Megatendencias de la seguridad internacional

Megatendencias en la Seguridad Internacional
Ponencia presentada en el «VIº Encuentro Nacional De Estudios Estratégicos», organizado por la Escuela de Defensa Nacional. Buenos Aires, 3 al 5 de noviembre de 2003.
Introducción
Contexto internacional de carácter imperial
Internacionalización de los asuntos nacionales
Sacralización de las fronteras nacionales
El choque de civilizaciones reemplaza a la puja ideológica
Formación de dos bloques comerciales y políticos
Aparición de nuevas amenazas en el campo estratégico
Aparición de regiones sin ley
Un nuevo tercer mundo
El tema migratorio se introducirá en las agendas internacionales
Aparición del delito étnico
1. INTRODUCCIÓN
El fin del milenio y el inicio de un nuevo siglo nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza del escenario geoestratégico que nos aguarda y muy especialmente sobre las nuevas amenazas a la seguridad y estabilidad internacional. Es así, como sin intentar introducirnos en un ámbito tan complejo como el de la futurología hemos intentado, sin embargo, proyectar algunas de las actuales grandes tendencias que imperan en el mundo en su desarrollo a mediano plazo. En esta tarea recurrimos a la guía del Libro Blanco de la Defensa Nacional elaborado por el Ministerio de Defensa de la República Argentina y a la opinión de otros prestigiosos especialistas. Así, seleccionamos las siguientes diez megatencias que creemos deberían ser tomadas en consideración al momento de diseñar nuestras políticas de Defensa y Seguridad Interior. Ellas son:
Contexto internacional de carácter imperial.
Internacionalización de los asuntos internacionales.
Sacralización de las fronteras nacionales.
El «choque de civilizaciones» reemplaza a la puja ideológica.
Formación de dos bloques comerciales y políticos.
Aparición de nuevas amenazas en el campo estratégico.
Aparición de regiones sin ley.
Un nuevo tercer mundo.
El tema migratorio se introducirá en las agendas internacionales.
Aparición del delito étnico.
Estas megatendencias serán analizadas en forma detenida en los siguientes capítulos.
2. CONTEXTO INTERNACIONAL DE CARÁCTER IMPERIAL
El contexto internacional vigente durante la Guerra Fría (1946 – 1991) estuvo dominado por condicionamientos estratégicos rígidos, cuya desaparición ha dado lugar al desarrollo de particularidades propias del actual estado de los asuntos mundiales.
La Guerra fría configuró un sistema bipolar, liderado por las dos superpotencias de esa época. La multiplicación del armamento nuclear a disposición de ambas, con la amenaza de un holocausto que pusiera fin a la civilización, generó un balance estratégico que condicionó, de un modo casi total, la agenda internacional del período, con un fuerte predominio de las cuestiones de seguridad.
La siempre latente posibilidad de una guerra nuclear de consecuencias imprevisibles, y el enfrentamiento absoluto de ambos sistemas antagónicos, actuaron como dique de contención de otras problemáticas existentes en el mundo, ya fueran históricas, culturales, religiosas o meramente geográficas.
En términos generales puede decirse que el orden dual de la Guerra Fría da paso al nuevo orden de carácter imperial, que se aprecia actualmente en el sistema internacional.
Hacia fines de la década de los años ochenta repentinamente se modificó todo el escenario internacional. Como muy bien señala Eric Hobsbawn: «El fin de la guerra fría suprimió de repente los puntales que habían sostenido la estructura internacional y, hasta un punto que todavía somos incapaces de apreciar, las estructuras de los sistemas mundiales de política interna. Y lo que quedó fue un mundo de confusión y parcialmente en ruinas, porque no hubo nada que los reemplazara. La idea, que los portavoces norteamericanos sostuvieron por poco tiempo, de que el antiguo orden bipolar podía sustituirse con un nuevo orden mundial basado en la única superpotencia que había quedado y que, por ello, parecía más fuerte que nunca, pronto demostró se irreal. No podía volverse al mundo de antes de la guerra fría porque era demasiado lo que había cambiado y demasiado lo que había desaparecido: todos los indicadores habían caído, había que modificar todos los mapas. A políticos y economistas acostumbrados a un mundo de una sola clase incluso les resultaba difícil o imposible apreciar los problemas de otra clase».
En la post Guerra Fría los Estados Unidos de Norteamérica han emergido como la única hiperpotencia con una concentración de poder, en lo militar y en lo económico, sin igual en la historia. El poderío del Imperio Americano es incluso superior al que en su momento detentaron otros imperios, como el de los Hausburgo, en tiempos de Carlos V -siglo XVI-, o el Imperio Británico en la era victoriana -siglo XIX-.
A esta concentración de poder se suma otra circunstancia también sin precedentes en la historia: la capacidad de proyectarlo a cualquier punto del planeta. Con sólo el cinco por ciento de la población mundial, consume el 27 por ciento de producción mundial anual de petróleo, crea y consume el 30 por ciento del Producto Bruto Mundial y efectúa el 50 por ciento de todos los gastos de defensa del mundo.
El presupuesto del Pentágono de 410.300 millones de dólares, implica un gasto de 1.099 millones de dólares por día para gastos de defensa, investigación y desarrollo de nueva tecnología, entre lo que se destaca el programa de defensa misilístico por 9.100 millones de dólares. Esto implica que los gastos de defensa norteamericanos superan a los gastos efectuados por el resto del mundo, algo que nunca había ocurrido antes. Por lo tanto, ha desaparecido toda posibilidad del balance estratégico que caracterizó el período anterior, sin haber sido reemplazado aún por otro mecanismo.
El predominio estratégico de los Estados Unidos se hizo más evidente a partir de los cambios en la política de defensa y seguridad norteamericana tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. A partir de ese momento, los Estados Unidos han redefinido sus intereses vitales haciendo depender su seguridad nacional de la seguridad y estabilidad del sistema internacional.
En octubre de 2002, el documento denominado «The National Security of the United States of America» dado a conocer por la Administración Bush, acentuó la predisposición de los Estados Unidos para el empleo de su potencial militar en forma unilateral y aún de modo preventivo.
La doctrina de la «seguridad preventiva» marca una transformación fundamental en los preceptos de seguridad que han orientado la política exterior de los Estados Unidos a lo largo del siglo XX.
A partir de esta nueva doctrina los Estados Unidos abandonan la tradición de actuar en los grandes conflictos bélicos como líderes de coaliciones multinacionales. Esta fue la forma en que los americanos se involucraron en la Primera y Segunda Guerra Mundial y, en menor medida, en los conflictos de Corea (1950 – 1953), Vietnam (1965 – 1975) y Granada (1986) y en la más reciente «Guerra del Golfo» (1991).
Norteamérica ha alcanzado tal estructura estratégica que sus planificadores militares se consideran en capacidad de enfrentar en forma simultánea hasta cinco conflictos de similar envergadura que la «Operación Tormenta del Desierto».
Otro importante cambio en la política de defensa y seguridad es el anuncio de que «Estados Unidos actuará contra las amenazas emergentes antes de que ellas estén completamente formadas» y que «en el nuevo mundo que hemos entrado el único camino para la paz y la seguridad es el camino de acción» –a diferencia del camino anterior basado en la disuasión-.
El aspecto medular de la nueva política estadounidense radica en la acción preventiva en destruir las amenazas «antes de que alcancen nuestras fronteras». Estados Unidos no dudará en actuar sólo si lo considera necesario en el ejercicio de su autodefensa. Así abandona también la «doctrina de la retaliación», es decir, la tradición de actuar únicamente después de ser atacado.
En 1898, la voladura del acorazado «Maine» –y la muerte de 400 marinos norteamericanos- fondeado en la bahía de la Habana brindó el pretexto para intervención norteamericana en la Guerra de Cuba.
En abril de 1917, el presidente Wilson no se dejó tentar por la provocación que significaba la declaración alemana de «guerra submarina a ultranza» y el imprudente «telegrama Zimmermann» para introducir a los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. El presidente aguardó al «incidente manifiesto» provocado por los submarinos alemanes con el hundimiento de cuatro buques norteamericanos, y la consiguiente perdida de vida de sus tripulantes, antes de declarar la guerra a las potencias centrales.
En la misma forma procedió el presidente Franklin D. Roosevelt, quien demoró, hasta que se produjo el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbour, en diciembre de 1941, para involucrar a los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Harry Truman, en 1950, esperó a que las tropas de Pyong Yang cruzaran el paralelo 38 para lanzar a las tropas norteamericanas a «contener» el avance comunista en Corea. Incluso en Vietnam, el presidente Johnson dudó en involucrar directamente a las fuerzas norteamericanas hasta el incidente de la Bahía de Tonkin en agosto de 1964. Más recientemente, el presidente George Bush decidió atacar a Irak sólo después de que Saddam Hussein invadió al emirato de Kuwait en 1990. Incluso la lucha abierta contra el terrorismo y la invasión de Afganistán para destruir las bases de Al Qaeda son una respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Esta combinación de «unilateralismo» y «acción preventiva» no puede dejar de despertar en los pueblos del tercer mundo reminiscencias de la «del big stick» cuando el presidente Thedy Roosevelt defendía los intereses norteamericanos enviando cañoneras y «marines» para castigar a cualquier gobierno que pretendía defender sus economías del atropello imperial. Ayer -como hoy-, «la política de las cañoneras» se llevaba a cabo sin ninguna consideración por el derecho internacional y los derechos humanos de las poblaciones que recibían en forma directa los efectos de la violencia imperialista.
La política del ataque preventivo ha recibido fuertes críticas incluso en los Estados Unidos. El ex candidato presidencial demócrata y ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, señaló que esta doctrina es contraria al artículo 51 de la carta de las Naciones Unidas y alertó sobre el efecto de demostración e imitación que puede producir esta doctrina.
«Si otras naciones –dijo Gore- hacen valer el mismo derecho, entonces las reglas del derecho rápidamente serán reemplazadas por el reinado del miedo. Cualquier nación que perciba circunstancias que pueden eventualmente llevar a una amenaza inminente podría justificar bajo esta aproximación una acción militar contra otra nación». En consecuencia, la aplicación de la misma doctrina por otros estados para resolver sus conflictos, como por ejemplo India con relación a Pakistán o China con relación a Taiwán podría conducir directamente a la destrucción del sistema internacional.
Se observa ahora una situación de poder general difuso, el cual es ejercido por múltiples actores en diversos campos y sustentado por diversos atributos.
Esta situación ha introducido un fuerte ingrediente de incertidumbre en la evolución de los asuntos mundiales, debido al cual es difícil anticipar estratégicamente tanto los acontecimientos como sus consecuencias, generando así condiciones contextuales más riesgosas y menos previsibles.
INTERNACIONALIZACIÓN DE LOS ASUNTOS NACIONALES:
La antigua división entre asuntos internos de un Estado, esfera reservada al orden jurídico nacional y al ejercicio absoluto de su soberanía, y asuntos internacionales donde se involucran dos o más estados conforme al derecho internacional público, los usos y costumbres de las relaciones interestatales o la simple apelación al empleo de la violencia para la resolución de las controversias, pierden paulatinamente su vigencia.
Ello se debe a la conjunción de varios factores:
La globalización. Según los profesores británicos David Held y Antony Mc Grew: «el concepto de globalización define un proceso o conjunto de procesos universales que generan una multiplicidad de vínculos e interconexiones que trasciende a los estados y sociedades que conforman el sistema mundial moderno». Agregando luego: «Las actividades sociales, políticas y económicas están siendo «extendidas» a través del globo de manera tal que los acontecimientos, decisiones y actividades que ocurren en un lugar del mundo pueden ser significantes de inmediato para personas y comunidades que se encuentran en sitios bastante distantes del sistema global».
En otras palabras, hoy en día, los bienes, el capital, las personas, el conocimiento, las imágenes, las comunicaciones así como también el delito, la cultura, los contaminantes, las drogas, las modas y las creencias atraviesan con facilidad las fronteras territoriales, las redes transnacionales, los movimientos sociales y las relaciones pueden extenderse a prácticamente todos los ámbitos de las actividad humana. La existencia de sistemas globales de comercio, de finanzas y producción vincula la prosperidad y destino de hogares, comunidades y naciones.
La internacionalización de la producción que llevó a la globalización de los servicios bancarios y financiero, configurando un mercado financiero global único con transacciones que se realizan prácticamente durante las 24 horas del día, ha propiciado que el crimen también se haya hecho global en la medida que las organizaciones delictivas se interconectan para extender sus operaciones a todos los escenarios internacionales.
La globalización de los mercados pone a las economías nacionales bajo la incidencia de frecuentes crisis económicas producidas en lugares remotos: Así, la crisis del tequila en México, la del sudeste asiático, la crisis rusas proyectaron sus efectos sobre todas las economías del mundo y en especial en los llamados mercados emergentes. La instalación de sedes empresariales –por ejemplo-, o su cierre, que tanto influyen en los lugares donde ocurren, muchas veces son decididas en lugares lejanos y con objetivos que nada tienen que ver con los intereses de quienes viven en ese lugar. Es decir, que la globalización implica, en primer término, una interdependencia intensificada y compleja entre las economías nacionales, con un alto grado de interpenetración en todas las actividades económicas.
La estabilidad de las economías nacionales, en consecuencia, depende no solo de la gestión de las autoridades locales sino especialmente de sus relaciones internacionales, la diversificación de sus mercados y la fortaleza de sus vínculos con los organismos financieros internacionales.
La internacionalización de la información: En la década de 1960, el escritor Marshall McLuhan acuño la expresión «aldea global» para referirse a las características que el planeta comenzaba a adquirir a partir de los adelantos de las telecomunicaciones, que permitirán que la información llegara, en forma instantánea y al mismo tiempo, a todos los lugares del mundo.
Esto también significa que los acontecimientos cotidianos de cualquier lugar se ven influidos por procesos lejanos que, aparentemente, no tienen relación con los de allí.
El mayor alcance de los medios de comunicación, en especial de la radio y la televisión, pero también de la telefonía móvil y satelital, el fax y la Internet hacen que las noticias nacionales se tornen inmediatamente internacionales y que los gobiernos pierdan el control de la opinión pública interna.
Las guerras se ven por televisión en directo, con cámaras adheridas a los blindados y periodistas «integrados» a las tropas. Con la guerra desarrollándose por televisión, los televidentes se convierten en parte del ejército invasor. Incluso el mismo ejército se convierte en parte de la audiencia. Durante la guerra de Irak, en abril del 2003, las tropas norteamericanas –por ejemplo- de un transporte aéreo miraban en la CNN para observar como de desarrollaba el conflicto y cual era el ritmo de avance de sus fuerzas. Los soldados observaban a sus camaradas y a sus enemigos por televisión como simples televidentes. De pronto todos los televidentes del mundo se ven involucrados en la guerra.
La información se convierte en un instrumento militar –un instrumento estratégico- a un nivel sin precedentes. La propaganda convierte al enemigo en un dictador o un criminal de guerra en forma instantánea sin que sea necesario aportar pruebas. Un gobierno se transforma en un «régimen dictarial» que amenaza la paz del mundo y un aliado –aunque sea una monarquía medieval que aún tolera la esclavitud- es presentado como parte del «mundo libre» o de las «democracias occidentales». Durante el desarrollo de las operaciones, la percepción de estar ganando es casi lo mismo que ganar realmente. Mientras Saddam Hussein parecía en el poder en la televisión sus tropas resistieron. Mientras el ejército de los Estados Unidos pudo mostrar al mundo que estaban ganando, el mundo creyó en una fácil victoria americana. En la «aldea global» la cámaras de televisión se transforman en armas.
El incremento de los flujos humanos: La actual facilidad y rapidez de las comunicaciones a distancia ha incrementado los flujos, es decir los movimientos, entre los distintos lugares del planeta. Los movimientos pueden ser de mercaderías o de personas, de capital, de información o de ideas, pero todos se caracterizan por su volumen creciente y por la mayor facilidad con que se realizan. El crecimiento del número de pasajeros y de vuelos, tanto por turismo como por actividades comerciales y/o migratorias, de un Estado a otro generan un nuevo tipo de relaciones que demandan un nuevo tipo de regulaciones. Al mismo tiempo generan una homogeneización de las costumbres, en especial de las tendencias del consumo, y es otra característica del actual escenario internacional.
Al mismo tiempo generan nuevos riesgos de seguridad en la medida que contribuyen a la difusión mundial de enfermedades y epidemias –por ejemplo: el Síndrome de Neumonía Atípica- y el peligro potencial de atentados biológicos a escala planetaria.
Las guerras intraestatales: Los conflictos bélicos también se ven afectados por este fenómeno. Las guerras pasan de interestatales a intraestatales. Datos de la ONU indican que desde la caída del Muro de Berlín hasta 1995 se produjeron en el mundo 126 conflictos, de los cuales 123 eran intraestatales; dos de los restantes, correspondientes a Bosnia y Nagorno – Karabakh, tenían un carácter interestatal discutible. Los conflictos internos de un Estado originan la intervención militar de otros estados en su territorio.
Como afirman Hardt y Negri, la existencia de un poder imperial convierte a todo conflicto, en un conflicto intraestatal. Las guerras imperiales se transforman en guerras civiles o acciones policiales.
En un mundo íntimamente interrelacionado la inestabilidad de un Estado se proyecta sobre sus vecinos inmediatos o sobre terceros países. El conflicto árabe – israelí en Medio Oriente, por ejemplo, generó una ola terrorista que afecto a países tan remotos y diversos como EE.UU. Alemania, Francia o Argentina que se convirtieron en parte del campo de batalla. La seguridad y estabilidad de Alemania se ve frecuentemente afectada por conflictos en el Kurdistán turco, en Kósovo o por la emigración de ciudadanos rusos que pretenden escapar a la crisis socioeconómica que sacude a su patria.
Estos hechos sirven de justificación a los estados poderosos para intervenir en los asuntos internos de otros estados en nombre de los derechos humanos, la defensa de la democracia -Cuba-, la lucha contra el narcotráfico -Panamá-, el control de las armas de destrucción masiva –Iraq- o cualquier otro tipo de justificación moral.
– La internacionalización de la legislación: También se confunden las jurisdicciones entre el derecho nacional y el internacional. Los estados más poderosos juzgan hechos ocurridos en otros estados aduciendo que afectan su seguridad -por la comisión de delitos en su territorio, especialmente en el caso del narcotráfico, el lavado de dinero o el terrorismo-, violan los derechos humanos -como en el caso del general Pinochet o de militares argentinos reclamados por la justicia francesa o española-, o afectan los intereses económicos de sus súbditos -un juez estadounidense, por ejemplo, embargo los fondos que empresas telefónicas de su país debían remesar a la empresa telefónica de Cuba para indemnizar con ese dinero a las familias de dos pilotos civiles norteamericanos muertos por la fuerza aérea cubana cuando pretendían socorrer a balseros cubanos en alta mar.
4. SACRALIZACIÓN DE LAS FRONTERAS NACIONALES
El consenso internacional reconoce que las reclamaciones de un Estado sobre el territorio del otro han sido históricamente la principal causa de las guerras. Por lo tanto, se ha tratado de cerrar esta fuente de conflictos «sacralizando» las actuales fronteras y condenando cualquier tipo de rectificación fronteriza originada en el empleo o amenaza del empleo de la fuerza. Los gobiernos temen al efecto «dominó» que podría originar una anexión territorial producto de un triunfo militar sobre otras cuestiones limítrofes pendientes y vuelcan todos sus esfuerzos en preservar el statu quo.
Sin embargo, no pueden evitar que ciertas fronteras estallen por la fractura de un Estado en varias entidades estatales nuevas como producto de conflictos étnicos internos. Tal lo sucedido en la URSS, Checoslovaquia, o la antigua Yugoslavia. El separatismo étnico y cultural parece ser una de las mayores amenazas a la estabilidad y paz internacional a corto plazo.
5. EL «CHOQUE DE CIVILIZACIONES» REEMPLAZA A LA PUJA IDEOLÓGICA
Tal como señalara premonitoriamente Samuel Huntington en al hablar del «choque de civilizaciones», la era de la confrontación ideológica que motorizó gran parte de los conflictos en los últimos tres siglos -primero entre absolutistas y liberales, luego entre liberales y socialistas, para concluir en el enfrentamiento entre las «democracias liberales o capitalistas» y las «democracias populares o comunistas»- ha concluido.
En la posguerra fría el liberalismo ha triunfado a todo lo ancho y largo del planeta y ha impuesto sus dos expresiones más características: la «economía de mercado» en el plano económico y la «democracia liberal» en el plano político. En el campo de las ideas, por el momento al menos, ninguna ideología es capaz de ofrecer un modelo social, político y económico viable.
Es por ello que la única alternativa que se ofrece al modelo neoliberal imperante en el mundo es la apelación a las tradiciones nacionales, al regionalismo y al fundamentalismo religioso.
Hoy los hombres y los pueblos defienden sus antiguos particularismos, su religión y sus tradiciones culturales frente al avance de un modelo societal mundial. Al decir, de Alan Minc, las banderas del tribalismo se levantan para enfrentar el avance de la globalización.
Mientras el primer mundo trata de imponer las instituciones de la llamada «democracia occidental», las sociedades del tercer mundo intentan mantener valores y tradiciones de culturas agrícolas más propias de un orden medieval que colisionan con el cambio tecnológico de las sociedades de la tercera ola -al decir de Alvin Toofler-.
Las tensiones que genera el choque cultural suelen desembocar en violentos conflictos -Irán, Afganistán, Irak, Chechenia, Azerbaiyán, Cachemira, etc.-, pero estos no siempre se producen entre la cultura tecnotrónica y las culturas ancestrales, sino que incluso ciertas culturas ancestrales chocan entre sí, como el enfrentamiento entre hinduistas y musulmanes en India o musulmanes contra cristianos en Nigeria.
El siglo veinte presentó dos tipos de guerras. En la primera mitad del siglo las guerras fueron mundiales: coaliciones de naciones se enfrentaron para dirimir la hegemonía global. Los siguientes cuarenta años estuvieron condicionados por el gran conflicto ideológico y militar que se conoció como la «Guerra Fría». Dos sistemas de alianzas se organizaron alrededor de sendas megapotencias militares, que desarrollaron un complejo armamentista capaz de terminar con toda forma de vida sobre la tierra. La «Guerra Fría» se desarrolló a través de una sucesión de crisis y conflictos regionales: la crisis de Berlín –1947-, la guerra de Corea –1950 / 1953-, la crisis de Berlín Oriental –1953-, el levantamiento de Hungría –1956-, la crisis de los mísiles en Cuba –1962-, la guerra de Vietnam -1954 / 1975-, la guerra de Afganistán –1979 / 1988-, etc.
En la última etapa del siglo XX comienzan las «Guerras Musulmanas», tal como las denomina Huntington, la cuales se inician en tiempos de la guerra fría con los conflictos entre musulmanes y judíos: la guerra de Independencia de Israel –1948-, la crisis de Suez –1956-, la guerra de los Seis Días –1967-, la guerra del Yon Kippur –1973-, la invasión al Libano –1982-. A estos conflictos se suman la crisis de los rehenes americanos en Irán –1979-, las guerras de Yugoslavia –1991 / 1995-, el conflicto de Chechenia –1994-, la guerra del Golfo -1991- y finalmente la invasión a Irak –2003-.
Según Huntington estos conflictos se originan en el sentimiento histórico que albergan los musulmanes, y sobre todo los árabes, de que han sido sometidos y explotados por Occidente. Otro factor que alimenta el rencor del mundo árabe hacia occidente son las políticas occidentales concretas, en particular el respaldo de Estados Unidos a Israel. Un tercer factor es la demografía del mundo islámico. A estos argumentos suministrados por Huntington debemos agregar la codicia occidental por el territorio y los recursos naturales de los países musulmanes –petróleo- y el deseo de Occidente de imponer a los musulmanes el sistema del «capitalismo global» y los principios políticos y filosóficos de la «democracia liberal» que chocan abiertamente con el sistema de creencias propio del Islam.
Este tipo de conflicto rápidamente suele derivar en acciones de «limpieza étnica» que mueven a la internacionalización del conflicto.
6. FORMACIÓN DE DOS BLOQUES COMERCIALES Y POLÍTICOS
Como señala George Soros en el sistema capitalista global la movilidad del capital, de la información y el espíritu empresarial llevan a la integración económica. Por un lado, los Estados Unidos formarán un espacio integrado en el continente americano. El Tratado de Libre Comercio de las Américas, se propone crear un mercado común de ochocientos millones de consumidores desde Alaska hasta Tierra del Fuego, con el dólar como moneda única y la Reserva Federal como banco central.
Por el otro estará Comunidad Europea, la unión de las veinticinco principales naciones de Europa impulsada por el eje Alemania – Francia, cuyos PBI combinados constituyen la segunda economía del planeta y su mercado de cuatrocientos cincuenta millones de consumidores es el tercero en el mundo, después de China y la India, pero con un poder adquisitivo muy superior al de estos.
En la próxima década a esta unión se sumarán Turquía, Bulgaria y Rumania formando un espacio integrado con el euro como moneda única, bajo el control del Banco Central Europeo y la Asamblea Constitucional.
Ambos bloques pasarán rápidamente de la asociación económica a la integración política. Adoptarán legislaciones comunes y coordinarán sus políticas exteriores. En este contexto internacional, regido por bloques de naciones, se reducirán aún más las posibilidades de que un Estado aplique con éxito una estrategia de desarrollo independiente. Por el contrario, la política exterior deberá estar diseñada de forma tal de ganar posiciones dentro del propio bloque y no de diferenciarse de los aliados regionales.
Más que nunca el peso de un Estado en el escenario internacional dependerá del valor de sus alianzas que de su propio peso específico.
Las rivalidades de la posguerra fría no tendrán por protagonistas a EE.UU. y Japón como se pensaba en la década de los años ochenta sino a EE.UU. frente a la Europa unificada. La Europa comunitaria, motorizada por un PBI de 8.500.000 millones de dólares anuales y contando con su población, territorio y desarrollo tecnológico combinados será la única entidad capaz de rivalizar la hegemonía norteamericana desarrollando un formidable poderío militar. Los intentos para la creación de una fuerza europea de reacción rápida y el incremento de los presupuestos de defensa de Francia y Alemania pueden ser las primeras señales de este proceso.
Las diferencias entre los Estados Unidos y Europa en materia de política exterior y estrategias de gobernabilidad global han comenzado a manifestarse. Se originaron en la falta de disposición de los Estados Unidos a limitar su soberanía en las instituciones multilaterales –como lo manifestó Estados Unidos con su rechazo a la Corte Penal Internacional, al Protocolo de Kyoto sobre el cambio climático, a la prohibición mundial del empleo de minas antipersonales, a la verificación de las medidas del Tratado sobre Armas Biológicas y a otras iniciativas multilaterales-.
Estos diferendos han originado una profunda preocupación en los analistas internacionales. El escritor Francis Fukuyama, quien hace trece años alcanzó celebridad al declarar el triunfo de los valores y las instituciones comunes euro – estadounidenses como el «fin de la historia», en la actualidad señala la existencia de «profundas diferencias» dentro de la comunidad euroatlántica y afirma que la fisura entre Estados Unidos y los europeos «no es sólo un problema transitorio». Por su parte, Jeffrey Gedmin, director del Instituto Aspen de Berlín, habla de la «patología» de Europa en cuanto al uso de la fuerza y sostiene que las visiones de Estados Unidos y Europa en materia de seguridad son ahora tan distintas «que la vieja Alianza apenas cumple la promesa de figurar en forma importante en la estrategia global que Estados Unidos ha elaborado». El columnista Charles Krauthammer no ha sido el único en afirmar que la OTAN está «muerta».
Las brechas estructurales y de idiosincrasia entre norteamericanos y europeos han existido en forma larvada durante largo tiempo pero se han ampliado tras los ataques terroristas en los Estados Unidos y por la guerra de Irak. La actitud de Washington de involucrarse en solitario en el conflicto bélico –encabezando una nominal coalición en la cual sólo el Reino Unido y España aportaron algún apoyo significativo tanto en el plano militar como en el político-.
La tendencia de Washington al «unilateralismo», involucrándose en un conflicto bélico en Irak en contra de la opinión europea, fue anticipado por Robert Kagan, en un artículo del verano de 2002, publicado en Policy Review. El artículo comenzaba señalando que «ya es hora de dejar de creer que los europeos y los estadounidenses comparten una visión común del mundo, o incluso que habitan en el mismo mundo». En el extenso y profundo análisis que seguía, Kagan señalaba que la disparidad del poder entre Estados Unidos y Europa se ha vuelto tan grande que cuando hay que «establecer prioridades nacionales, definir amenazas, determinar desafíos y trazar e implementar la política exterior y de defensa, Estados Unidos y Europa toman rumbos distintos». La afirmación de Kagan de que «podría llegar el día […] en el que los estadounidenses no presten más atención a los pronunciamientos de la Unión Europea que la que prestan a los de la Asociación de las Naciones del Sudeste de Asia o a los del Pacto Andino».
Por el momento, los valores e intereses básicos estadounidenses y europeos no presentan grandes divergencias, y las democracias europeas son verdaderamente las aliadas más cercanas de Estados Unidos que las naciones de cualquier otra región. Aunque sus políticas difieren a veces, los estadounidenses y europeos comparten ampliamente las mismas aspiraciones democráticas y liberales para sus sociedades y para imponerlas en el resto del mundo. Tienen intereses comunes en un comercio internacional y un sistema de comunicaciones; en un fácil acceso a los recursos energéticos mundiales; en detener la proliferación de armas de destrucción masiva, prevenir tragedias humanitarias, etc.
A corto plazo las principales fuentes de diferencias entre norteamericanos y europeos se manifiestan al momento de decidir el empleo de los medios militares –los europeos se muestran más inclinados al empleo de medios diplomáticos-; la forma más eficaz de combatir el terrorismo los organismos modificados genéticamente; y la protección del medioambiente.
7. APARICIÓN DE NUEVAS AMENAZAS EN EL CAMPO ESTRATÉGICO
El nuevo contexto internacional ha sacado a la superficie, con una magnitud antes desconocida, nuevas manifestaciones de conflictos y peligros, de raíz histórica o emergente, bajo la forma del narcotráfico, el terrorismo, los fundamentalismos religiosos, la proliferación de armas de destrucción masiva y sus vectores de lanzamiento, la transferencia de armamentos excedentes y tecnologías intangibles –éxodos de científicos-, el crimen transnacional, etc.
Mientras disminuye la probabilidad de una guerra global, ya sea nuclear o convencional. Como contrapartida, existe una multiplicación de conflictos localizados en un contexto que ya hemos caracterizado como de incertidumbre, surgiendo así crisis imprevistas, por la dificultad en interpretar los signos de tensión.
Por otra parte, han aparecido nuevos riesgos de naturaleza compleja, como una fuerte interdependencia en cuestiones de seguridad y sin que haya sido posible elaborar un sistema de seguridad eficaz.
A su vez, se ha producido una transformación en la naturaleza y diversidad de las amenazas, y existe así una gran dificultad para definir anticipadamente, el perfil de los desafíos futuros.
Por un lado, mantienen su vigencia las amenazas de seguridad clásica, las que hacen a la integridad territorial e independencia de los Estados y a las cuales la incertidumbre estratégica aconseja no dejar totalmente de lado.
Pero también ha existido una mutación bajo la forma de amenazas emergentes, las que teniendo carácter hostil, afectan a instituciones y a personas por la mayor permeabilidad que presentan las fronteras estatales. Adquieren este carácter las diversas manifestaciones delictivas de matriz transnacional.
Se presentan, también, factores de riesgo, los cuales, aun careciendo de una voluntad impulsora, hacen al interés de los Estados de diversos modos, tales como la acumulación y transporte de desechos peligrosos: la acumulación de armas químicas, bacteriológicas y nucleares; y el deterioro del medio ambiente, entre otros factores.
Por último deben mencionarse, las fuentes de inestabilidad, que engloban todos los bolsones de esta característica que afloran en el mundo, en función de disputas extra o intra – fronteras de raíz histórica, cultural o religiosa y que aparecen ante la percepción internacional como situaciones potencialmente críticas, que en función de su evolución, pueden incidir sobre su seguridad.
En esta línea de pensamiento el profesor Andrés Fontana señala en su interesante trabajo «Complejidad de Riesgo e Interdependencia. Tendencias de cambio en la Seguridad Internacional», «Ese gran abanico de procesos, que tienen en común el engendrar altos grados de violencia, abarca distintas combinaciones y «cruces» del terrorismo, el crimen organizado, el narcotráfico, movimientos guerrilleros, grupos étnicos o religiosos enfrentados entre sí, o con gobiernos de Estados débiles o en proceso de disolución. La simultaneidad del protagonismo de este conjunto de nuevos actores implica vinculaciones sistemáticas o esporádicas en relación, por ejemplo al tráfico de estupefacientes y el contrabando de armas, e incluso de materiales sensibles».
«En diversos puertos, incluso algunos de América Latina, se ha encontrado evidencia de una gigantesca conexión internacional de tráfico de drogas y armas pesadas. En muchos casos el tráfico de armas por parte de organizaciones internacionales de crimen organizado tiene fines puramente comerciales. Pero en otros está destinado a equipar el creciente número de ejércitos privados que controlan barrios o zonas en ciudades importantes, del centro y de la periferia, y amplias zonas rurales en esta última. Por supuesto, los ejércitos tipo milicia neo-nazi que emergen en los países centrales y las guerrillas de la periferia también son clientes primordiales del tráfico ilegal de armas pesadas. El financiamiento se basa fundamentalmente en los secuestros extorsivos, cuya amplitud y sistematicidad es motivo de seria preocupación en algunos países. Una estimación extraoficial de los secuestros que tuvieron lugar en América Latina a lo largo de 1994 arroja una cifra cercana a los 6.000 casos con una rentabilidad de hasta 30 millones de dólares por operación. Por otra parte, un informe del FBI difundido a mediados de 1995, expresa una seria preocupación por la posibilidad de que grupos del crimen organizado que operan a nivel internacional puedan adquirir componentes nucleares y venderlos a organizaciones terroristas».
«A esto último se suman factores de riesgo de impredecible alcance, como los accidentes por el deterioro de usinas nucleares o de buques y submarinos nucleares en situaciones de insuficiencia presupuestaria; la acumulación de desechos nucleares; y los posibles accidentes vinculados a su transporte, al de otros elementos, o a la existencia de armas químicas «abandonadas» en mares y océanos. Estas situaciones no necesariamente responden a una intención hostil actual, sino en muchos casos a confrontaciones pasadas». «Todos estos fenómenos afectan, si bien en distinto grado y de forma diversas, la seguridad de los individuos y de los Estados, y en muchos casos implican altos grados de violencia. No atentan necesariamente contra la integridad territorial de los Estados, pero hacen más permeables a sus instituciones, hacen relativo el valor de sus fronteras, y crean «manchas» de no estatalidad en las ciudades, aún en las más sofisticadas y en circuitos de negocios. En conjunto, introducen inestabilidad en el contexto local, en el regional y en el internacional. Ponen en riesgo la integridad física y moral de los ciudadanos y corroen sistemáticamente el sentido de «comunidad» tanto nacional como internacional».
8. APARICIÓN DE REGIONES SIN LEY
Algunos Estados han demostrado carecer de condiciones para ejercer el monopolio legítimo de la violencia, es decir, de controlar los procesos que tienen lugar en gran parte o fracciones de su territorio. Esas regiones de ingobernabilidad estatal han sido denominadas «áreas o regiones sin ley».
«Espacios inmensos –nos dice Alain Minc- vuelven a su estado natural; la ilegalidad se reinstala en el corazón de las democracias más avanzadas; las mafias ya no son un arcaísmo en vías de extinción, sino una forma social en plena expansión; algunas ciudades hacen caso omiso de la autoridad del Estado y se sumergen en una inquietante extraterritorialidad; millones de ciudadanos, incluso en el seno de las sociedades más ricas y sofisticadas, caen en la sombra y en la exclusión… Nuevas bandas armadas, nuevos delincuentes, nueva terra incognita: aquí están todos los ingredientes, de la nueva Edad Media. ¿Bandas armadas? En Somalia y en Turkmenistán, pero también en Los Ángeles y en Vauls-en Velin. ¿Ladrones? Desde los señores de la droga, instalados en el corazón de las finanzas internacionales, hasta los miembros de la nomenklatura rusa que se establecen por su cuenta, apropiándose del patrimonio público. ¿Terra incognita? Regiones enteras que caen en la anarquía, con la imbricación, cada vez más difícil de desentrañar, entre la sociedad oficial y la sociedad clandestina, entre los asuntos limpios y los sucios, entre el dinero blanco y el dinero negro.»
Como señala Julio Cirino, en un interesante trabajo titulado «Las áreas sin ley en el Hemisferio una hipótesis de trabajo», presentado en el «V Encuentro nacional de Estudios Estratégicos» organizado por la Escuela de Defensa Nacional: «Un ‘área sin ley’ es un punto en el mapa para ‘hacer dinero’, mover capitales, lavar activos y desarrollar todas las actividades ilícitas que, por la demanda de territorialidad que ocasionan, requieren de un espacio físico donde instalar containeres, laboratorios, inmigrantes, etc. Una vez consolidado este territorio, las actividades que allí se desarrollan pueden potenciarse con la participación de otros actores, constituyéndose en espacios ideales para la vinculación entre el crimen organizado y el terrorismo».
«La ausencia de la ley pública conlleva, generalmente, la imposición de códigos o ‘leyes’ privadas, llegándose a la implementación incluso de un sistema de justicia, sea revolucionaria, como en las áreas dominadas por las FARC, o de fuerza, como en las zonas dominadas por caudillos del crimen organizado y la droga (siendo el caso más espectacular el de las favelas brasileñas).
En una primera aproximación se puede pensar que el fenómeno de las «regiones sin ley» se refiere a áreas geográficas remotas o de difícil acceso predominantemente en países del Tercer Mundo. Sin embargo, un interesante trabajo presentado por el Capitán Julien Gutmann de la Gendarmería Francesa, ante la Cátedra de Política de Seguridad y Defensa del Curso de Oficial de Estado Mayor de la Escuela Superior de Gendarmería Nacional, nos presenta un panorama muy diferente y más preocupante:
«En la ciudad de Paris, que es considerada como la ciudad más insegura de Francia, así como en las otras grandes ciudades o ciudades medianas, Lyón, Marseille, Strasbourg, Nímes, Montpellier, Nantes, hoy existen barrios donde la policía, los bomberos o los médicos no van más, por razones de violencia hacia ellos. Estos barrios están llamados ‘zones de non droit’, es decir zonas donde la ley no se aplica más. La explosión de la violencia urbana (+ 400% en menos de cinco años) concierne unos cien barrios de población mayoritariamente inmigrada. Los eventos mediáticos de la ciudad de Strasbourg, donde cada año durante las fiestas de Navidad y del fin de año queman docenas de autos, hoy no se limitan a esta sola ciudad: Paris, Lyón, Marseille, Nantes, Vaulx-en-Velin, Mantes-la-Jolie son ejemplos sobresalientes de esta ola de la delincuencia vinculada con la existencia de poblaciones que rechazan la integración en la sociedad francesa».
«A mediano plazo, la amenaza principal podría ser un riesgo de balcanización del país, tomando como referencia la existencia de diferencias étnicas o religiosas entre las diferentes poblaciones de la ex – Yugoslavia al fin del reino de Tito, que aumentaron el riesgo de conflicto».
Estas palabras muestran con total crudeza la dimensión del problema del cual no escapan ni siquiera los países más desarrollados de Europa.
Por último, Julio Cirino, en el trabajo de referencia, menciona ocho «áreas sin ley» en América del Sur, a saber:
«1.- La región limítrofe entre Brasil, Colombia y Perú enmarcada por las poblaciones de Tabatinga y Leticia.
2.- La región conocida como Darien, área limítrofe entre Colombia y Panamá, zona bajo control de las FARC.
3.- La zona franca de Colón, en Panamá.
4.- La región conocida como Lago Agrio en territorio ecuatoriano, en las cercanías de la frontera con Colombia.
5.- La extensa frontera entre Venezuela y Colombia, sin determinar aún el o los puntos más críticos.
6.- Maicao en territorio colombiano, relativamente próxima a la frontera con Venezuela.
7.- La región conocida como Tartagal – Orán entre la provincia argentina de Salta y la boliviana de Orán.
8.- Ciudad del Este en el punto tripartito entre Argentina, Brasil y Paraguay».
Como puede apreciarse de las ocho regiones sin ley, dos corresponden a zonas fronterizas con el territorio argentino y por lo tanto constituyen un problema de seguridad que el país deberá asumir a mediano plazo.
Sin embargo, el trabajo de Julio Cirino parece centrado en la problemática internacional y por lo tanto omite la existencia de áreas sin ley en el seno de los grandes conglomerados urbanos.
Tanto en Brasil como en Argentina, existen zonas urbanas en las que se combinan una alta densidad demográfica, un marcado deterioro sociocultural de los estratos medios y bajos y un enorme contraste entre la extrema pobreza y la riqueza concentrada en la misma región, en esos ámbitos el Estado esta ausente y su lugar ha sido ocupado por organizaciones criminales. «Las favelas donde actúan las mafias del narcotráfico –afirma Nilmario Miranda, secretario nacional de Derechos Humanos de Brasil- son territorios liberados y fértiles, por la miseria y el desempleo».
El incremento de estas formas de criminalidad se basó en Río de Janeiro sobre la inmensa cantidad de población favelizada con la que cuenta la ciudad. Se estima que 1.200.000 personas –sobre un total de 5.700.000 habitantes- viven en este momento en las favelas, a sólo un paso de los lujos y la riqueza carioca.
En nuestro país, de acuerdo con el último censo nacional de 2001, en los asentamientos de conurbano bonaerense viven 577.994 personas –sobre un total de 8.684.953 habitantes- Diez años antes, en 1991, sólo se contaban 410.461 personas viviendo en estas condiciones. Y en 1981, la cifra era de 290.072.
No son las únicas cifras para comparar. En Río de Janeiro, el Estado incinera un promedio de 250 kilos de cocaína al año. En la provincia de Buenos Aires, la Policía bonaerense decomisó en el 2002 casi la misma cantidad, 237 kilos. Pero el dato más saliente lo proporciona la Gendarmería Nacional: en ese mismo año incautaron 586 kilos de cocaína y 1.669 de marihuana.
En este sentido, el ex subsecretario de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Marcelo Sain no duda en afirmar que: «En la provincia de Buenos Aires ya hay grandes sectores favelizados, corredores enteros donde los marginados conviven con la riqueza» …»Hay lugares donde el Estado ya está ausente, se ha retirado. Y encima, el consumo de cocaína se cuadriplicó o quintuplicó en los últimos 15 años».
Barrios carenciados como la denominada «Villa 31» en la zona de Retiro o el conglomerado de «La cava» en el partido del San Isidro entran claramente en esta categoría. Estos asentamientos, densamente poblados, constituyen verdaderas «áreas liberadas» para el delito. La actividad del Estado a través de sus instituciones de asistencia social y educativa es mínima, en tanto que la presencia de las fuerzas policiales resulta esporádica y de efectos transitorios. Estos asentamientos poblacionales son áreas sin ley donde, entre sus túneles, pasadizos y embutes, prospera el tráfico de todo tipo de armas, drogas o documentos de identidad y tarjetas de crédito adulterados, se comercializan todo tipo de bienes robados y sirven de refugio a los delincuentes buscados por las autoridades o de zona segura para ocultar a personas secuestradas a la espera de que se efectúe el pago del rescate. Mientras que su población, arrinconada por la pobreza, la marginalidad y la ausencia del Estado, se convierte en rehenes de los criminales.
Finalmente, su población constituye una masa de votantes que atrae a los políticos venales. Allí el voto se trafica a cambio de impunidad para cometer delitos e influencias políticas para reducir sentencias y condenas o para lograr la libertad condicional de los delincuentes detenidos. Extraños vínculos están desarrollándose entre la población carcelaria y sus familiares, amigos y cómplices que habitan en estos barrios.
El incremento de las áreas urbanas sin ley es uno de los problemas sociales y políticos de mayor impacto sobre la seguridad y la defensa nacional. Son áreas focales del delito que actúan como una suerte de foco infeccioso que proyecta sus efectos nocivos sobre la totalidad del cuerpo social. Constituyen un problema que no ha sido debidamente tratado hasta el momento.
9. UN NUEVO TERCER MUNDO
El colapso del mundo socialista y la creciente globalización establecerán una nueva categorización de los estados. El primer mundo estará liderado por los países del G-7 y comprenderá a las principales naciones tecnotrónicas del hemisferio norte.
En el segundo mundo se inscribirán un conjunto de países industrializados de menor desarrollo pero con capacidad tecnológica y económica suficiente como para participar de la globalización económica tanto como mercados para las exportaciones del mundo altamente desarrollado como para producir un cierto número de materias primas con valor en los mercados internacionales. Se inscribirán en este grupo Rusia y la mayoría de los países del antiguo bloque socialista, algunas «potencias emergentes o regionales» como México, Brasil, Argentina o Chile, en América Latina, Israel, Portugal, Turquía o Grecia, entre otros.
Por último se ubicarán un conjunto de países marginados del mercado global. Los mismos permanecerán sumidos en el atraso y sin posibilidad alguna de desarrollo. Allí las instituciones democráticas serán tan sólo una ficción carente de cualquier significado real. Lo más frecuente serán las guerras civiles, los golpes de estado, la violencia y las violaciones a los derechos humanos.
En estos países la población seguirá creciendo en forma significativa. Ingresamos al nuevo milenio con más personas pobres que nunca aunque haya mucha más gente en total. De los actuales 6.000 millones de personas -en comparación con menos de 2.000 millones en 1900-, 1.300 sobreviven por debajo de la línea de la pobreza, con menos de 1 dólar por día, en tanto que 2.800 millones sobreviven a duras penas con menos de 2 dólares diarios. De las más pobres, el 70 por ciento vive en Asia.
La desigualdad se multiplicó enormemente. El informe sobre el Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo indica que la brecha entre la quinta parte de la población mundial que vive en los países más pobres y la quinta parte que vive en los países más ricos es ahora de 74 a 1. En 1990 era de 60 a 1, y en 1960 era de 30 a 1.
Los pobres no son realmente más pobres –debajo de la línea de subsistencia nadie puede seguir viviendo-, pero los ricos son mucho más ricos, y hay cada vez más.
En Asia, los absolutamente pobres son ahora un tercio del total, en comparación con la mitad en 1970. Su expectativa de vida, es hoy de 65 años, en comparación con 48 años entonces, en tanto que el 70% de los adultos sabe leer y escribir, en comparación con el 40% de hace 30 años.
De manera que ha habido progresos. Pero la extrema miseria aún está entre nosotros, mientras parte del mundo rebosa de una prosperidad que jamás se había conocido. Ahora bien, si la expectativa de vida se ha incrementado considerablemente en los países más pobres del tercer mundo es previsible que también los índices de natalidad se hayan incrementado. Es decir, que habrá allí más pobres, que saben leer y escribir y que lógicamente estarán buscando mejores horizontes para sus vidas y las de sus familias, lo que convertirá a los países más pobres en grandes expulsores de población.
Sumidos en el atraso sólo contarán con actividades económicas de subsistencia, carecerán de productos exportables y de recursos para importar los insumos necesarios para su población o para encarar cualquier proceso de desarrollo.
Estos países únicamente participarán de la globalización como receptores de la ayuda humanitaria internacional –recordemos que en junio de 1999 las principales economías del mundo cancelaron más de la mitad de la deuda del Tercer Mundo, unos 70.000 millones de dólares- o como escenario donde las fuerzas de paz de la ONU tratarán de mantener los conflictos dentro de los niveles mínimos de violencia y atender las necesidades más urgentes de la población. Únicamente aparecerán en las noticias por la frecuencia en que se producirán grandes catástrofes en su territorio.
En esta categoría se encontrarán algunas naciones africanas y asiáticas, así también como algunas naciones latinoamericanas en el caso de que no puedan participar del proceso de formación de grandes bloques económicos.
A ellos podría sumarse un «cuarto mundo» compuesto por países «fuera de la historia» y por las regiones sin ley ausentes del mercado global y sumidos en bolsones de miseria extrema y marginalidad, verdaderas «terra incognita» de la sociedad global, tal como las denomina Alain Minc.
10. EL TEMA MIGRATORIO SE INTRODUCIRÁ EN LAS AGENDAS INTERNACIONALES
En un mundo cada vez más globalizado, es decir más interrelacionado, los movimientos de población se incrementarán cada día más. El crecimiento de población, la inestabilidad política y/o la búsqueda de mejores condiciones de vida actuarán de incentivo para que muchas personas provenientes de los países del llamado tercer mundo se desplacen hacia los países centrales.
Actualmente, según la Organización Internacional de las Migraciones, hay ciento cincuenta millones de personas trashumantes, emigrantes legales e ilegales –voluntarios o forzados- que deambulan por el planeta buscando mejores destinos y se instalan, así sea en forma provisional en algún Estado distinto del cual vieron la luz por primera vez.
Al decir de Hardt y Negri esta masa migratoria contrituye una ueva horda nómada, una nueva raza de bárbaros que golpea las fronteras del Imperio global.
Estos desplazamientos provocan posiciones encontradas entre los gobiernos de los países involucrados. En tanto los países expulsores se preocupan por el trato que reciben sus connacionales en el extranjero y por las remesas que estos envían a sus familiares; los países receptores buscan limitar el ingreso de extranjeros y controlar la actividad de los mismos en su territorio, mientras que crecen sus temores con respecto al impacto que los nuevos emigrantes ocasionarán en sus sistemas educativos, sanitarios y en sus mercados laborales.
Como ocurrió a todo lo largo del siglo XX, pero ahora con mayor intensidad, El nuevo nomadismo actúa como resistencia y cuestionamiento de la sociedad global Así, la temática inmigratoria ocupará un lugar central en la agenda diplomática y de seguridad de muchos estados.
11. APARICIÓN DEL DELITO ÉTNICO
También la globalización ha tenido incidencia en el ámbito delincuencial. En las dos últimas décadas se hizo evidente que las organizaciones criminales comenzaron a desarrollar sus actividades más allá de las fronteras nacionales. La tendencia parece haberse incrementado a partir de las fabulosas ganancias generadas por el narcotráfico y se consolidó cuando se sumaron al negocio las organizaciones criminales de los antiguos países comunistas enriquecidas en el proceso de transición a la democracia capitalista.
Así se desarrolló una «mafia internacional» que explota tanto las actividades criminales tradicionales -extorsión, juego, prostitución, contrabando- como nuevos delitos -tráfico de material nuclear, contrabando de órganos humanos, tráfico de inmigrantes, falsificación de productos de marca o robo de secretos industriales-.
Quizás quién mejor ha definido este problema sea el Secretario General de las Naciones Unidas, Butros Gali, quién hablando en la apertura de la «Primera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Delincuencia Transnacional Organizada», que tuvo lugar en la ciudad de Nápoles, entre el 21 y el 23 de noviembre de 1994, afirmó que «El crimen organizado tiende hoy a adquirir un carácter impersonal y anónimo. Avalándose en las nuevas tecnologías se está convirtiendo en una fuerza universal y sus grupos en verdaderas multinacionales del crimen»… «La caída de los regímenes comunistas y la fragmentación de la Unión Soviética, la decadencia de las instituciones en los países en vías de desarrollo, la pérdida de consistencia del tejido social y la marginación en las sociedades desarrolladas han permitido el rápido crecimiento de las mafias a nivel internacional».
Agregando luego Butros Gali: «Todo ello hace que el crimen organizado engangrene el mundo de los negocios, corrompa a la clase política, amenace el derecho de las personas, debilite la credibilidad de las instituciones y mine la vida democrática de la sociedad».
Una característica destacada de las organizaciones criminales internacionales y que hace particularmente difícil combatir su accionar es la base étnica que prima en la conformación de los cuadros criminales. La Yakuza recluta únicamente japoneses, al igual que las Tríadas chinas, y los Carteles colombianos, o la mafia siciliana. El carácter étnico los hace casi invulnerables a las actividades de infiltración por las fuerzas policiales, fortalece los lazos entre sus miembros y le brinda un componente adicional de seguridad a sus comunicaciones, en especial porque sus miembros emplean en sus conversaciones dialectos y/o jergas en lugar de idiomas puros -siciliano en lugar de italiano, dialectos cantoneses en lugar de chino mandarín, checheno o azerí en lugar de ruso etc.-
Las organizaciones criminales cuenta con verdaderos ejércitos privados, cuarteles y campamentos clandestinos, sus servicios de inteligencia son tan sofisticados como los de cualquier estado desarrollado, mantienen sólidos vínculos con el mundo político y se relacionan con bancos y empresas transnacionales. Sus actividades legales e ilegales se proyectan por el mundo entero, por lo tanto, cuando es eficazmente combatido en su país o región simplemente traslada las operaciones a otro.
Las vinculaciones internacionales del crimen organizado son por demás complejas. La Secretaría de Seguridad Pública de Río de Janeiro, por ejemplo, reveló que en el 2002 se incautaron granadas de fabricación argentina en las favelas cariocas y según la ONG Viva Río, en los depósitos de la división Fiscalización de Armas y Explosivos de Río de Janeiro se han incautado 3.147 armas de fabricación argentina.
En el continente americano, por ejemplo, las actividades criminales presentan un pronunciado incremento en la última década. En los Estados Unidos de Norteamérica, según la agencia china Xinhua, se produjeron 11,8 millones de delitos en 2001, un incremento de 2,1 por ciento frente al año anterior. En promedio, se cometió un delito cada 2,7 segundos, mientras que se produjeron cada día 44 asesinatos y 248 violaciones –en total, 15.980 personas fueron asesinadas y 90.491 mujeres fueron violadas-.
En el año 2002 siguió incrementándose la tasa de delincuencia en las grandes ciudades estadounidenses, especialmente en Washington, donde se registró una aumento interanual de 36%, en Bostón 67% y Los Angeles 27%.
La tasa de asesinatos en los Estados Unidos es entre cinco y siete veces mayor que en la mayoría de los países tecnotrónicos.
En Colombia ocurren unos 3.000 secuestros anualmente. La actividad constituye una de las principales fuentes de financiamiento de los grupos terroristas y del crimen organizado. Entre 1992 y 1995, la industria del secuestro mantuvo niveles de unos 1.100 casos por año. Hacia el año 2000 aumentó un 25% el promedio anual, hasta llegar a 3.706 casos. Ese nivel, con tendencia ascendente en la violencia ejercida sobre las víctimas, se mantiene hasta el presente. Las autoridades colombianas calculan que la industria del secuestro opera por montos quie oscilan entre los 200 a 350 millones de dólares a lo largo del año. En Medellín mueren 12 personas asesinadas por día.
Algo similar ocurre en las principales ciudades brasileñas. En Río de Janeiro, los asesinatos diarios se cuentan por docenas. En San Pablo, el índice de homicidios es de 70 por cada 100.000 habitantes, con un registro de unos 6.000 asesinatos al año. En las favelas del Río de Janeiro, el «Comando Bermeho» dispone incluso de artillería pesada. La organización criminal que dirige Luis Fernando Da Costa, conocido como Fernandinho Beira Mar desde la cárcel, inmovilizó durante cuatro días la ciudad de Río de Janeiro, en septiembre de 2002, obligando a las autoridades a desplegar 47.000 efectivos para normalizar la situación. El conflicto se inicio cuando Fernandino organizó un motín salvaje en el penal donde estaba alojado para eliminar a golpes a cuatro presos rivales. Las autoridades carcelarias lo sancionaron y respondió con más violencia, ordenando a sus hombres que aterrorizaran a Río de Janeiro durante cuatro días, hasta que se cansaron. En febrero de 2003 organizó una nueva acción sobre la ciudad carioca, que dejó como saldo diversos edificios ametrallados, lanzamiento de granadas y 55 autobuses quemados, además de siete muertos.
Es interesante recordar que Fernandino Beira Mar fue detenido el 21 de abril de 2001 en Colombia, mientras cerraba negocios con la guerrilla de las FARC y deportado a Brasil donde lo condenaron a 33 años de cárcel.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *