El desafío de La Macarena
Hoy comienza el que quizá es el mayor pulso con las Farc en lo que va de este gobierno, en una zona que encierra las mejores y las peores cosas del país: la serranía de La Macarena, a la vez emblema de la biodiversidad y corazón de la guerra.
La campaña de erradicación manual que hoy se inicia en ese parque nacional –ordenada por el Presidente, luego de la muerte de 29 soldados en Vista Hermosa (Meta) a manos de las Farc, el pasado 27 de diciembre–, con el objetivo de eliminar cerca de 4.500 hectáreas de coca allí sembradas, no tiene precedente.
Es la mayor operación de ese tipo emprendida en Colombia. Cerca de la mitad de todos los erradicadores del país –más de 900– pasarán 120 días arrancando de raíz los verdes arbustos (en la frontera con Ecuador, donde se adelanta una tarea similar por acuerdo entre los presidentes, participan casi tres veces menos erradicadores). Es, también, una compleja operación administrativa. Transportar, dar de comer y minimizar el impacto ecológico sobre el parque de un millar de erradicadores y 1.500 policías y 6.000 soldados que los cuidan, es todo un reto logístico.
Pero esta campaña es, ante todo, una delicada y peligrosa operación militar. Un número que puede llegar a varios cientos de guerrilleros de los frentes 27, 40 y 43 de las Farc ejerce sobre esta región, en la que han tenido una presencia histórica, un control casi completo. Según los informes, solo lo perdieron en el casco urbano de Vista Hermosa (hoy con presencia del desmovilizado Bloque Centauros, al que se le atribuye unos 20 desaparecidos) pero mantienen intacta su fuerza rural. Abundan campos minados, maletas y paquetes bomba en caminos, alambradas y árboles con los que los guerrilleros intentan impedir el avance del Ejército y han cobrado víctimas civiles y dejado muchos animales muertos. Feroces combates se libran cotidianamente hace días (el principal golpe sufrido por el Ejército en este gobierno fue el de Vista Hermosa). Las Farc han ordenado salir a varios miles de raspachines y a las 2.500 familias que se calcula habitan dentro del parque.
Según periodistas de este diario que la recorrieron, la serranía produce una infinita tristeza. La coca ha devastado miles de hectáreas y contaminado aguas; la guerra ha convertido una maravilla de la naturaleza en un sitio al que, por años, aun después del conflicto, la gente no irá por miedo a pisar una mina.
La perspectiva de la confrontación a gran escala ha creado para el Gobierno también un desafío social. Además de atender a los muchos desplazados que ya se ven en Vista Hermosa, deben pensarse soluciones de largo plazo para las familias que vienen habitando en territorio del parque.
Sobra recalcar la importancia de que la erradicación en este parque se haga en forma manual y no con la dañina aspersión aérea. La preservación de la reserva amerita las dificultades y los costos, y es de esperar que semejante esfuerzo tenga éxito. Por el cuidado del propio parque, por supuesto. Pero también porque, bien librado este, quizá el mayor pulso puntual con las Farc en este Gobierno, sería una demostración de las bondades de la erradicación manual frente a la fumigación.
En caso de un eventual revés o de grandes dificultades, no faltará quien saque la conclusión de que hay que fumigar los parques.
Sería un error. No solo porque La Macarena es un macizo ecológico único en el mundo, además de una zona que las Farc consideran suya y que, pese a haber contribuido grandemente a su destrucción, defenderán milímetro a milímetro. Sino porque los retos del conflicto armado no deben llevar al Estado a envenenar con fumigaciones recursos estratégicos tan importantes para el futuro del país como son sus reservas naturales. De allí la comprensible ansiedad con la que el país espera el desenlace del desafío que se inicia hoy en La Macarena. Hay mucho en juego.
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