sargento del ejército del Kaiser.
Tras la Segunda Guerra
Dos de los principales protagonistas de la segunda mitad del siglo XX utilizaron armas químicas en las últimas décadas del 1900.
Estados Unidos usó el Agente Naranja en la guerra de Vietman, un químico desfoliante que demostró sus efectos nocivos tanto en la gente como en la vegetación que tenía que arrasar.
La hipótesis de un ataque tóxico nunca ha desaparecido.
Pero la «estrella» de ese conflicto fue el Napalm, un compuesto de gasolina, benzol y poliestireno, utilizado en bombas incendiarias, cuyos efectos han perdurado muchos años después de la guerra.
Irak, bajo el gobierno de Saddam Hussein, utilizó armas químicas por duplicado: contra Irán entre 1980 y 1988 y, en su propio territorio, contra los kurdos iraquíes entre 1987 y 1988.
En la Guerra del Golfo, que enfrentó a ambos países, soldados estadounidenses afirman que se vieron expuestos a armas biológicas debido a diferentes males que sufrieron luego del conflicto.
Aunque no se ha probado, el Síndrome de la Guerra del Golfo ha dejado una estela de dudas.
Estados Unidos ha acusado reiteradamente a Irak de desarrollar armas químicas y biológicas. Los inspectores de las Naciones Unidas que viajaron a ese país después de la guerra de 1991 encontraron algunos laboratorios que trabajaban en este armamento.
Los nuevos dueños
En 1975 se firmó un tratado internacional en contra de armas biológicas y en 1993 ocurrió lo mismo con el armamento químico.
Con los gobiernos alentando a que no se utilice estas armas, la preocupación se desplazó hacia los grupos radicales.
Las armas tóxicas exigen mayores cuidados que el armamento tradicional.
Cuando en la mañana del 20 de marzo de 1995 los japoneses se despertaron con la noticia de que gas nervioso había sido rociado en el metro de Tokio, con un saldo de 12 muertos y miles de heridos, los temores se volvieron realidad.
No obstante, los analistas militares consideran que no cualquier grupo extremista puede manejar y rociar un agente químico, debido a la cantidad de instalaciones y condiciones particulares necesarias para garantizar la seguridad.
¿Quién podría hacerlo? Éste es el interrogante que quita el sueño a los servicios de inteligencia del mundo.

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