Probablemente no se pueda comprender la historia del Siglo XX sin tener en consideración la intensa militarización de la vida política internacional a lo largo de dicho periodo. El presente artículo quiere representar una aproximación general a la influencia real que los complejos Militar-Industriales ejercen en la actualidad sobre el desarrollo de las políticas de defensa de los diferentes estados.
La enorme importancia que a lo largo del siglo pasado han ido adquiriendo las estructuras militares, incluso en tiempos de paz, han conformado un enorme sector, lo que el presidente Dwight Eisenhower había denominado como Complejo Militar-Industrial, cuya participación, influencia, y capacidad de decisión dentro de la vida política de los estados desarrollados no a parado de aumentar hasta la actualidad. En otras épocas históricas los ejércitos se formaban cuando amenazaba el conflicto, los presupuestos militares aumentaban cuando estallaba la guerra, o existía una amenaza inminente de de la misma. En la actualidad hay siempre una estructura militar permanente; dispuesta a entrar en acción en casi cualquier momento, tentando a los dirigentes políticos para hacer recurso de la fuerza a la menor oportunidad; ante el primer indicio de crisis; sin necesidad de un tiempo de preparación que probablemente serviría también para pensarse, al menos dos veces, el camino más idóneo de actuación.
Los datos económicos son rotundos respecto al incremento de la participación y el coste del mantenimiento de las estructuras militares a lo largo del Siglo XX. Tomados a precios constantes de 1980 el coste total de todos los gastos militares de la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial y 1985 fue de 35.000 millones, 130.000 millones y 600.000 millones de dólares respectivamente[1]. Las cifras, aunque no hablan por si solas, si son bastante elocuentes. La paz, el desarme, o la simple no-proliferación de armamentos supone siempre algo temible para los fabricantes de armamento y los responsable de las fuerzas militares: corren el riesgo de quedarse sin una cantidad enorme de dinero.
En 1986, Mark Oliphant, un físico británico que había trabajado en el desarrollo de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial, contaba una visita hecha 2 años antes, junto con Neils Bohr, una de la personalidades científicas más importantes del Siglo XX, a una gran fabrica de norteamericana. Al observar que una gran parte de su actividad industrial se centraba en la producción de armamento, Bohr inquirió al presidente de la compañía; y le pregunto qué haría él si llegase el desarme y la reducción o desaparación de arsenales. La cándida respuesta del industrial fue la siguiente: “esa posibilidad me quita el sueño muchas noches” [2].
Es fácil entender que el comportamiento del sector y las estructuras asociadas a la actividad militar de muchos países no sean neutro; como debería. El fácil entender como, y de acuerdo a qué, intervienen, a veces de manera decisiva, en las políticas y decisiones concretas de los gobernantes en una dirección concreta: fomentando el militarismo y el incremento de los presupuesto militares; a través de una tupida red de intereses políticos y económicos que llega hasta el mismo corazón de las estructuras de los estados democráticos[3]. Los intereses económicos son, muchas veces, demasiado fuertes como para poder resistirse a ellos.
El complejo Militar-Industrial recurre constantemente, además, a los sentimientos más simples y menos reflexivos de la opinión pública[4], excitando sus miedos y sus reflejos nacionalistas y patrioteros, tratando de impresionarla con la amenaza del “Enemigo Exterior” al que siempre se representa como un poder amenazante y maligno, que impide o amenaza nuestro desarrollo, o está, incluso, obsesionado con destruirnos y acabar con nosotros. Así Hitler hablaba de los infla-hombres del Este, Stalin de los norteamericanos como los opresores del proletariado, Franco de las conspiraciones Judeo-Masónicas y el primer Bush de la URSS como el Imperio del Mal. Es fácil saber de que habla el segundo Bush.
Para mantener la ingente estructura económico-militar que existe en la actualidad es necesario renovar periódicamente nuestros arsenales, desarrollando constantemente nuevos y costosos sistemas de armas, sin que las necesidades reales de nuestra defensa importen mucho realmente. Lo importante es justificar el gasto, no proporcionar una defensa adecuada al clima político internacional. En la práctica el mantenimiento de unos elevados presupuesto militares no es, en realidad, una forma de garantizar la seguridad de los ciudadanos. Es una forma de desviar parte de los recursos públicos hacía una parte muy concreta del sector privado[5].
NOTAS
[1] TULLBERG, R. (1989), “Gasto militar Mundial”, en Armas y Desarme: Hallazgos del SIPRI, editado por M. Thee, Madrid, Fepri, p. 17. En la actualidad, 2002, el gasto militar mundial se situó aproximadamente en el 1.200.000 millones de dólares, merced en gran parte al notable incremento de los presupuestos de defensa de EE.UU. a raíz de la llegada al poder del segundo Bush.
[2] OLIPHANT, M (1986), Los científicos, la carrera armamentística, y el desarme, editado por J. Rotblat, Barcelona, Serbal-Unesco, p. 245.
[3] Y de cualquier otro tipo de régimen.
[4] Generalmente a través de los Media Mass, cuyo control esta asociado, en última instancia, al mismo capital que controla la producción de armamentos.
[5] Dentro del ámbito interno de los propios EE.UU., habría que analizar si unos presupuestos públicos que destinan hasta un 30% de su importe total a gasto militar, y no por ejemplo a prestaciones sociales, se guían en función de los intereses del conjunto de sus ciudadanos o ene función de otro tipo de interes.