Derecho a morir

El caso de Terry Schiavo no puede ser enviado al olvido. Quizá dentro de un año preguntemos por ella y nadie la recuerde. Y lo que es peor: quizá nadie recuerde las razones por las que murió. Estas líneas son un intento por combatir el olvido.
El relato es simple, pero sus implicaciones son complejísimas: cuando tenía 25 años, en 1990, la mujer sufrió un breve paro cardíaco debido a una insuficiencia de potasio. Su corazón volvió a latir, pero su cerebro quedó dañado en forma irreversible a la luz de las herramientas de las que disponía y dispone la ciencia médica. Desde entonces, Terry Schiavo debía alimentarse a través de una sonda. No hablaba ni se movía por voluntad propia.
Casi 3 lustros estuvo Terry Schiavo recluida en un hospital, y en cierta forma sumergida en el más profundo anonimato. En cierto punto del proceso el esposo de la paciente, Michael Schiavo, acudió a los tribunales del estado de Florida para obtener una orden que obligara al hospital a quitarle la sonda. El argumento suyo es que ella nunca quiso vivir conectada a una sonda, sin esperanzas de mejoría.
En primera instancia un juzgado local acogió el argumento del cónyuge y ordenó retirar la sonda de alimentación. Pero el caso llegó a los oídos del mismísimo presidente estadounidense, George W. Bush, quien tomó partido por los padres de la paciente. El mandatario refrendó una ley aprobada por el Congreso para que el caso pasara a los tribunales federales.
A pesar de esto, y de los pronunciamientos públicos del gobernante, los juzgados que posteriormente conocieron el caso no encontraron argumentos válidos para revertir la decisión tomada por el tribunal de Florida. En fin de cuentas, se reconocía que el esposo interpretaba la voluntad de su mujer, aún cuando ella nunca la expresó a través de documento alguno.
He aquí un primer factor de duda. Pero es de suponerse que si tres tribunales concurren en una misma decisión los razonamientos presentados por Michael Schiavo tuvieron suficiente solidez.
El problema aquí, sin embargo, no es legal sino moral. ¿Puede una persona conminar a otra para que la ayude en su interés por suicidarse? Supongamos que Schiavo efectivamente pensaba como lo expresó su esposo en reiteradas oportunidades. No se entiende cómo es que los tribunales podrían darle mayor peso a su libertad, expresado a través de su cónyuge, que a su derecho a preservar la vida.
Por otra parte, ¿cómo sabían el esposo y los jueces que ella no cambió de opinión mientras estaba conectada a la sonda? Sus facultades motoras habían mermado durante los últimos 15 años, pero no sabemos si ocurría igual con las cognitivas. Muchas personas con marcadas tendencias suicidas vacilan a última hora, y se dan cuenta de que quieren vivir. Muchas personas dicen cosas sobre situaciones hipotéticas que no están dispuestas a corroborar cuando deben afrontarlas ellas mismas. Frente a todas estas dudas, lo prudente parecía intentar preservar la vida de la paciente hasta que fuese posible.
El hecho es que Terry Schiavo ya no existe. La cremación de sus restos pudo tener un efecto simbólico para el esposo, pero entre otras cosas significa que no se podrá saber dentro de uno, cinco o diez años si su afección tenía cura. En Estados Unidos, alguien jugó a ser Dios.

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