Anciana espió a "narcos" de Copacabana

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SAN PABLO. CORRESPONSAL
Desde su departamento en la playa carioca de Copacabana, una anciana brasileña de 80 años filmó durante dos años las andanzas de una banda de narcotraficantes que actuaba a plena la luz del día, en la favela que da a su ventana. La mujer, cuyo nombre se mantiene en secreto para evitar represalias, logró grabar 22 cintas de 33 horas de duración. Como cineasta amateur no pudo ser más profesional: con la cámara apoyada encima de una pila de guías telefónicas dispuestas en una mesa de luz, para garantizar la estabilidad, acompañaba las imágenes con comentarios de narradora.
La señora vive hace 40 años en Copacabana. De origen humilde, ayer tuvo que abandonar el departamento que había comprado a fines de la década del 60 con enorme esfuerzo. La salida de su vivienda se lo exigió el régimen de protección a los testigos en peligro.
Desde su ventana indiscreta, la anciana, a la que bautizaron con el seudónimo de Doña Vitoria, podía ver la Ladera de los Tabajaras del morro donde los narcotraficantes tenían su cuartel general. Dicen que en esa favela, los soldados de la droga facturan unos 20.000 dólares por semana (más de un millón de dólares al año).
Su pasión de cineasta nació por casualidad. Un día, harta de despertarse con los tiros que repicaban en el morro, avisó a la policía de las actividades de los narcotraficantes en Copacabana. No la quisieron escuchar. Fue entonces que resolvió comprar la filmadora en 12 cuotas: quería volver a reunirse con las autoridades policiales con pruebas.
Para no ser detectada y trabajar con comodidad, la mujer colocó una película oscura en la ventana. Y cuidó de permanecer lejos, ya que sabía que los narcos usaban largavistas para detectar los movimientos en su entorno. 24 meses después, la corajuda anciana volvió a entrevistarse con la Policía, esta vez con las filmaciones. 15 personas fueron detenidas y hay otras 32 que lo serán en breve. Entre los filmados hay 9 policías: dos ya están tras las rejas, un oficial y un suboficial.
Pero lo que Doña Vitoria tiene entre manos es un documental único. Parte de su testimonio cinematográfico fue publicado ayer por el diario carioca Extra. Las tomas son apabullantes: se pueden ver chicos de entre 6 y 12 años aspirando cocaína. Se pueden oír los comentarios de la anciana: «Mira ahí el futuro de Brasil. Esos chiquitos oliendo polvo y nadie hace nada», dice en una de las cintas. En otra parte se escu cha: «No voy a decir que no tengo miedo de ellos. Pero, como sea, voy a seguir filmando esos delincuentes».
Las escenas son un testimonio feroz de la vida desgraciada de las favelas. No sólo impresionan por la nitidez de la filmación. Lo que más asombra es el contenido: se ven grandes movimientos en la ladera del morro sobre todo los días feriados y los fines de semana. Colas de hombres y mujeres aguardan para comprar cocaína o marihuana. En las filmaciones se ve a los narcos ofrecer las drogas como si fuera una feria: a los gritos anuncian los precios que serán cobrados.
No menos asombrosas son las imágenes de adolescentes y niños con armas pesadas: en una de las tomas, hay un chico que apunta hacia algún lado con una escopeta de calibre 12. Pistolas y ametralladoras completan el arsenal de armas que pueden verse en el documental.
La vida de Doña Vitoria no fue sencilla. Quedó embarazada a los 13 años luego de ser violada por el hijo de un hacendado de Alagoas, su provincia. Tuvo una hijita que murió al tiempo. Fue entonces que decidió emigrar hasta recalar en Río de Janeiro. Allí se empleó en la casa de una familia rica y consiguió terminar la escuela primaria.
La anciana hizo recordar a los cariocas la historia de un grupo de mujeres que se autodenominan «Vecinas chismosas». Hace algunos años, las señoras —ya entradas en años— decidieron convertirse en una suerte de espías al servicio de la seguridad ciudadana. Comenzaron en la playa de Ipanema, pero ahora, las vecinas chismosas actúan en toda la ciudad. Provistas de largavistas o simplemente a ojo, tratan de observar todo lo que ocurre en la ciudad para identificar actividades delictivas. Son el ojo acusador de Río de Janeiro.

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