Gustavo Sierra. ISLAS CAYMAN ENVIADO ESPECIAL.
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Kenneth Dart, el mayor acreedor privado que tiene la Argentina y el hombre que puede echar por tierra toda la operación de canje de la deuda externa, se oculta tras los cortinados de la antigua sede del West Indian Club, sobre la playa de Seven Miles, en la isla caribeña de Gran Cayman. Esa es ahora su residencia personal, el lugar que eligió para recluirse de la persecución del gobierno estadounidense por no pagar impuestos; de los banqueros brasileños a quienes les ganó malamente 800 millones de dólares; de uno de sus hermanos que lo acusa de haberle robado la herencia; de los ciudadanos de Rusia, Brasil, Turquía y Ecuador a quienes les hizo pagar el doble por los bonos de la deuda externa; y de la mafia rusa que juró venganza cuando se les quiso quedar con buena parte de los negocios posprivatizaciones.
Este miércoles es la audiencia en la Corte de Apelaciones por el embargo de 7.000 millones de dólares en bonos en default planteado por Dart en el juicio que inició contra Argentina por 725 millones de dólares más cuatro años de intereses. De la decisión del Tribunal depende la suerte definitiva del canje, que está trabado desde hace un mes. Si Argentina pierde, tendrá que apelar a la Corte Suprema estadounidense y si ésta se negara a aceptar el caso, pondría en peligro toda la recuperación económica del país.
Toda esta estrategia financiera fue planificada por Dart desde los oscuros corredores de su mansión en las Cayman. «El señor Dart no está recluido. Simplemente es un hombre que cuida mucho su privacidad», asegura su portavoz, John Papesh, un rubio de unos 30 años, camisa y corbata impecables y con sus pelos cuidadosamente desprolijos, el único dispuesto a dar la cara en el entorno de Dart en las Cayman. «Acá todos dicen que Dart es un paranoico que vive encerrado en esa mansión. Está en la isla desde hace unos 10 años y muy poca gente podría decir que lo vio personalmente», replica Desmond Seales, el director del Cayman Net News, el único diario local, y el hombre que todos señalan como «el más informado de la isla».
La sombra de Dart, un hombre de 50 años recién cumplidos, alto, delgado, con un cierto parecido al ex presidente Bill Clinton, se trasluce por entre las cortinas en el segundo piso de la residencia, un edificio de dos plantas, unos 100 metros de largo por 30 de ancho e innumerables habitaciones. Desde ahí puede observar todos los movimientos de la bahía de Seven Miles, la misma en la que desembarcó en 1666 el pirata Henry Morgan al comando de mil bucaneros. Desde entonces, estas tierras casi desérticas han dado refugio a fugitivos de todo el mundo. Y desde los años 50 se convirtió en un paraíso fiscal para que esos fugitivos no sólo estuvieran seguros sino que también pudieran tener sus caudales a recaudo.
Cuatro hombres enormes dan seguridad a Dart. Responden a un ex militar escocés que por las tardes permanece horas observando la caída del sol en el mar. La luz dorada relaja los rostros de los guardaespaldas pero acentúa el misterio que envuelve a Dart desde hace 15 años, cuando abandonó Sarasota, en el estado de Florida, después de que le quemaran la casa en la que vivía con su mujer y sus dos hijos. Dart dijo entonces que la acción había sido ordenada por su hermano mayor, Tom, que reclamaba una mayor parte de la herencia. Pero luego cambió la versión y dijo que había sido obra de matones pagados por banqueros brasileños. Finalmente la policía local dio a entender que podría haber sido una banda de la mafia rusa. Es que Dart ya tenía suficientes enemigos como para que la lista de posibles culpables fuera interminable.
Para entonces, había dejado de lado el manejo día a día de la próspera empresa familiar de fabricación de vasos de telgopor y otros contenedores térmicos para comidas, para dedicarse al más lucrativo negocio de apostar contra los Estados en quiebra. Compraba bonos de la deuda externa de gobiernos en apuro y luego reclamaba por las buenas o por las malas que le pagaran el 100% o más. En el caso del gobierno brasileño terminó sacando el 161% de lo que había invertido en bonos Brady chantajeando al gobierno de Fernando Henrique Cardoso y amenazándolo con obstruir todos los acuerdos internacionales en las cortes de Estados Unidos. Antes, ya había hecho algo parecido con Rusia. Claro que ahí contó con la venia del ministro Anatoly Chubais y además de dinero recibió acciones de decenas de empresas privatizadas. Esto le valió una lucha por el control de las empresas con el poderoso grupo Yukos y con la mafia rusa.
Dart tenía un gran respaldo. Detrás de él estaba la empresa familiar que había convertido a su padre en «el rey de los vasitos de café». William Dart había creado la compañía en 1951 pero su éxito comenzó en 1960, cuando inició la fabricación de los primeros vasos de telgopor prensado que mantenían caliente el café de los estadounidenses. Nunca patentó la fórmula del poliestireno que había conseguido para evitar que los competidores pudieran copiarla. El imperio comenzó en Mason, Michigan, y pronto tuvo 17 fábricas en Estados Unidos y varios países del mundo incluida Argentina, con una planta instalada hace una década en Pilar. Allí aparentemente fabrican y distribuyen los vasos destinados al mercado argentino y de otros países del Mercosur. En Brasil no pudieron abrir una sucursal porque el gobierno de ese país le negó el permiso por tratarse de «un enemigo del pueblo brasileño».
En 1990 mudaron las oficinas centrales a Sarasota, en la costa del Golfo de México, a unos 400 kilómetros de Miami. Hoy, Dart Container Corp. tiene una ganancia anual registrada por la revista Forbes, de 464 millones de dólares. El valor total oficial de la compañía supera los mil millones de dólares y de acuerdo a los documentos presentados por Tom Dart, el hermano despechado, el grupo acumuló no menos de 6.000 millones de dólares. Todo esto sin contar los miles de millones que Kenneth Dart ganó en el mercado financiero.
«Si hay una palabra que caracterizó a este grupo desde siempre fue discreción. Ganaban dólares con sus vasitos en silencio. Eran unos millonarios discretos. Ken trajo la desgracia a la familia. Ahora, todo es diferente. Ya no son discretos, se esconden», explica John Stevenson, un abogado de Sarasota que trabajó hace años con los Dart.
En 1992, Dart compró 1.400 millones de dólares en bonos de la deuda brasileña lo que representaba el 4% del total. Había pagado apenas 375 millones. Dos años más tarde el gobierno de Cardoso finalizaba una durísima negociación con 750 bancos para reestructurar los 50.000 millones de dólares que debía. Dart se negó a aceptar el arreglo. Presionó y terminó cobrando 980 millones. Se ganó 605 millones en la operación.
Inmediatamente vio otra gran oportunidad en Rusia. «Dos operadores del Credit Suisse First Boston Bank hicieron el primer gran negocio comprando por unos 600.000 dólares la Bolshevik Biscuit Factory que podía valer millones de dólares. Fue cuando nosotros empezamos a comprar acciones rusas y nos enfocamos primordialmente en empresas de petróleo, telefonía y electricidad», explicó Michael Hunter, el presidente de Dart Management en Rusia, en una rara entrevista que dio al diario St. Petersburg Times.
Pero la ambición de Dart por conseguir más dinero fácil lo llevó a enfrentarse con el «oso negro» de las finanzas rusas, el grupo Yukos. Hubo una lucha por el control de una compañía de gas que se prolongó por cinco años. Finalmente, Dart se llevó cerca de 1.000 millones de dólares, pero tuvo que salir de Moscú a escondidas. Varios grupos de interés que quedaron heridos en la contienda juraron vengarse. Desde entonces, Dart vive recluido. La leyenda dice que tiene un yate de 65 metros de eslora blindado para protegerse de posibles ataques con misiles. Un barco de esas características rondaba la bahía de Seven Miles en la última semana. Un marino caymanense de mucha experiencia que trabaja en el muelle del Cayman Yacht Club dice que el barco casi nunca está amarrado. «Sólo viene acá para recoger a unos hombres que no hablan con nadie», dice Jack, un tipo altísimo, medio encorvado y de piel de ébano.
Dart llegó a las Cayman en 1990 para evadir unos 200 millones de dólares al año de impuestos que eran los que debería pagar al gobierno de los Estados Unidos. En un esquema ideado por su hermano Robert, un experto en este tipo de operaciones, Kenneth Dart compró la ciudadanía de Belice y renunció a la estadounidense. Así hubiera podido viajar a Estados Unidos y permanecer allí hasta 60 días al año sin pagar impuestos. Pero para evitar este inconveniente, ideó una maniobra interesante. Hizo arreglos con el gobierno de Belice para que lo nombraran cónsul en Sarasota —así podía vivir allí con inmunidad diplomática— a cambio de financiar todas las operaciones consulares de ese país en Estados Unidos y abrir una nueva oficina comercial en Nueva York. El Departamento de Estado desbarató la maniobra argumentando que Belice no necesitaba un consulado en Sarasota donde no habita ningún ciudadano de ese país y que si lo necesitara aún tenía el consulado de Miami a menos de 400 kilómetros.
Tan cuidadoso es Dart con su fortuna, que llevó engañada a Londres a su mujer, Cynthia , tras 16 años de matrimonio, para efectivizar el divorcio en Gran Bretaña, donde le pagó apenas una décima parte de lo que le correspondía en la división de bienes. Cynthia Dart, de Mason, Michigan, tuvo que pelear por años en las cortes de varios países para poder obtener algo más. Finalmente se quedó con la mansión de Michigan, 16 millones de dólares y un millón al año para manutención de los dos hijos. «Nunca nadie lo vio con otra mujer. La única presencia femenina cerca de Dart es su cuñada Ariana, la mujer de Tom. Ella es la que pone la cara cada vez que la Fundación Dart dona algo al gobierno de las Cayman para quedar bien. Los pocos que lo vieron dicen que es un hombre raro, paranoico», explica la dueña de una inmobiliaria de Georgetown, capital de las Cayman, que pide «por amor a Dios» que no se publique su nombre porque se le arruina el negocio. Dart es uno de los hombres más poderosos de la isla.
Desde esa enorme residencia de la playa de Seven Miles, Dart sigue armando esquemas para acumular más fortuna sin importarle lo que tenga delante. Después del paso del devastador huracán Iván en setiembre pasado, Dart Management compró cientos de hectáreas de tierra en el centro de la isla. Allí proyecta levantar la nueva capital de las Cayman. «Vamos a tener una Dartlandia», dice con una risa de enormes dientes blancos el periodista Desmond Seales.
Todo, mientras espera la decisión de la Corte de Apelaciones de Nueva York. Si esta próxima semana le da la razón a Kenneth Dart, el Estado argentino le tendrá que pagar 725 millones de dólares más los intereses generados en los últimos cuatro años. Cada argentino le tendría que pagar al menos 20 dólares.