EE.UU. dilapidó $ 4,5 millardos en sistemas de seguridad ineficaces

A. ARMADA/
Michael Chertoff AP
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NUEVA YORK. El 11 de septiembre de 2001 cogió a los Estados Unidos con la guardia baja y el pie cambiado. La reacción inmediata fue invertir más de 4.500 millones de dólares en tratar de tapar las grietas que los 19 terroristas islámicos, armados con cortadores de cartón y dispuestos a morir, dejaron en evidencia. Según informaba ayer el New York Times, casi tres años después el nuevo Departamento (ministerio) de Seguridad Interior -creado para coordinar todos los organismos nacionales de vigilancia y evitar otro 11-S- acaba de descubrir que buena parte de los detectores instalados en puertos, aeropuertos, centrales de correos y ciudades para evitar atentados nucleares, biológicos, químicos o convencionales no son de fiar.
El organismo que dirige Michael Chertoff cree que será preciso invertir ingentes sumas para adaptarlos, o sustituirlos por otros capaces de distinguir la radiación que emite un ingenio nuclear de las que irradian los excrementos de gato o unos azulejos.
Cuando lo inimaginable fraguó ante los ojos atónitos de los espectadores de todo el mundo, hordas de honestos proveedores y de aprovechados asaltaron las ventanillas de la Administración con «balas de plata», comentaba ayer al Times Randall J. Larsen, ex coronel de la Fuerza Aérea y ex asesor científico gubernamental: «Compramos un montón de material directamente de los catálogos que no servía».
Mientras, la Casa Blanca justificó la invasión de Irak como la estrategia preventiva idónea para que no se repitiera una humillación semejante, aunque el régimen de Sadam Husein nada tenía que ver con Osama bin Laden y a la postre su arsenal de armas de destrucción masiva resultó una quimera.
Detectores «idiotas»
Buena parte del tráfico de mercancías desembarca en puertos como el de Newark, frente a Manhattan. Los contenedores pasan a través de un arco calificado de «altamente sofisticado» por sus fabricantes y de «idiota» por los operarios. La alarma debe saltar cada vez que capta un artefacto atómico o material susceptible de ser amasado como una «bomba sucia», un ingenio rudimentario capaz de esparcir dosis mortíferas de radiación. El arco es empleado desde hace años por empresas que viven de la chatarra. Según la información recopilada por el Times, los sensores saltan ante todo emisor natural de radiactividad: excrementos de gato, azulejos de cerámica, granito, retretes de porcelana o plátanos.
Aunque en las principales oficinas de correos se han instalado filtros para detectar la presencia de sustancias como el carbunco, sólo el 20 por ciento de la correspondencia es tamizada, especialmente la que se deposita en buzones callejeros, ya que se considera la ruta más probable si se vuelve a producir un intento de envenenamiento como el de 2001. En 30 de las ciudades más pobladas se instalaron detectores para analizar el aire, pero los resultados suelen demorarse 36 horas. Demasiado para prevenir una enfermedad, válido para un tratamiento de choque.
Los fallos en los controles de personas y equipaje en los aeropuertos también están a la orden del día. Los equipos disparan falsas alarmas entre un 15 y un 30 por ciento de las veces, y muchas de las maletas que van en las bodegas de los aviones no son escrutadas. A pesar de que se han invertido más de 3.000 millones en escáneres, se prevé un gasto extra de entre 1.000 y 5.000 millones de dólares, en función del número de aeropuertos a cubrir.

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