DAVID GONZÁLEZ
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Cupertino Vieras ha trabajado los últimos 23 años en la línea de transporte Héroes de La Vega. Es jueves a mediodía y espera su turno con el jeep apagado en la redoma de La India. En el vehículo rústico no han subido pasajeros todavía, pero en algún momento Vieiras, de 63 años de edad, tendrá que abrir las puertas, permitir el acceso a la unidad y comenzar la filosa ruta hacia Los Mangos, Las Torres y Las Casitas, en la parte alta del barrio. Nada impedirá que, como le sucedió el año pasado, dos hombres armados suban al vehículo, le apunten a la cabeza y exclamen la frase que ningún transportista quiere oír: “¡Quieto ahí!”. La sensación de orfandad e impotencia que encierra la amenaza se resume en una pregunta que Vieiras se hace a sí mismo: “¿Y para dónde va a coger uno cuando ocurre algo así?”.
Ser chofer de jeep o microbuses en Caracas no es oficio que despierte envidia. Se afronta a diario el riesgo de perder la vida, el vehículo, el dinero o cualquier otra cosa, a manos de los delincuentes que asedian las enrevesadas rutas que conducen a los barrios capitalinos.
Incluso, los choferes están expuestos a formas de extorsión inesperadas:
los delincuentes les retienen los documentos de circulación para luego demandar sumas de 100.000 bolívares por su devolución. Lo mismo pasa cuando les quitan temporalmente los vehículos para pedir rescate a través de emisarios.
Muerte en la vía
Pero nada tan grave como las pérdidas de vidas. Aún en la línea Unión Conductores El Progreso de Antímano echan de menos a Nicolás Gordones, un conductor de rústicos asesinado en enero pasado en el sector La Guadalupe. “Se le montaron unos tipos en el terminal e intentaron quitarle el carro. Él se resistió y le dispararon”, recuerda José Jiménez, uno de los directivos de la asociación de transportistas.
Gordones murió después de recibir dos disparos en el tórax. La reacción de la comunidad de Antímano fue linchar a uno de los tres supuestos homicidas del chofer; por su parte, los transportistas protestaron para demandar mayor seguridad.
El robo de los vehículos usados en las rutas troncales es cosa común: la mayoría de las organizaciones lleva penosas estadísticas.
Pedro Vásquez, directivo de la asociación civil de conductores Santa Ana de Antímano, calcula que en los últimos 2 años les han sido robadas no menos de 12 unidades de transporte: la última hace apenas un mes, en la bomba Las Tres Américas de La Yaguara.
Orlando Domínguez y Néstor Gallardo, presidente y secretario general de la línea Andrés Eloy Blanco de Catia, contabilizan 19 vehículos robados en 3 años: en la lista están los de ambos directivos.
Hace una semana fue desaparecido en Montalbán un microbús Encava de la Unión de Conductores del Oeste, de acuerdo con Humberto Pernía, secretario de finanzas de esa organización de transportistas.
De tres a cuatro
Los voceros de algunas líneas calculan que entre tres y cuatro unidades son asaltadas cada día. El procedimiento de los delincuentes es una copia al calco, utilizada sin mayores distinciones en las diversas rutas de Caracas. Los ladrones suben a los vehículos como si se tratara de pasajeros. En otros casos, interceptan a los jeep o microbuses en puntos del trayecto que les resultan convenientes. A los usuarios de estos servicios les arrebatan dinero, prendas, celulares y zapatos preferentemente, cuando no le quitan hasta lo que llevan en las viandas para desayunar o almorzar.
A Roger Peralta, de la Asociación de Conductores Las Clavellinas, le pasó a finales del año pasado. Hacía su primer viaje de la mañana con dos o tres pasajeros dentro de la unidad de transporte. Apenas enfiló hacia la calle El Sol de Carapita, un asaltante que había subido en la unidad blandió una pistola. Nadie tenía mayor cosa que entregar. Pero el ladrón no dudó en llevarse consigo tres arepas aún humeantes que uno de los usuarios tenía consigo para acabar con el hambre mañanera.
“A cada rato hay robos dentro de las unidades; es común que estropeen a los conductores y los dejen tirados por ahí”, señala Juan Rafael Andrade, presidente del tribunal disciplinario del Bloque del Oeste, que agrupa distintas organizaciones de transporte de Catia y el 23 de Enero.
“Si no es por una mujer a mí casi me pegan un tiro en la cabeza hace 15 días”, dice un conductor de una ruta de Petare que cubre el sector El Nazareno. No quiere ser identificado con nombre y apellido: “Los asaltantes se montaron en el microbús y me quitaron 100.000 bolívares. En determinado momento, me irrité por las amenazas y paré el vehículo.
Los tipos tenían un revólver y una escopeta recortada. Y ya me iban a dar, cuando la mujer se desesperó y gritó varias veces que no me dispararan”.
Retención lucrativa
La extorsión ha ganado terreno en algunos puntos de Caracas.
Pedro Vásquez, de la asociación de conductores Santa Ana, refiere que el pago de sobornos por la devolución de los documentos de identidad y circulación es frecuente.
“Como los choferes saben lo complicado que es hacer gestiones, deciden pagar y ya”, señala el directivo de la línea. El poder de acción de la delincuencia abarca formas de presión que no siempre refieren al robo u homicidio de los transportistas. Las demandas de los criminales pueden ser múltiples. “Por ejemplo, si hay un choro que fue herido, nos detienen a punta de pistola y nos obligan a trasladarlo al hospital.
Si uno se niega, corre riesgo de muerte. Servimos de ambulancia a cada rato”, confiesa un conductor de una de las cooperativas de transporte de Catia.
La amenaza de acabar con la vida de los conductores también les hace participar contra voluntad en las caravanas fúnebres de los delincuentes fallecidos. “Es mejor no negarse”, señala la fuente consultada. Un conductor que atiende la ruta de San Blas en Petare dice que los pandilleros acostumbran secuestrar temporalmente los vehículos que cubren la ruta: “Se sirven de los carros para atravesar los barrios sin riesgos de ser detectados por otros malandros con los que tienen culebras. Luego de que cumplen su objetivo, dejan libres a los choferes”.
A diario hay ejemplos visibles de la peligrosa y obligada relación entre los transportistas que trabajan rutas troncales y los individuos identificados como delincuentes. El viernes en la mañana, en Petare, un joven discutía con el conductor de un jeep que todavía no cargaba pasajeros a San Blas. “¿Adónde va esta mierda?”, le preguntó al chofer, en una forma que generó alarma inmediata. “Esta no va a salir todavía”, le respondió el transportista.
“¿Que no qué? Te voy a dar dos pepazos”, dijo el muchacho en tono amenazante. Como si nada hubiera pasado, segundos después el joven le extendió la mano al conductor y expresó: “¡Usted es mi pana!”.
Luego de pronunciar esas palabras, se marchó por la calle. Los testigos sabían que la promesa de los disparos nunca fue en broma.