Los golpes de suerte de Raúl Salinas

Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente mexicano, fue exonerado de homicidio y narcotráfico. Desconcertante final de uno de los grandes escándalos de Latinoamérica.
En esta famosa foto aparece Raúl Salinas de Gortari con su amante de entonces, la española María Bernal. Ella participaría más tarde en un montaje por el cual fue enterrado un cadáver en una casa de propiedad de Salinas.
La noticia de la libertad de Raúl Salinas de Gortari sacudió a México. Llevaba ya 10 años como el preso más famoso del penal de máxima seguridad de La Palma, en Almoloya, y durante ese tiempo se había convertido en el hombre más odiado y despreciado del país. El ‘hermano incómodo’ del ex presidente Carlos Salinas de Gortari era el símbolo de la corrupción en el establecimiento político mexicano. No era posible, decían en México, que ahora saliera a la calle como si nada.
La incredulidad de la mayoría de los mexicanos era explicable, pues los problemas de Raúl Salinas de Gortari eran muy graves. Estaba cumpliendo 27 años de cárcel por el asesinato de su ex cuñado José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del Partido Revolucionario Instirucional (PRI) muerto de un balazo en 1994. Y aparecía involucrado en el supuesto lavado de una misteriosa fortuna que apareció en varias cuentas de la banca suiza a nombre de Raúl Salinas y de varios nombres ficticios.
Pero en los últimos meses todo se derrumbó. En el asunto de su cuñado, el tribunal decidió que había sido condenado con base en pruebas insuficientes y el Estado mexicano, que ya había reconocido haberle pagado 500.000 dólares a un testigo clave para que lo incriminara, anunció que no ejercería ningún recurso en su contra. Visto en perspectiva, era una salida lógica ante un proceso apoyado en una investigación llena de irregularidades telenovelescas.
Y en cuanto a los 130 millones de dólares en Suiza, las autoridades de cinco países naufragaron, tras 10 años de investigaciones, en un mar de ineficiencia y celos burocráticos internacionales. La Fiscalía suiza hizo todo lo que pudo para comprobar que la plata provenía del narcotráfico. Porque si esto se confirmaba, los fondos se quedarían en su país. Pero hace menos de un año devolvió los dineros a México, en reconocimiento de su fracaso. Los testimonios más fuertes en su contra, del chileno Guillermo Pallomari, preso en Estados Unidos como contador del cartel de Cali, y de varios narcotraficantes del cartel de Medellín, fueron descartados por no ser verificables. Los suizos concluyeron que si lo que decían hubieran sido cierto, habrían usado esa información en su favor en sus propios juicios, no dos años más tarde, cuando ya no podía ayudarlos.
Para completar el panorama, los organismos mexicanos de control no han podido determinar de qué resquicio del erario salió el dinero. Todo lo cual querría decir que el viejo alegato de Raúl, de que se trataba de un fondo informal de inversión de unos amigos suyos multimillonarios, que además hoy siguen afirmando que la plata es suya, fue aceptado como cierto. Aunque el proceso continúa, pocos creen que termine con una condena.
En México muchas voces se levantan a afirmar que, en realidad, se trata de un acuerdo de los Salinas con el actual presidente, Vicente Fox, que tendrían el interés común de afectar a sus enemigos del PRI. Sobre todo a Ernesto Zedillo, el presidente a quien Carlos Salinas de Gortari designó como su sucesor y luego se atrevió a acusar a su hermano de asesinato. Como dijo a SEMANA el analista Carlos Lugo, de la Universidad Iberoamericana de México, «el clima de la opinión pública es de decepción, pues cunde la idea de que la justicia se maneja al antojo de los políticos».
Pero la verdad formal y judicial dice que, créase lo que se crea, Raúl Salinas de Gortari es de nuevo un hombre libre. Debió pagar una fianza de 2,9 millones de dólares, que completó con la ayuda de su hermano. Acaba de publicar un libro con sus experiencias, Diario del infierno de Almoloya. Habló hace algunas semanas con el diario británico Financial Times. Allí presentó la imagen de un hombre golpeado por sus años tras las rejas y muy distinto al arrogante personaje que en los 90 disfrutaba las mieles del poder de su hermano. Aceptó haberse aprovechado de sus influencias, pero dijo no tener nada que ver ni con el asesinato de su ex cuñado, a quien dijo apreciar, ni con el narcotráfico.
Raúl Salinas de Gortari salió de la cárcel acompañado por su esposa, Paulina Castañón, y su hija Mariana
La vidente Francisca Zetina Chávez participó en el ‘hallazgo’ del cadáver de Manuel Muñoz Rocha (foto) en una casa de Raúl. Pero resultó haber sido plantado allí
A pesar de protagonizar una tragedia en su tierna infancia (ver recuadro), el destino de los Salinas estaba asegurado desde que eran pequeños, pues su padre, Raúl Salinas Lozano, había sido senador y secretario (ministro) de Industria y Comercio en la administración de Adolfo Ruiz Mateos. Sus conexiones de alto nivel y una educación esmerada en Estados Unidos y Europa eran la puerta de entrada a grandes destinos, y Raúl se sentía a gusto con su condición de hermano de Carlos, la futura estrella del PRI. Éste se convirtió en 1988 en un presidente joven que pronto ganó un enorme prestigio como el exponente del ‘nuevo’ político mexicano, lejano al caciquismo, un tecnócrata que reformó la economía y firmó con Estados Unidos el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (Nafta, por su sigla en inglés).
A su sombra Raúl hacía dinero, como era lo usual en el reinado del PRI. Fue designado director de la Confederación Nacional de Subsidios populares (Conasupo), la entidad encargada de regular los precios de los granos y repartir subsidios populares, y aprovechó todas las oportunidades de enriquecerse. Se comportaba como un playboy, tenía amantes y gozaba a sus anchas de la compañía de los ricos y poderosos.
Pero la estrella del Presidente, y la de su familia, comenzó a oscurecerse. Primero vino, en marzo de 1994, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, su candidato a sucederle. Muchos dijeron que el primer interesado en su muerte era el propio mandatario, pues Colosio había pasado de ser su protegido a un crítico amenazante. La muerte condujo a que Salinas señalara con el ‘dedazo’ (la forma como se decidía la sucesión durante la hegemonía del PRI) a Ernesto Zedillo, quien fue elegido en agosto. Pero, un mes después, el 28 de septiembre de 1994, fue asesinado José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI, y ex esposo de Adriana, la hermana menor de los Salinas.
En una hábil jugada política, el Presidente designó como investigador al subprocurador Mario Ruiz Massieu, hermano de la víctima. Pero éste renunció al cargo dos meses después, tras alegar que las altas esferas obstaculizaban su labor. En ese mismo mes de noviembre de 1994 asumió la presidencia Ernesto Zedillo, y en febrero del año siguiente, en medio de la crisis económica causada por la devaluación del peso, Raúl Salinas fue arrestado por el crimen de su ex cuñado. Pocos días después Mario Ruiz Massieu era acusado de tratar de encubrir la participación de Raúl Salinas en el crimen. Huyó a Estados Unidos, donde fue acusado de lavado de dólares.
El nuevo Presidente había roto una tradición según la cual la familia del mandatario saliente era intocable. Cuando se supo del arresto de Raúl, Carlos comenzó una huelga de hambre para que se le hiciera justicia y luego salió del país rumbo al exilio. Pero el drama de su hermano apenas comenzaba.
El 15 de noviembre de 1995, Paulina Castañón, la esposa de Raúl, fue arrestada en Suiza cuando trató de retirar 84 millones de dólares del Banco Pictet & Cie. Era el momento cumbre de una investigación internacional por supuesto lavado de dólares. El momento para los Salinas no podía ser peor. Con Raúl preso por asesinato, Carlos en el exilio y Paulina arrestada en Suiza, el panorama no podía ser peor.
Pero, 11 meses más tarde las cosas se complicarían aun más. El nuevo investigador del caso Ruiz Massieu, Pablo Chapa Bezanilla, anunció el descubrimiento de un cuerpo enterrado en el jardín de una casa de Raúl Salinas. Con gran despliegue mediático, el procurador Antonio Lozano predijo que se trataba de Manuel Muñoz Rocha, un congresista del PRI acusado de participar en el crimen de Ruiz Massieu y desaparecido poco después. El cuerpo había sido encontrado con la ayuda de una pitonisa llamada Francisca Zetina Chávez, y con la participación de María Bernal, una ex amante de Raúl, enfurecida por su reciente matrimonio con Paulina Castañón.
Esa diligencia parecía acabar con todas las dudas sobre la culpabilidad de Raúl en el crimen de su ex cuñado. Pero cuando se efectuaron las pruebas de ADN del cadáver, éste resultó ser del padre de la vidente. Ella, en sus descargos, dijo que había participado en el montaje para cobrar la recompensa ofrecida por Chapa.
El episodio terminó con la destitución del funcionario y con la pitonisa en la cárcel. Pero el ‘oso’ de los investigadores no impidió que Raúl Salinas fuera condenado en enero de 1999 a 50 años de prisión. Resulta por lo menos curioso que seis meses después, una corte de apelaciones disminuyó la condena a 27 años y medio. La razón: los investigadores no habían conseguido probar que Salinas tuviera motivo alguno para matar a su ex cuñado. Seis meses después, Mario Ruiz Massieu, acosado por las acusaciones de lavado de dólares, se suicidó en New Jersey. En la nota que dejó culpó a Zedillo de su muerte y de la de su hermano José Francisco.
La gloria y la caída de los Salinas de Gortari parece una parábola del México moderno. Nadie se atreve a afirmar o a negar con seguridad los rumores y las investigaciones periodísticas que tantas veces dijeron que tenían vínculos con el narcotráfico. Pero dos cosas son ciertas: su historia contribuyó a la caída del PRI, un partido que se mantuvo en el poder por más tiempo que el comunismo en la Unión Soviética. Y por eso el país, para bien o para mal, no será el mismo después de ellos. n

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