No ha habido brújula que le señalara el Norte. Esther Yáñez González-Irún, teniente de navío, gaditana, nunca ha tenido un referente femenino en el que fijarse.
Porque donde ella ha ido pisando, ninguna mujer había puesto antes un pie. «La mayor dificultad en mi carrera ha sido la carencia de un modelo a seguir.Es el inconveniente de ser la primera mujer. Yo intento ayudar a las que me siguen», confesaba ella misma hace meses en una entrevista. Entonces era noticia por ser la mujer de mayor rango en la Marina española.
El pasado 29 de abril, el BOE daba cuenta del último escalón que ha subido en una carrera que parece imparable. En septiembre próximo, Esther Yáñez, con sólo 33 años, se hará con el mando del patrullero Laya. Se convertirá así de nuevo en pionera: la primera mujer en la historia de la Armada española que asume la responsabilidad de ser comandante de un buque de guerra.
El viernes pasado, la fragata Reina Sofía, donde Esther Yáñez está destinada en la actualidad, hacía escala en Creta. Antes había estado en Turquía. Partió de maniobras el 15 de abril pasado y no regresará a España hasta el 15 de julio. La lejanía y el hecho de que sólo pueda comunicarse por satélite le ha servido en esta ocasión para aplazar los requerimientos de la prensa.No es muy dada a entrevistas. Huye de la excepcionalidad y trata de desviar las miradas que se posan en ella argumentando que hay muchas mujeres en la Armada. «Es muy tímida», la justifica su madre, Milagros González-Irún, «es una persona muy humilde y no le gusta sobresalir. Simplemente hace lo que le gusta y lo hace bien. Ahí están los resultados».
Esther Yáñez González-Irún, teniente de navío, de 33 años, se convertirá en septiembre en la primera mujer comandante de un buque de guerra.
Fue también la primera en ingresar en la Armada, en 1990, y en recibir el despacho de oficial.
En las Fuerzas Armadas hay 12.641 mujeres (el 10.9% del total), pero sólo son el 2% de los oficiales
Esther Yáñez es militar de cuna. Su padre, Julio Yáñez, coronel de Infantería de Marina retirado, fue el fundador de la Unidad de Operaciones Especiales (UOE). Y su tío, Juan José González-Irún, es almirante. Pese a la presencia constante de uniformes militares en los armarios de la familia, Esther es la única de los 10 hermanos Yáñez González-Irún (ella hace la número siete), que ha abrazado la vocación paterna.
En 1988, en cuanto supo que las Fuerzas Armadas abrían las puertas a la mujer, desechó sus planes de matricularse en Medicina. A la primera convocatoria se presentaron 85 mujeres. Sólo Esther, en la Marina, y Patricia Ortega, en Tierra, superaron las pruebas.«Se aprobó la ley pero no había nada preparado para acoger a las mujeres. Para nosotros fue una sorpresa que ingresara el primer año porque entonces era todo mucho más duro», recuerda hoy su madre. En las pruebas físicas, por ejemplo, a las chicas aún se les pedían las mismas marcas que a ellos y Esther necesitó de la ayuda de su padre, profesor de Educación Física además de militar, para superar un listón hecho a medida de hombres.Con sólo 18 años, en 1990, se convertía en un rara avis, la primera estudiante femenina en las aulas de La Escuela Naval de Marín (Pontevedra). Salió de allí con el título bajo el brazo. Huelga decir que antes que ella ninguna mujer había concluido la carrera militar profesional.
Cada paso que Esther Yáñez ha ido dando ha sido el primero para una mujer. Su presencia debió desconcertar a la marinería del Juan Sebastián de Elcano, el buque-escuela de la Armada española, en el que Yáñez dio la vuelta al mundo entre 1992 y 1993 acompañada de 300 hombres. Allí dejó buen recuerdo. El actual comandante del buque-escuela, Juan Francisco Martínez-Núñez, no ha ahorrado elogios hacia ella. «Es una oficial muy brillante y tendrá un futuro profesional muy brillante sin duda, porque es muy completa», decía en una entrevista a Mundo Marítimo. Incluso la imaginaba dentro de unos años ocupando su puesto al frente del Juan Sebastián de Elcano, donde, por cierto, las mujeres superan hoy la treintena.En todas las Fuerzas Armadas son 12.641, el 10,9% del total de efectivos, aunque en la escala de oficiales son sólo el 2%.
De todas sus misiones y destinos, la de 1998, a bordo del buque Galicia para ayudar a las víctimas del Mitch, ha sido, a decir de su madre, la que más le ha llenado. Le impresionó sobre todo el sufrimiento de los niños. Casada con un oficial también de la Armada, Esther Yáñez quiere ser madre. Algo difícil de compaginar con un trabajo que obliga a estar al menos 100 días al año en alta mar. Cuando en su casa hablan sobre su futuro, quienes conocen los mecanismos de progresión en la Armada especulan sobre qué destino hay que pedir para llegar a ser almirante. Ella, ante la sugerencia, se sacude galones: «No estoy dispuesta a sacrificar nada importante para llegar a serlo», dice.
Y así ha sido. Como segunda de su promoción podría haber elegido Barcelona, Mahón, o Cartagena. Zonas menos comprometidas que Cádiz, donde su buque, el Laya, vigilará la constante entrada de pateras. Pero quería, cuentan en casa, estar cerca de su marido, también destinado en Cádiz, tierra adonde ella regresará dentro de dos meses.
La última vez que llamó a sus padres fue el domingo pasado. Estaba en alta mar y tuvo que utilizar el satélite. Quería felicitar a Milagros por el día de la madre.