Londres. Los londinenses pretendieron ir con «toda la normalidad» al trabajo en el autobús o el metro. Así lo recomendaron el primer ministro, Tony Blair, y el jefe de Scotland Yard, Sir Ian Blair.
Después de revivir el jueves con los nuevos atentados el miedo que la capital británica vivió hace dos semanas, los ciudadanos pensaron que el día sería «normal». Sin embargo, los usuarios del transporte público londinense no esperaban encontrarse con un tiroteo en la estación de Stockwell, donde un sospechoso fue abatido por la policía, relató DPA.
El pánico cundió y la gente se precipitó hacia la salida.
Por segundo día consecutivo, el miedo se apoderó de la ciudad y el país.
Los londinenses tienen cada vez más la sensación de que su ciudad se encuentra bajo la ocupación. Ahora puede suceder lo que pasó a Tariq Khan el jueves, que estaba con gripe en la cama y, de repente, notó que en la calle todo estaba muy calmado. Entonces miró por la ventana y vio que en la siempre bulliciosa calle, muy concurrida por el tráfico, había un bus de dos pisos estacionado. En el bus se encontraba una de las cuatro bombas que no llegaron a estallar.
El efecto psicológico de la segunda serie de atentados es, no obstante, enorme. La metrópolis de 7,5 millones de habitantes comienza a darse cuenta de lo que le espera: «¿Es esa ahora nuestra rutina diaria?», se preguntó el Daily Mirror en un titular acompañado de fotos de policías con armas automáticas y máscaras de gas.
Tras los primeros atentados el pasado 7 de julio, los británicos se sintieron orgullosos de ese carácter suyo en el que parece que nada les puede perturbar. Pero ahora el ambiente es otro. Ya se está discutiendo si en las estaciones de metro habría que introducir controles de equipaje como en los aeropuertos.
La policía exige nuevos poderes especiales para proceder a retener tres días a un sospechoso sin que se presente cargos en su contra.
Comienza a agrietarse la imagen sin manchas de la efectividad de la policía que rápidamente actúa para cortar la red terrorista. Ahora domina la impresión de que en Reino Unido crece una hidra con cada vez más cabezas.
Si los medios británicos están correctamente informados, la policía no tiene duda alguna de que los autores de los ataques del jueves también fueron extremistas.
Pero esta vez los terroristas no buscaron la hora punta de la mañana, sino el mediodía, cuando la gente que sale de compras, los turistas y los escolares estaban en camino.
Según dicen testigos, uno de los autores quiso detonar su bomba, defectuosa, junto a una mujer que tenía un bebé en los brazos.
Ahora, las preguntas clave son: ¿Los agresores tenían contacto directo con los kamikazes del 7 de julio? ¿Fue la misma persona la que fabricó las bombas del 7 de julio y las del jueves? Algunos diarios especulan que la razón de que finalmente el artefacto no estallara fue que el cerebro detrás de los últimos ataques haya salido del país.
Sin embargo, en lo que sí coinciden todos los medios británicos es en que los terroristas ya han conseguido, al menos, uno de sus objetivos: Londres es la ciudad del miedo.