Generales colombianos se oponían a reformas militares

El miércoles a las 7 de la mañana cuatro de los más altos generales del Ejército fueron llamados por el ministro de Defensa Jorge Alberto Uribe a una reunión en la cual también estuvieron aunque silenciosos los generales Reinaldo Castellanos y Carlos Alberto Ospina. Después de un saludo formal los generales Duván Pineda (inspector del Ejército), Roberto Pizarro (segundo comandante), Fabio García Chávez (director de operaciones) y Hernán Cadavid (jefe de recursos humanos) escucharon de boca del ministro Uribe la frase más dolorosa de sus vidas: ?Generales, ya no necesitamos de sus servicios?. Los más de 30 años que habían dedicado a la vida militar habían terminado en un segundo. El Presidente, en uso de las facultades discrecionales, había decidido la noche anterior que cuatro de los seis miembros del Estado Mayor del Ejército fueran relevados. La inesperada decisión del Presidente demostraba que algo grave estaba pasando dentro de las filas militares.
A la conmoción por esa decisión tan radical se sumó la sorprendente reacción de los altos oficiales, que se lanzaron a los micrófonos de la radio y la televisión para ventilar las razones de su salida. Sus declaraciones no sólo resultaron graves por lo que dijeron, sino que dejaron claro la magnitud de la división que se había presentado hasta ese momento en las Fuerzas Armadas.
Pizarro, Pineda y García se fueron lanza en ristre contra el general Ospina, a quien tildaron de ?ambicioso? y de ?acabar con el Ejército?. Al Ministro de Defensa no le fue mejor. Dijeron que el Ministro ?no tenía autoridad moral? ni conocimiento suficiente sobre los temas de defensa. Con el que no se metieron fue con el que tomó la decisión, el Presidente de la República, a quien exoneraron de plano con el argumento de que el general Ospina y el Ministro lo tenían ?mal informado?.
Según los generales, su salida se debió a desacuerdos de fondo con la nueva estructura que están adoptando las Fuerzas Armadas. Acusan al general Ospina de no haberlos escuchado y no haber agotado el debate sobre la creación de comandos conjuntos. ?No es una pataleta nuestra. Estamos frente a un cambio de doctrina militar que no se ha debatido lo suficiente?, dijo a SEMANA el general Pineda.
La salida de cuatro generales es siempre un hecho traumático, pero adquiere mayor gravedad cuando se presenta un debate nacional sobre sus resultados de la política de seguridad democrática.
¿Tan graves eran los desacuerdos como para sacar a más de la mitad del Estado Mayor del Ejército? ¿Hay algo más detrás de esta crisis? ¿Es conveniente una medida de estas en un momento tan crítico de la guerra? ¿Son realmente buenos para el país los cambios que están haciendo las Fuerzas Armadas?
Para empezar, hay que entender que, de manera silenciosa, las Fuerzas Armadas están viviendo un verdadero revolcón. Los cambios, como se ha dicho muchas veces, se iniciaron durante el gobierno anterior, después de reflexionar a fondo sobre los reveses militares sufridos en El Billar, Las Delicias, Patascoy y Miraflores. Las Fuerzas Armadas entendieron que su estructura compartimentada en tres armas independientes la una de la otra no era la más adecuada para la guerra. Entonces empezó a hablarse de operaciones y comandos conjuntos. Esto quiere decir que los hombres y recursos del Ejército, Fuerza Aérea y Armada están bajo el mando de un solo oficial, en una determinada zona. Y que ese comandante puede ser de cualquiera de las tres armas. La propuesta rompe una tradición de varias décadas en las cuales cada una de las Fuerzas Militares hacía lo suyo.
Colombia tiene hoy un Ejército con 180.000 hombres, fogueado en la guerra de guerrillas y que ha sido la columna vertebral de la defensa. De otro lado, existe una Fuerza Aérea y una Armada infinitamente más pequeñas que el Ejército, pero con un papel cada vez más protagónico en la guerra. Durante los casi 50 años que tiene el conflicto colombiano, cada fuerza ha hecho sus propias operaciones, con su propia logística, su inteligencia y sus mandos. Estas vidas separadas han llevado a extremos como que los radios de unas fuerzas y otras no sean compatibles, o a que por ejemplo, el Ejército decidiera crear su propia brigada de aviación.
En esta estructura tradicional, el Ejército concentró mucho más poder y recursos que las otras fuerzas. No sólo por ser más numeroso, sino porque es a la fuerza que más le ha tocado poner el pecho en una guerra que es esencialmente terrestre. Cuando se piensa en el combate, a la mayoría de los colombianos no se le viene a la cabeza un piloto de la FAC ni un capitán de fragata, sino un general de camuflado. Pero eso está cambiando. En las operaciones del Plan Patriota en el sur del país ha sido crucial el papel de la Armada en el control de ríos como el Caguán, no sólo con sus marineros sino con sus infantes. Y la Fuerza Aérea es vital porque la verdadera ventaja táctica que tienen las tropas es el apoyo desde el aire, tanto en inteligencia como en el combate y la logística. Ese ha sido un aprendizaje que a los militares colombianos les ha costado sangre, sudor y lágrimas. Por eso la nueva doctrina es dividir el país en seis zonas geográficas (Caribe, Pacífico, sur, oriente, centro y Llanos) y crear comandos unificados de las tres fuerzas, bajo el mando de un solo hombre, con la expectativa de obtener mejores resultados de los que se han visto hasta la fecha.
La implementación de esta doctrina lleva muchos daños de estudio. Sus antecedentes datan de la Segunda Guerra Mundial, cuando el ataque a Pearl Harbor dejó al descubierto las fallas de coordinación en las fuerzas armadas de Estados Unidos. En Vietnam repitieron esa amarga lección. Años después el cambio de doctrina fue impulsado por el propio Congreso de este país con la Goldwater-Nicholls Act. Al principio, muchos oficiales gringos se opusieron a estos cambios. Pero la Guerra del Golfo les demostró la eficacia de la nueva organización. Lo mismo ha ocurrido en la Otan, Gran Bretaña, en Venezuela y en la mayoría de naciones que están en guerra o se preparan para ella. En el caso colombiano es innegable la influencia de los asesores norteamericanos en la toma de la decisión.
A pesar de que este cambio suena lógico y que en el papel resulta convincente, tiene implicaciones que despiertan temores en algunos sectores. El primero es que cambia la línea de mando en lo operativo. Los comandantes de las tres fuerzas no volverán a dirigir combates. Así por ejemplo, la tarea del comandante del Ejército, en este caso el general Castellanos, será reclutar, entrenar, equipar y entregar sus hombres a los comandos unificados. En cambio, el comandante de las Fuerzas Militares, en este caso el general Carlos Alberto Ospina, gana mayor protagonismo. Aunque su labor seguirá siendo la de conducir la estrategia, en la práctica asume funciones operativas. Los oficiales que están a la cabeza de los comandos conjuntos le rinden cuentas a él. Y él a su vez, al Ministro y el Presidente.
Aparentemente, el comandante del Ejército pierde poder. Pero lo ganan los comandantes regionales, al frente de los cuales puede estar un general del Ejército, uno de la Fuerza Aérea o un almirante. Este es uno de los aspectos que les causa urticaria a los generales que salieron la semana pasada. Máxime cuando en la línea de mando, ellos eran los candidatos naturales para suceder en el futuro al general Castellanos, quien hoy comanda el Ejército.
Razones de fondo
Pero las diferencias entre los cuatro generales y el resto de la cúpula no eran sólo en el plano doctrinario. La mayoría de estos altos oficiales se había convertido en un obstáculo para otros cambios que se vienen gestando en el sector defensa. De cierta forma se habían convertido en una especie de sindicato. En diversas ocasiones habían hecho saber que no les sonaban ideas como transformar el Club Militar, vender el Hotel Tequendama, fusionar los fondos rotatorios o centralizar las compras. Estas divergencias de opinión, que en la junta directiva de cualquier empresa pueden ser consideradas parte de un sano debate, en el mundo castrense pueden ser consideradas indisciplina.
Tampoco les gustaron a los generales las medidas que tomó el Ministerio de Defensa para racionalizar las agregadurías militares y de Policía en las embajadas. Estos cargos son considerados un premio. Los coroneles que se supone serán ascendidos a generales son enviados a misiones en el extranjero para prepararse, conocer otros ejércitos y ganar mayor experiencia. Uno de los atractivos de las agregadurías es que además ganan una comisión especial, la cual suma para su pensión. Pero el Ministerio de Defensa hizo una evaluación de estos cargos y encontró serios problemas. ?En el año 2003, por ejemplo, de los 19 oficiales del Ejército que se desempeñaron en estos cargos, 17 se retiraron; de 11 de la Armada se salieron 10 y de seis de la Fuerza Aérea se retiraron dos?, dice un documento del Ministerio. Igual situación ha ocurrido en los años posteriores. Por eso se decidió acabar con las agregaduría en tres países, endurecer los requisitos para ser agregado y ampliar el período de un año a 18 ó 24 meses. Esto quiere decir que menos oficiales accederán a ellas. Los cuatro generales que la semana pasada fueron llamados a calificar servicios han dicho que no comparten esta medida porque desincentiva a los coroneles. Pero independientemente de las controversias que despierten, las medidas adoptadas por el gobierno no tienen reversa. El presidente Álvaro Uribe está empeñado en modernizar el sector defensa para que funcione como una empresa eficiente. Y aunque en su momento la ministra Marta Lucía Ramírez resultó sacrificada en ese intento, lo cierto es que el proceso ha continuado.
El general Carlos Alberto Ospina, comandante General de las Fuerzas Armadas, fue criticado por los generales salientes por asumir funciones operativas. La tarea principal de Ospina es trazar la estrategia de la guerra
El general Reinaldo Castellanos , comandante del Ejército, conoce a fondo la nueva doctrina de comandos conjuntos . El año pasado dirigió la primera fase del Plan Patriota en el sur del país, en la Fuerza Tarea Conjunta Omega
Sumados, todos estos factores constituyeron una especie de cisma, en cuyo epicentro además del ministro Uribe y el general Ospina, estaba el general Reynaldo Castellanos. Para los generales salientes, llamados en los pasillos del búnker de defensa como ?los cuatro del Apocalipsis?, el general Castellanos, su superior inmediato, no estaba defendiendo los intereses del Ejército. Diversas versiones coinciden en que ?los cuatro del Apocalipsis? estaban creando un clima de desconfianza entre la oficialidad hacia Castellanos. En privado, algunos de estos oficiales criticaban a éste por ser un hombre profundamente cristiano, llegando a tildarlo de ?rezandero?. Uno de ellos incluso hizo críticas abiertas al Comandante del Ejército durante una conferencia en la Escuela Superior de Guerra. ?Estaban minando la gobernabilidad en el Ejército?, le dijo una fuente militar a SEMANA.
Castellanos se encontraba en una encrucijada sin precedentes. La mayoría de su hasta entonces Estado Mayor Conjunto lo consideraba un hombre pasivo en cuyas manos el Ejército estaba perdiendo poder e identidad, mientras el gobierno y amplios sectores de las Fuerzas Militares lo consideran un hombre clave en un proceso que puede conducir al Ejército a un cambio histórico. Con la salida de los generales, el Presidente respaldó a Castellanos y le puso freno a ese conato de división interna.
¿Un experimento?
En Colombia cada vez que altos militares son retirados suele haber alboroto y hablarse de ruido de sables (ver recuadro), y otra vez se vuelve a debatir sobre si las Fuerzas Armadas son o no deliberantes. Aunque no es la primera vez que esto ocurre, el contexto es distinto. Para un gobierno que se ha jugado todo su prestigio en la cruzada de derrotar a las Farc, sí resulta por lo menos preocupante que existan brotes de malestar en las filas.
Es posible que más que por la rebeldía, las declaraciones públicas de los cuatro generales estuvieran motivadas en el dolor y la rabia que les produjo ver sus carreras truncadas. Para un militar la carrera no es un oficio más. Es la vida misma. Es seguro que al oponerse a la nueva doctrina de los comandos conjuntos, ellos creyeran que estaban defendiendo la institución. Pero donde manda capitán no manda marinero. Y lo que ellos consideraban una discusión respetuosa, comenzó a ser interpretado por sus superiores como un acto de deliberación o un conato de división. Y ninguna de esas cosas se permiten en la vida militar.
Además el episodio no pudo haber llegado en un peor momento. El acoso de las Farc durante dos semanas en el Cauca y la incapacidad de los militares para controlar la situación dejan el amargo sabor de que algo está fallando. Tampoco resultó ser una feliz coincidencia su salida con la llegada al país de la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice. Máxime cuando ellos explicaron a los cuatro vientos que los cambios en las Fuerzas Armadas eran una ?burda copia? de la doctrina gringa.
A esto se suma el hecho de que el gobierno manejó en forma desatinada el llamado a calificar servicios y no tuvo algunas consideraciones de cortesía con personas que le dedicaron 35 años de su vida al servicio de la institución.
Sin embargo, el mensaje presidencial está claro. La apuesta de Uribe es ganar la guerra. En eso cifra sus esperanzas como Presidente, y también como candidato a la reelección. Este semestre ha sido difícil. Por primera vez desde que comenzó el gobierno se notan algunas fisuras en la política de seguridad democrática. Si bien los golpes de las Farc no han sido contundentes, el gobierno tampoco puede decir que la guerrilla está arrinconada. Toribío, Iscuandé, las emboscadas en Urabá, Arauca y Putumayo dejan en claro que todavía falta mucho para ganar la guerra.
En ese contexto ni el Presidente ni el Ministro pueden dedicarse a lidiar con los celos institucionales de los generales. Por eso, si los cuatro destacados miembros del Estado Mayor del Ejército no comparten los cambios de doctrina, ni los administrativos; si no creen en sus comandantes, ni en el ministro, tenían que irse.
Sin embargo, no deja de inquietar la idea de que en la búsqueda de los resultados, se esté debilitando la estructura de largo plazo de las Fuerzas Armadas, descabezando generales cada vez que haya una diferencia de opinión o un fracaso militar. A pesar de tener una guerra tan larga, en Colombia sólo un grupo muy selecto llega hasta los más altos niveles militares y preocupa que se adelgace aún más este contingente.
En todo este episodio le ha caído mucho agua sucia al ministro de Defensa Jorge Alberto Uribe. Los generales lo escogieron como blanco para no tener que meterse con el Presidente. No hubo insulto ni agravio que no formularan contra él en el carnaval de micrófonos que se vivió después de su retiro. Esto no deja de sorprender si se tiene en cuenta que todas las decisiones importantes sobre aspectos militares en este gobierno las toma personalmente el Presidente, quien es un conocedor y un obsesionado con el tema de la seguridad.
Todo esto coincidió con la minitormenta que desató en Venezuela la declaración del Ministro en el sentido de que la compra de armas de Chávez estaba creando un desequilibrio entre los dos países. Esto le valió una desautorización de la cancillería la cual le dejó saber al gobierno venezolano que sólo el Presidente y la ministra de Relaciones Exteriores son voceros del gobierno en esta materia. En circunstancias normales semejante desautorización hubiera podido conducir a una renuncia. Pero el presidente Uribe, a pesar de la indignación que le despertó la imprudencia verbal de su ministro en relación con el tema venezolano, no estaba dispuesto a entregarle la cabeza de éste ni a Chávez ni a los cuatro generales disidentes. En todo caso el Ministro de Defensa, aunque no está muy bien parado ante la opinión pública, quedó por el momento atornillado a su cargo.
Pero independiente de la popularidad del Ministro, los movimientos de la semana pasada dejaron claro que la determinación del gobierno en materia de seguridad se mantiene firme y que el Presidente tiene la sartén por el mango. Durante mucho tiempo se habló de que no había voluntad para acabar con la guerrilla y que a los militares los dejaban solos en la guerra. Ahora hay una voluntad tan sólida que incluso las críticas van en la dirección opuesta: que el Presidente asume tan de cerca los asuntos militares que se ha convertido en mariscal de campo. La validez o impertinencia de estas críticas sólo se podrá determinar con el tiempo. Y con los resultados que se produzcan en el campo de batalla.

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