El proceso de globalización económica mundial se ha convertido en los últimos quince años en el marco de referencia obligado para contextualizar todos los fenómenos nacionales e internacionales (aún el propio fin de la guerra fría), al grado de que en los ámbitos universitarios de la gran mayoría de los países, incluido México, se han priorizado los estudios internacionales, pasando a primer orden los temas que, en el léxico académico, son considerados como de «baja política» (low politics), referidos a aspectos comerciales y financieros, y relegando a un segundo orden los temas de «alta política» (high politics), vinculados a cuestiones estratégicas, de seguridad y de correlación de fuerzas internacionales político–militares.
Sin embargo, ante la coyuntura de crisis internacional que estamos viviendo desde los atentados terroristas del pasado 11 de septiembre y la respuesta militar de Estados Unidos sobre Afganistán a partir del 7 de octubre, se han vuelto a reposicionar, de manera súbita, los temas de «alta política» sobre los de «baja política», despertando un renovado interés de la opinión pública nacional y mundial sobre los problemas de la guerra y la paz y, consecuentemente, de todos los aspectos que tengan que ver con la seguridad internacional, en general, y el armamentismo, en particular.
En este marco, el tema de la economía de guerra y gastos militares mundiales es clave para comprender uno de los principales obstáculos para la paz. De hecho, cuando se aborda el análisis de estos gastos, nos adentramos en un fenómeno político–económico de gran trascendencia en las relaciones de poder en el mundo, así como y en el ámbito de los intereses creados en torno a los complejos militares industriales de los Estados, especialmente los de las grandes potencias.
Para apreciar en su real dimensión los exorbitantes montos de dinero y recursos destinados a los gastos militares mundiales, que parecen ubicarnos más en un escenario de ficción que de la realidad misma, hemos seleccionado ocho variables, con el apoyo estadístico del Anuario 2001 del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, una de las fuentes más confiables sobre indicadores militares. Las variables son las siguientes:
– Tendencia histórica del gasto militar mundial 1991-2000. El promedio anual fue de 766 mil 200 millones de dólares, con un gasto acumulado en el periodo de 7 billones 660 mil millones de dólares.
Estos montos demuestran que a pesar del fin de la Guerra Fría, se mantuvo un gasto constante durante toda la década pasada, lo que revela los grandes intereses económicos que se articulan en torno a la industria de la guerra. Si se hubiera destinado en el periodo sólo 5% de este gasto para implementar un programa ali-mentario en los países pobres del mundo, se hubiera podido erradicar a finales del siglo XX la desnutrición en África, Asia y América Latina.
– Variación porcentual por regiones del mundo entre 1991 y 2000. El gasto total mundial declinó 11%; sin embargo, la variación por regiones no fue homogénea: mientras declinó el gasto 13% en América, 19% en Europa y 14% en el Medio Oriente, se incrementó el gasto 20% en África y 26% en Asia y Oceanía.
– Gasto militar mundial en el año 2000. Ascendió a 798 mil millones de dólares. Si dividimos esta cantidad entre los 6,100 millones de habitantes del planeta, le tocarían 130 de dólares a cada persona. Asimismo, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, el gasto militar mundial del año pasado significó 2.5% del producto mundial bruto.
– Principales países en el gasto militar mundial en el 2000. En orden de importancia, Estados Unidos ocupó con mucho el primer lugar con 37% del gasto mundial, siguiéndole Rusia 5.5%, Francia 5%, Japón 4.7%, Inglaterra 4.5%, Alemania 4.1%, Italia 3% y China 2.9%.
– Gasto en investigación y desarrollo militar. Los datos más recientes corresponden a 1998, año en que este gasto ascendió a 60 mil millones de dólares, 8.3% del gasto militar global. Siete países concentraron 88.3% del gasto total en este rubro. Destaca, obviamente, Estados Unidos con 64.6%, siguiéndole muy a la distancia los demás países: Inglaterra 6.5%, Francia 5.9%, China 2.7%, Alemania 2.6%, Rusia 2.5% y Japón 1.8%. La prioridad que le han otorgado las grandes potencias a la innovación científico–tecnológica del sector militar ha sido determinante en los cambios de la correlación de fuerzas internacionales político-militares. Estados Unidos, por ejemplo, de 1980 al año 2000 redujo 29% sus partidas presupuéstales destinadas al personal militar, mientras que las correspondientes a investigación y desarrollo las incrementó 47%.
– Comercio mundial de armas convencionales 1996-2000. Ascendió en el periodo a 104 mil 275 millones de dólares. Los cinco principales países exportadores cubrieron 84% de las ventas totales. Su participación porcentual respecto al total, fueron: Estados Unidos 47%, Rusia 15%, Francia 10%, Inglaterra 6.7% y Alemania 5.3%. Por su parte, los cinco principales países importadores fueron: Taiwán 11.7%, Arabia Saudita 8%, Turquía 5.3%, Corea del Sur 5% y China 4.9%.
– Principales empresas productoras de armamento. Los datos más recientes corresponden a 1999, ubicándose entre las diez más grandes empresas: siete estadounidenses, una inglesa y dos francesas, que en conjunto sumaron, en ese año, un total de ventas de armas por 87 mil millones de dólares.
– Gasto militar de Estados Unidos 2001. El presupuesto de defensa autorizado para el año fiscal 2001 (que abarca de octubre del 2000 a septiembre de 2001) ascendió a 305 mil 400 millones de dólares, 6.3% superior al del año 2000. Sin embargo, ante los ataques terroristas del pasado 11 de septiembre, se estima que para el año fiscal 2002 dicho presupuesto tendrá un incremento sustantivo.
Como conclusión de las ocho variables que hemos considerado, se puede constatar la relevancia y peso que mantiene Estados Unidos y su complejo militar industria en la estructura de la economía de guerra a nivel mundial. La distancia abismal, en términos de gasto militar, que existe entre Estados Unidos y cualquier otro país, confirma la tesis de la unipolaridad que rige el nuevo orden internacional en los albores del siglo XXI, así como también la tesis de que los intereses de la economía de guerra conforman el principal obstáculo para la paz mundial.