Avanza proyecto legal en Colombia para prevenir la violencia en espectáculos

Partido de infarto. Es miércoles 11 de mayo y los equipos de fútbol América y Santa Fe se la juegan toda por un cupo en el octogonal final. Son las 8:22 p. m. y ya hay cerca de 25.000 aficionados en las graderías del estadio Nemesio Camacho «El Campín». Afuera todavía hay filas y algunos policías que hacen requisas. Adentro, la Guardia Roja, la barra brava santafereña que tiene 10 años de fundada, prepara las tiras de papel, alista las bengalas y empieza a corear: «Y dale, y dale, y dale rojo Santa Fe».
Al otro lado, en el costado norte, los ánimos son los mismos. Tres mil seguidores de la barra de América aplauden, gritan y piensan que de nuevo los ‘diablos rojos’ ganarán. Al centro, el árbitro, Fernando Panesso, un juez FIFA que lleva más de 20 años haciendo sonar el silbato.
El juego es intenso. A los cinco minutos ya hay dos goles, uno para cada bando. «Está muy emocionante esto –dice Gonzalo Garrido, un hincha cardenal que agita una bandera de 93 centímetros–. Es un partido típico de una final».
El juego sigue. A ninguno le sirve perder. Minuto 28, avanza América, la bola por el costado, centro, y el árbitro Panesso no duda en pitar un penal. Una falta discutida del defensor santafereño Jorge Rojas contra el atacante americano Giovanny Arrechea. Cobra Julián Viáfara y es el 2-1. En la tribuna, el corito se vuelve general: «Olelé, olalá, árbitro hijueputa, lo vamos a matar». Once minutos después, América presiona y marca el tercero. Entonces, vienen las peleas, los gritos y los madrazos. Viene el «Panesso, cuídese», las agresiones y una bronca que ya se toma las tribunas.
Sin piedad
A las 9:14, en la tribuna sur, sucede lo inesperado. Siete hinchas santafereños se lanzan a pegarle a otro. Luego llegan dos, luego tres, y al final, una manada. Alguien descalza su zapato derecho, saca una puñaleta y la usa sin reparo. Una, dos, tres veces, y se camufla.
«Cuando menos vi, la gente empezó a pegarle sin misericordia a Jeisson –dice un miembro de la Guardia–. No sé cómo pasó, pero parece que él rasgó una bandera y no se lo perdonaron. Fue terrible».
Otras versiones, sin embargo, señalan que antes del partido, Jeisson Ruiz había atracado, con otros compañeros de la barra, a un muchacho en las afueras del estadio, y adentro se la cobraron. «Estamos investigando realmente qué sucedió –dice el coronel Reinaldo León, uno de los encargados del operativo policial–. Vamos a analizar las grabaciones para actuar».
El partido avanza y Ruiz sale del estadio con más de 15 puñaladas y un trauma craneoencefálico severo. Para los médicos, si no hubiera llegado a tiempo, seguro habría muerto.
«Estaban como locos. De un momento a otro empezaron a pegarme sin saber por qué –agrega–. Al final me tocó lanzarme de un piso a otro de la tribuna, para no morir».
Minuto 82, América gana 5-2, y un aficionado no lo aguanta. Se salta la barda, corre a la cancha y golpea al árbitro. Luego regresa sin problemas, cambia de camiseta y se esconde en la tribuna oriental. «No sé cómo lo hizo –dice Javier Polo, un seguidor santafereño–. Pero lo peor fue que la Policía no reaccionó y la gente lo aplaudió».
Tres minutos después, en la Guardia alguien dice: «Entremos a la cancha. No podemos dejarmos tumbar por este hijueputa». A la voz la siguen 10, luego 15 y, al final, 100 hinchas, y el partido se suspende. En la parte sur del estadio hay una veintena de heridos. En el norte, un grupo clama venganza, y en oriental, la vida de Edixon Garzón, de 20 años, se desvanece lentamente por una puñalada que le propinó un hincha americano, sólo por tener una roída pancarta de Santa Fe en su maleta.
«El asesino tenía pelo largo, gorra, chaqueta de América y huyó entre el público. No pude alcanzarlo», añade Javier, su hermano. Un muerto, 24 heridos y una sanción ejemplar que ocurrirá pronto, fue el resultado de una noche de fútbol en Bogotá.
«No puedo creerlo, hoy mi primo está muerto únicamente por hacerle barra a un equipo –dice Andrea–. Estamos destrozados. Es inconcebible esto».
¿Y los culpables?
Según el senador Rafael Pardo, uno de los ponentes del proyecto para prevenir la violencia en espectáculos públicos, la culpa de lo que pasó en Bogotá no es ni de la Alcaldía ni de la Policía, como aseguran algunos dirigentes deportivos, sino de quien organiza el partido, en este caso, Santa Fe. «El que responde por el espectáculo debe cuidar que todo salga bien. Así sea que el equipo visitante haga los daños», añade.
El proyecto que impulsa Pardo, cuyo trámite avanza en la Cámara luego de su paso por el Senado, pretende, por ejemplo, que los organizadores de los espectáculos tengan responsabilidad penal y civil por los hechos que ocurran dentro del evento, tal como sucede en varios países europeos. «De lo contrario, el muerto y los heridos que ocurrieron en Bogotá seguirán repitiéndose», puntualiza.
Por el momento, y mientras los involucrados en el espectáculo se recriminan mutuamente, el presidente de Santa Fe dice que esto es un reflejo de la violencia del país, y los familiares del joven Garzón claman justicia, el comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, general Héctor García, se desgasta con el débil argumento de que los hombres a su cargo sí estaban preparados para enfrentar la situación.
Como siempre sucede en estos casos, y desde todas las esquinas, no faltan las voces de quienes creen tener la verdad revelada y se quejan por lo que se hizo y lo que se dejó de hacer. Lo cierto es que en este triste episodio fallaron todos los controles y, una vez más, el fútbol colombiano se vistió de luto por cuenta de unos vándalos que se hacen llamar hinchas.
¿Dónde está la policía?
Es muy posible que la imagen del hincha que ingresó al campo de juego, golpeó al arbitro Panesso y regresó a su puesto, sin que algún policía lo impidiera, desencadene la salida del comandante de la Policía Metropolitana, general Héctor García.
Por lo menos eso es lo que se rumora entre varios colaboradores del alcalde Garzón, quienes consideran inadmisible que en un partido de alto riesgo, como Santa Fe – América, la Fuerza Pública no adoptara las medidas necesarias para controlar los brotes de violencia que al final se presentaron.
Sin duda, este hecho deteriora aun más las relaciones entre el alcalde Garzón y el general García, que se empezaron a dañar debido a los malos resultados que en materia de seguridad registra hoy Bogotá. Las cifras oficiales, por ejemplo, señalan un incremento de 60 homicidios en el primer trimestre de 2005, frente al mismo período de 2004, y 68 hurtos más de vehículos.
Las sanciones
El mal comportamiento del público, ya sea por agresiones a los árbitros o por invasiones al campo de juego, es sancionado por la Dimayor, entidad que aglutina a los equipos del fútbol colombiano, con penas que van desde una amonestación hasta la suspensión de la plaza por varias fechas, según la gravedad del hecho. De acuerdo con los archivos, desde 1989 el equipo que más amonestaciones ha recibido por culpa de su hinchada es el Tolima, con 10 llamados de atención, seguido por Medellín, con ocho. Santa Fe ha sido el más afectado con respecto a la sanción de su estadio, con ocho jornadas de castigo. Le siguen Junior, Medellín, Millonarios y América, con seis fechas de suspensión.

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