El huracán Katrina fue el origen de varias tragedias. Algunas de ellas todavía no se pueden medir con exactitud, pero seguramente son muy graves. Se desconoce, por ejemplo, cuántas personas murieron como consecuencia de los vientos y las inundaciones que sucedieron a la tormenta.
Primero, las autoridades de Nueva Orleáns calcularon que el número de fallecidos por este fenómeno natural superaba los 40 mil. Días después, en la medida en que bajaban las aguas y no aparecía el mar de cadáveres las cifras se tornaron más conservadoras (10 mil). Pero hasta el momento sólo han contado mil 200 cuerpos. Comparado con el número difundido al inicio esto resulta mínimo. Pero para los deudos de esas personas seguramente es como si el mundo se hubiese derrumbado. Y esto no se puede perder de vista, ni siquiera en los análisis más fríos.
Katrina, además, ocasionó destrozos en 5 regiones de Estados Unidos. Todo esto implica una importante pérdida patrimonial, que según la firma Risk Management Solutions asciende a los 100 millardos de dólares, lo que haría de este huracán el más costoso de la historia de ese país. BBC indicó que las aseguradoras podrían tener que cancelar hasta 35 millardos de dólares. ¿Quién absorberá el resto de los costos? 65 millardos de dólares es poco menos que el total de la deuda externa argentina y dos veces la deuda externa venezolana. Se cree que esta cantidad será asumida directamente por el gobierno federal, a través de fondos de ayuda y partidas especiales aprobadas por el Congreso.
Este huracán no trajo consecuencias más nefastas porque la gente de a pie supo entender a última hora que era necesario abandonarlo todo, so pena de morir presa de las fuerzas de la naturaleza. La organización social del sur estadounidense, tan influido por las migraciones de centro y Suramérica, fue puesta a prueba y continuará estando así hasta que la vida retorne a una cierta normalidad.
Para el momento en que estas líneas eran escritas, el secretario de Seguridad Interna Michael Chertoff declaraba ante la Cámara de Representantes que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) se vio “abrumada” por la magnitud del desastre. El director de la institución para el mes de agosto, Michael Brown, renunció luego de una decisión presidencial le quitó el liderato de las labores de rescate para colocarlo en manos militares. Desgraciadamente, el asunto se politizó. Y tenía que ser así, toda vez que el presidente George W. Bush se mantuvo por más de dos días al margen de lo que ocurría en los estados que quedaron bajo las aguas. Lugares que, por cierto, bastante contribuyeron para su primera elección presidencial.
La FEMA había nacido esencialmente como una organización de protección o defensa civil. Pero luego de los ataques terroristas de septiembre de 2001 tuvo que orientar una parte importante de sus recursos a la preparación ante eventuales ataques terroristas. Siendo una agencia federal, esta decisión tuvo que ser tomada por Washington a través del Departamento de Seguridad Interna. Alguien tenía que pagar, y ese fue Brown. Primer chivo expiatorio.
La oficina del Contador General (GAO, por sus siglas en inglés) advirtió en julio que de los 39 departamentos dedicados a la respuesta ante emergencias 31 se negaron a que los recursos fuesen dispersados en afrontar diversos tipos de escenarios, y prefirieron concentrarse en el tema del terrorismo y el uso de las armas de destrucción masiva.
Son muchas las críticas que podrían hacerse en este momento a la actuación del gobierno federal, o a la falta de ella. Pero quizá lo más grave fue la indebida prospectiva en torno a las consecuencias que tendría Katrina sobre ciudades como Nueva Orleáns y la inadecuada evaluación del desastre, una vez planteado. Por momentos, los saqueos y violaciones, los maltratos policiales y la falta de atención médica hicieron pensar que lo peor aún no había llegado.
Los pobladores de las regiones afectadas tendrán que acudir ahora a toda su capacidad organizativa y a su creatividad para sobreponerse a esta situación. Las tragedias pueden ser vistas como situaciones insuperables, pero también como oportunidades para rehacer las cosas sin los errores del pasado.