Por Armando Neira
¿Tuvo Ancízar López López el presentimiento de que iba a morir en cautiverio? Es posible. Porque el 11 de abril de 2002, cuando se lo llevaron para siempre, les imploró a los secuestradores que le permitieran aspirar por última vez el aroma de sus cultivos de café. «No se ponga con pendejadas y súbase rápido al carro», le ordenó en seco uno de los seis hombres que habían ido por él hasta su finca La América, en Quimbaya, Quindío.
A las 6:37 de aquella tarde, los secuestradores partieron en el carro del propio López, una camioneta Toyota roja y de estacas. No tenía escoltas y los jornaleros se quedaron paralizados, pues no sabían qué hacer en un caso así. De cualquier manera, nadie tenía previsto que intentaran algo contra alguien como él, que iba a cumplir 78 años de vida.
La camioneta atravesó el corazón verde de Colombia, el Quindío, donde nació el 25 de mayo de 1926. En esa época esta era la tierra soñada por los antioqueños sobrevivientes de la Guerra de los Mil Días, que llegaban con sus mujeres a llenar las nuevas casas con decenas de hijos mientras ellos tumbaban monte a golpe de hacha. El arriero Manuel López Henao, su padre, y Clementina López, su madre, tuvieron 18 hijos y despejaron suficiente terreno para levantar la prosperidad soñada.
Dieron el salto social cuando reunieron los medios suficientes para enviar a su hijo Ancízar a estudiar derecho a la Universidad Javeriana, en Bogotá. En aquel entonces un buen litigante no sólo debía memorizar los códigos sino brillar en la oratoria. Los estudiantes iban a escuchar a Jorge Eliécer Gaitán para aprender esas artes, porque si alguien sabía argumentar era el caudillo liberal.
Ancízar aprendió de él la fascinación por la política, y el horror por el país en el que le tocó vivir. El 9 de abril de 1948 oyó en la radio que habían matado a Gaitán, salió a la calle y fue testigo de la ira popular, del incendio, de las revueltas y de la furia de los bogotanos. «Si en este país lo matan a uno por político, que a mí me maten por liberal», dijo a los amigos con los que compartía un apartamento en el centro de la ciudad. Y se hizo liberal.
Volvió a su tierra, la misma donde años después se lo llevó una banda de secuestradores comunes que, como establecieron las autoridades, se dedica a llevarse personas para ‘vendérselas’ al grupo guerrillero o paramilitar que haga la mejor oferta. Pero antes de que lo secuestraran y de que se muriera indefenso en la selva, tuvo el método, el tiempo, la energía y las ganas suficientes para hacer de su vida una de las más prolíficas en la historia del Quindío.
Haber fundado el departamento es sin duda la más notoria. Luego de haber sido concejal y alcalde de Armenia, a principios de la década del 60 fue electo representante a la Cámara. Desde allí empezó a trabajar para darle la ‘independencia’ a su región, que entonces pertenecía al departamento de Caldas. Lo logró cuando un proyecto suyo se convirtió en la Ley 2ª de 1966 que creó el departamento. El primero de julio de 1966, en un acto de justicia, el presidente Guillermo León Valencia lo nombró primer gobernador de departamento del Quindío.
Ese día habría sido el más feliz de su vida si no fuera porque una década atrás, el 4 de noviembre de 1956, el Deportes Quindío se había coronado campeón del fútbol colombiano. Esa tarde de domingo el equipo que él y otros amigos cafeteros habían creado logró una hazaña que, a la fecha, no ha podido repetir. Hasta poco antes, la afición local por el fútbol tenía que conformarse con ver los domingos partidos entre agricultores, recolectores y propietarios de las fincas. Hasta cuando vino a Colombia el equipo argentino Wanders a hacer una gira de encuentros amistosos. Ancízar López y sus compadres invitaron al club a jugar a Armenia. Los futbolistas gauchos fueron seducidos por el verde de sus montañas, el aroma del café y la belleza de sus muchachas. Los caficultores hablaron con los propietarios del Wanders y en un hecho insólito compraron el pase de todos los deportistas. Para darle un toque nacional, en cada partido alineaban a un jugador de la región que acompañaba a los 10 argentinos que arrasaban con cuanto rival tuvieran al frente.
En el primer partido, el 19 de marzo de 1951, el Quindío jugó contra el Deportes Caldas, pero no asistió uno de los jueces de línea. Eran otras épocas y Ancízar López, gestor del primero, tuvo que oficiar ante la ausencia del titular. Ganó el Quindío 2-1 y la historia dice que el comportamiento del improvisado juez fue intachable. Aunque probablemente sea el primer árbitro en la historia que después del partido fue a celebrar hasta la madrugada con el equipo ganador.
Hasta el miércoles de la semana pasada, cuando se celebraron las honras fúnebres en la catedral de Armenia y su ataúd fue llevado en hombros por líderes liberales, la anécdota se contaba entre risas y expresiones de júbilo. Ese día los abuelos argentinos Roberto Urruti, de 87 años, y Manuel Dante País, de 84, estaban tristes y derrumbados. Los dos son los únicos sobrevivientes de aquel equipo glorioso. El primero era delantero, y el segundo, defensa. Y por sus arrugadas mejillas corrieron lágrimas de dolor al ver que al fundador del equipo de sus amores se lo había llevado la violencia.
Una violencia que no sólo afectó a Cornelia Botero, la esposa de Ancízar López, y a sus cuatro hijos, sino a cada una de las instituciones y los círculos sociales de este departamento de apenas 2.000 kilómetros cuadrados. La Universidad del Quindío allí estuvo entre sus fundadores, lo mismo que el Club Campestre, el Hospital Departamental, la Cooperativa de Caficultores de Armenia… En fin, el departamento entero, pues en cada uno de los 12 municipios está su huella.
Amigos y opositores lo llamaban ‘El Cacique del Quindío’, por virtudes o defectos políticos. Lo cierto es que estuvo 30 años en el Congreso como representante y senador, y que si bien le gustaba las masas y participar en las maquinarias políticas, realmente se sentía bien cuando laboraba entre sus cultivos de café, donde esa tarde aciaga les suplicó a sus secuestradores que le dejaran aspirar por última vez el aroma del grano por el que tocó el cielo y conoció el infierno.
En efecto, en tiempos de prosperidad sacaba cosechas de 100.000 arrobas de café que se iban para Estados Unidos a tres dólares la libra. Esta quimera se vino al suelo en 1998 cuando llegó la broca y él apenas sacaba 30.000 arrobas de un grano malo y diminuto. Hombre de convicciones fuertes, rechazó el ofrecimiento de la Federación Nacional de Cafeteros que pagaba a los caficultores un millón de pesos por cada hectárea tumbada de café para sembrar otro producto.
Obstinado, se negó a pactar y zarpó solitario en una aventura que lo habría de llevar a la quiebra pues, a pesar de sus esfuerzos, ningún cafetero volvió a vivir las épocas de esplendor que él guardaba entre sus nostalgias. Por el contrario, él se quebró y se endeudó con los bancos que, aunque sabían de su situación, le giraban el dinero porque confiaban en su palabra. Cuando la banda de delincuentes comunes se lo llevó, estaba enfermo y en bancarrota y a punto de cumplir 80 años
Durante un homenaje en Armenia meses antes de su secuestro,
Gildardo Enrique Gabriel Quintero fue capturado en Medellín y aceptó ser miembro del ELN. Además, fue el que contó que Ancízar López se había muerto «hace dos años». Gildardo Hernandez fue capturado y señalado por las autoridades como autor del secuestro pero insólitamente fue liberado
Por esa razón, ninguno de sus hijos llegó a creer jamás que él fuera a ser víctima de un secuestro, un delito que golpea a la víctima y rompe de tajo los días de tranquilidad de toda la familia y de los amigos más cercanos. La primera llamada de los secuestradores impactó a la familia por las abismales diferencias económicas y emocionales de los interlocutores. Manuel Antonio López Botero, uno de sus hijos, recuerda que el pecho se le salía del corazón y de la emoción por tener una noticia de su ser querido: «¿Cómo está de salud? ¿Está comiendo? ¿Lo arropan para dormir? ¿Lo tienen con una cadena?», preguntaba mientras al otro lado una voz fría repetía escuetamente: «Cabrones alisten cinco millones de dólares porque este viejo se les va a morir y es culpa de ustedes».
La vida de los cuatro hermanos cambió para siempre. Compraron celulares y radioteléfonos, si timbraban y no eran los secuestradores, colgaban de prisa para no perder su llamada, se alternaban en noches de vigilia frente al teléfono y empezaron en una peregrinación por todo el país hasta llegar al bajo mundo en la frenética ansiedad de saber un dato, una información, un detalle, cualquier cosa. Y por su casa llegó una romería de brujos, espiritistas, hechiceros, informantes e infinidad de otros personajes. Todos se presentaban con el argumento de que tenían información «por un precio razonable». A decenas les pagaron esperanzados.
Fue así como establecieron que su padre había sido ‘vendido’ por la banda al ELN, que a su vez lo llevó a su campamento en las selvas de Mistrató, cerca de Tadó, entre los departamentos de Risaralda y Chocó. Este es un sitio de selva tupida y húmeda sobre la que llueve permanentemente. Junto a él estaban tres secuestrados más. Uno al que llevaron para otro sitio, otro al que dejaron libre porque se enloqueció en el cautiverio y ahora deambula por las calles de las grandes ciudades llorando y gritando: «Libérenme, libérenme, libérenme, por favor». Y otro más cuya familia pagó y después fue a contarle a la familia López cómo estaba su esposo y padre.
Les contó que estaba muy mal, que sufría mucho por la insuficiencia renal, que se cansaba porque los guerrilleros los cambiaban cada tres semanas de campamento hasta hacer un círculo en la selva y volver varios meses después al punto de partida. También narró que le hacía mucha falta su familia, sus matas de café y que le dolía no saber cuándo era domingo para acompañar mentalmente a Deportes Quindío. Y también contó que los secuestradores eran 15 personas: tres adultos bien armados y 12 niños que no superaban los 14 años. Los niños estaban siendo preparados para las artes de la guerra y su primera lección era vigilar a secuestrados.
Con los datos precisos, la familia acudió a la Cruz Roja Internacional para que sirviera de intermediario y le hiciera llegar la droga que le controla la insuficiencia renal. Sin embargo, el ELN nunca aceptó que lo tenía y rechazaron recibir el medicamento. La familia insistía y se lo hizo saber así al Comando Central del ELN (Coce), pero sus miembros también negaron tener algo que ver. Lo único que la familia recibía era llamadas periódicas en las cuales los insultaban y les decían que «el viejo se va a morir por su culpa».
Sus familiares nunca volvieron a participar en una fiesta, no volvieron a celebrar una Navidad, ni un Año Nuevo. «No se hace nada que divierta porque uno empieza a sentirse culpable. ¿Cómo voy a disfrutar yo y nuestro padre allá muriendo?», pregunta Antonio López. Ni siquiera en casa se volvió a escuchar uno de los mil tangos que Ancízar López coleccionó a lo largo de su vida.
La negociación siguió hasta cuando la voz recia y agresiva fue cambiada por otra más tranquila. «Soy del ELN», les dijo. Para ellos fue un descanso porque ya tenían al menos a alquien con quien hablar. El interlocutor además aceptó enviarles una prueba de vida: dos fotos en la que aparece Ancízar López flanqueado por dos guerrilleros y en las manos tiene una copia de la revista SEMANA de julio 22 de 2002.
La familia le dijo al miembro del ELN que habían reunido todo el dinero posible en efectivo y que lo iban a enviar con el padre Gabriel Arias Posada, sin duda una de las figuras más carismáticas y queridas del departamento. Le pidieron al conductor Fernando Tamayo Duque, quien trabajaba desde niño con Ancízar López, que acompañara al religioso en esa delicada misión. El 17 de octubre de 2002 a las 5 de la tarde, en la vereda San Luis, en Anserma (Caldas), los dos enviados fueron asesinados al borde de una carretera. «La plata no era suficiente y este es un mensaje para demostrar que la cosa es en serio», le dijo el miembro del ELN a la aterrada familia.
Entre tanto, las autoridades capturaron a dos personas señaladas de pertenecer a la banda que ejecutó el secuestro: Jorge Hugo Trejos Bañol, quien salió libre el pasado 5 de agosto porque el expediente en su contra desapareció increíblemente durante 36 horas en un envío a Cali y volvió a aparecer cuando el sindicado se había ido; y Gildardo Hernández, quien fue dejado en libertad el 23 de agosto, hace tres semanas, porque el juez consideró que «todo el material remitido carece de cadena de custodia, rótulo y embalaje».
Sin embargo, el 4 de julio la Policía había capturado en Medellín a Gildardo Enrique Giraldo Quintero, alias ‘Gabriel’, quien aceptó ser miembro del ELN y contó que Ancízar López había muerto como «hace dos años». Al principio, la familia no dio crédito porque la negociación seguía. Sin embargo, la información fue corroborada por el comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, quien llamó a César López, el otro hijo del secuestrado, y le informó que el ELN iba a entregar los restos.
Y así fue. El lunes pasado una comisión humanitaria recibió en San Antonio de Chamí, también en Mistrató, una bolsa negra con unos huesos. Los restos óseos fueron llevados al anfiteatro de Armenia donde médicos legistas con las cartas dentales trabajaron en su identificación. La labor fue lenta porque los huesos estaban llenos de tierra fresca, lo que indica que estaban recién desenterrados. Además, las mandíbulas estaban rotas. El odontólogo de la familia confirmó que sí era, pero que lo que sucedió fue que los guerrilleros rompieron esta cavidad para arrancarle hasta las muelas de oro que había atesorado durante años.
La semana pasada, los miembros de la familia se reunieron y realizaron la sencilla ceremonia que el país vio por televisión. Luego se abrazaron y se marcharon a casa. Allí se les vio exhaustos y demacrados. «¿Qué van a hacer ahora?», se les preguntó. «Volver a dormir», dijo Manuel Antonio. Entre tanto, el ELN emitió un comunicado en el que aceptó el secuestro y al que tituló: «Allanando el futuro de paz».