Historia del equilibrio del terror

Habiendo sido en su origen una práctica, a continuación la coexistencia competitiva se convirtió, además, en una teoría. Lo fue, en primer lugar y sobre todo, por parte de los soviéticos, pues hay que tener en cuenta que la tesis de la «contención», tal como fue definida por Kennan partía de la posibilidad de que convivieran sistemas sociales y políticos antagónicos, al menos a medio plazo. En cambio, el sistema soviético siempre se había considerado incompatible a largo plazo con el capitalismo. En las circunstancias del mundo, en torno a 1956, era posible, sin embargo, desde una óptica soviética, hacer una interpretación parcialmente distinta. Pasadas las conmociones de la desestalinización, las fronteras de los dos sistemas en Europa habían quedado definitivamente fijadas por más que subsistiera el problema de Berlín que, por lo tanto, no es nada extraño que volviera a estar sobre el tapete. En Asia, el conflicto de Corea había quedado neutralizado. Subsistía, sin embargo, la conflictividad entre las dos Chinas por lo que no tiene nada de extraño que en el verano de 1958 se reprodujeran los temores acerca de un posible intento de los comunistas de ocupar Taiwan (o las más pequeñas islas Quemoy y Matsu) o, por el contrario, los intentos de los nacionalistas de desembarcar en el continente. Sin embargo, esos momentos de crisis, en grado aún menor que en el de Berlín, no eran sino pequeños reajustes destinados a confirmar un reparto del mundo ya decidido. En cambio, en Medio Oriente y África, en especial en la del Norte pero no sólo en ella, era posible percibir una situación más cambiante y también de la que parecía que se podrían obtener más ventajas. El movimiento descolonizador, un fenómeno generalizado y aparentemente imparable, ofrecía nuevas posibilidades como incluso parecían aceptar en la práctica las propias potencias colonizadoras de antaño, temerosas del comunismo. Por el momento los soviéticos no descubrieron las contraindicaciones de intervenir en zonas tan lejanas. Kruschev mismo lanzó la tesis de la coexistencia pacífica, primero en el Congreso del PCUS en febrero de 1956 y luego en su informe al Soviet supremo en octubre de 1959. De acuerdo con sus tesis, la guerra no sería fatalmente inevitable; por más que la victoria del comunismo permaneciera como el objetivo a largo plazo, era posible la convivencia entre sistemas distintos y también era posible llegar por caminos diversos al resultado final del socialismo. El ejemplo que puso para dar prueba de ello, una vez que había restablecido las relaciones con Yugoslavia y no las había roto con China, fue el de estos dos países. Por otro lado la posición estratégica de Kruschev no se entiende sin tener en cuenta, a la vez, un optimismo revolucionario y la prosecución de dos líneas aparentemente contradictorias, de confrontación y de acuerdo. Lo primero nacía de que no se trataba de un burócrata anquilosado, como luego lo fue Breznev y de que, además, parecía tener a su favor factores objetivos. En efecto, éstos eran unos momentos en que la economía soviética todavía crecía a buen ritmo e incluso no parecían tan fantasiosas las pretensiones de alcanzar a los norteamericanos en 1980. Por otro lado, el avance soviético en materia de armamento o en la competición espacial también era evidente. Los lanzamientos del primer satélite artificial (1957) y del primer hombre al espacio (1961) demostraron la capacidad soviética en este terreno; cuando los soviéticos amenazaron a Francia y Gran Bretaña por su intervención en Suez hubo motivos para tomar en consideración sus amenazas. Todo esto explica que Kruschev no tuviera inconveniente en lanzarse a un género de competición entre sistemas a menudo tumultuoso y siempre entre provocador y lleno de confianza. Eso explica que, frente al encapsulamiento de Stalin, Kruschev iniciara una política de viajes al extranjero que le llevó a Estados Unidos en 1959, a Francia en 1960 y a Viena en 1961. Pero no se tiene que pensar que todas estas iniciativas hubieran de concluir en éxitos ni en distensión. En el fondo subsistía el inevitable juicio de la incompatibilidad radical entre los dos sistemas sociales y políticos. A lo largo de este período, por otro lado, se fue produciendo una importante matización de la estrategia occidental con respecto a la Unión Soviética. Ya hemos visto, no obstante, que la aplicación de ella que hizo Eisenhower fue más prudente que las declaraciones oficiales del secretario de Estado. De cualquier modo, con el transcurso del tiempo se fue haciendo patente que, por más que el lenguaje empleado por Dulles fuera muy amenazador -«respuesta masiva», «roll-back»- en la práctica quedaba limitado a dar respuestas asimétricas y no siempre por completo disuasorias frente a la amenaza adversaria. Las mismas alianzas elaboradas tras ímprobos esfuerzos en contra del expansionismo soviético podían agrupar a muchas naciones pero tenían una muy escasa sustancia y se demostraron volátiles. La política de Dulles, en fin, no resultaba ni imaginativa ni flexible: parecía indicar que, en cualquier caso, se habría de responder a una amenaza soviética con el ataque nuclear. Además, no parecía tener en cuenta factores de la realidad internacional cuya evidencia se imponía ya a estas alturas. Los Estados Unidos, por ejemplo, no comprendieron la división del mundo comunista que ya estaba siendo evidente y, por lo tanto, tampoco se dedicaron a fomentar sus debilidades o contradicciones. Más inconcebible es que ni siquiera comprendieran en un primer momento la aparición del Tercer Mundo. Como les sucedió a los británicos en la Segunda Guerra Mundial con la supuestamente inexpugnable Singapur, convencidos que su causa estaba por razones históricas identificada con el anticolonialismo ni siquiera pudieron concebir la posibilidad de que de este lado pudiera surgir un problema para ellos. La política estratégica seguida por Kennedy significó algún cambio importante. Como sabemos, una de las ideas básicas con las que había acudido a la elección presidencial había sido que la superioridad norteamericana se estaba viendo en peligro ante el incremento de la potencia militar soviética. Este «missile gap», que nunca fue cierto, le llevó al incremento de presupuesto y también de las armas nucleares probablemente por encima de una razonable suficiencia que resultara disuasoria para el adversario. Por otro lado, la visión de la anterior presidencia norteamericana como apática le llevó a Kennedy a prometer un mayor intervencionismo, sin escatimar los costes. Pero al hacerlo supo también introducir un importante cambio en los planteamientos estratégicos norteamericanos. Frente a la «respuesta masiva» la Administración demócrata propuso la «respuesta flexible» que suponía disponer y poder emplear un variado conjunto de armas y métodos contra el adversario. Como dijo Kennedy era necesario que su país dispusiera de más alternativas que la pura y simple humillación o la guerra nuclear. Al mismo tiempo, la Administración demócrata fue mucho más condescendiente con los países que, llegados a la independencia, se proclamaban neutrales y no tuvo inconveniente en estar dispuesta a la negociación con la URSS. «No negociemos nunca con miedo pero no tengamos nunca miedo a negociar», aseguró en una ocasión. Ambas actitudes hubieran sido inimaginables en Dulles. La cuestión acerca de la cual resultaba más perentoria la negociación era, sin duda, el arma nuclear. Lograda la bomba atómica y la de hidrógeno por los soviéticos en la época de Stalin, la capacidad de destrucción de las dos superpotencias se había incrementado considerablemente. En 1962 los Estados Unidos disponían de unos trescientos misiles intercontinentales fabricando unos cien por año, mientras que los soviéticos apenas disponían de setenta y cinco con una fabricación anual de veinticinco; aparte de ello, existía una superioridad norteamericana todavía más aplastante en lo que respecta a los bombarderos estratégicos y submarin
os atómicos. Sin embargo, con esta situación ambas potencias estaban llegando a lo que se denominó como «mutual assured destruction», es decir, a la capacidad de causar tantas bajas al adversario que no tuviera sentido tratar de emprender un conflicto. Las siglas de esta destrucción mutua asegurada, «mad», equivalían a «loco» en inglés y bien puede decirse que este significado no deja de ser una metáfora de la situación real existente. La iniciativa de abordar un posible desarme nuclear la tuvo la Unión Soviética, que en 1957-1958 propuso la desnuclearización de la Europa central. Allí su ventaja militar en armas convencionales era enorme por lo que bien puede decirse que la propuesta no pasó de ser un medio de propaganda. Desde estos años hubo negociaciones que, sin embargo, no fructificaron. Sólo después de que la crisis de los misiles soviéticos instalados en Cuba llevara al mundo al borde del holocausto nuclear hubo una posibilidad de llegar a acuerdos concretos que, de todos modos, no pasaron de ser un punto de partida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *