Gobierno hondureño se endurece ante las "maras"

GERARDO REYESTEGUCIGALPAUn guardián toca un violín destemplado frente al muro colorido de Isla Tres, el pabellón de la Penitenciaría Nacional de Honduras en el que sobreviven 264 prisioneros de la temida pandilla Salvatrucha.
Las notas desafinadas del instrumento son asordinadas por la algarabía de dos gansos que también están presos en una pequeña granja de la cárcel, junto a tres gallos de pelea y un cerdo enorme.
Y al popurrí de sonidos se le suma el bum-bum de una interminable canción de rap que alienta a los internos mientras enjuagan con jabón, al aire libre, los rostros de amigos muertos y de amores perdidos que llevan tatuados en su piel.
En esta cima soleada del valle de Amarateca, a 18 kilómetros de la capital, todo parece tranquilo. No es así.
Entre los mareros que juegan fútbol y lavan sus jeans de marca, entre los que están recostados a las paredes pensativos y los que almuerzan de pie pollo asado — las mareros no comen con los presos comunes porque temen que los envenenen — hay un sentimiento de indignación porque el gobierno de Honduras no ha respondido a su petición de un diálogo.
»No vamos a insistir más, ya dimos señales de que queremos una nueva oportunidad», explicó Juan Carlos, uno de los coordinadores de los pandilleros presos.
Juan Carlos, de 23 años, fue arrestado hace un año por asociación ilícita, el delito más común entre los pandilleros. Cuando tenía libertad, trabajaba como pintor de ataúdes modelos »bachiller y presidencial» en la colonia de Las Mercedes, de Tegucigalpa, según explicó. Ahora espera que la justicia concrete los cargos en su contra.
Los gobiernos generalmente no se sientan a hablar con pandilleros. Sin embargo, los mareros en este país saben que tienen fuerza suficiente para lograrlo. Son un problema de Estado. Asesinatos, atracos, secuestros express, sicariato y otros delitos urbanos, son atribuidos a las pandilleros pocos minutos después de cometerse.
De una postura que rechazaba cualquier posibilidad de diálogo mantenida por el saliente presidente Ricardo Maduro durante su administración, el nuevo gobierno del presidente Manuel Zelaya ha abierto los canales de comunicación con las maras.
»El ministro de Seguridad ha estado anuente a esa propuesta [de las maras]», dijo el general Walter López Reyes, coordinador del Observatorio Hondureño sobre Drogas.
Además de la zanahoria del diálogo, para el cual han sido designados un obispo católico panameño y un pastor evangelista cubano, el gobierno de Zelaya ha mostrado también el garrote: se propone aumentar la policía con 1,000 soldados que han sido dados de baja del ejército.
Las cifras de pandilleros en el país parecen más de un movimiento insurgente que de una fastidiosa horda barrial. De acuerdo con los expertos, en Honduras hay 35,000 pandilleros. La policía sostiene que son 100,000.
En lo que la realidad no permite discusiones es que se trata de un fenómeno que se larva en la pobreza. Las maras son una especie de milicia urbana vestida de Nike que se ha trepado en los cerros miserables de Centroamérica para ofrecer a sus adeptos, a la vuelta de la esquina, la solución a problemas de alimentación, vestuario, haraganería y autodefensa.
»Somos una familia», repite uno de los pandilleros presos una y otra vez. «Uno para todos y todos para uno. Aquí no hay jefes».
A diferencia de la guerrilla que inflamó esta región inspirándose en figuras como Sandino, El Che y Fidel Castro, los pandilleros siguen a ciegas los mensajes y las señales de los vídeos de Fifty Cent y Snoop Dogg y otros grupos raperos estadounidenses, a quienes vieron en las pantallas de inquilinatos paupérrimos de Los Angeles.
A esa ciudad y a Nueva York fueron a parar cuando las guerras civiles de los años 80 en Centroamérica obligó a sus padres a abandonar el país. Algunos de los jóvenes murieron en las confrontaciones sangrientas de las clicas (subpandillas) de la Mara 18 y la Salvatrucha. Otros se quedaron en Estados Unidos. Y muchos, como los habitantes de la Isla Tres, regresaron con sus héroes grabados en la piel y en la cabeza un código implacable de fidelidad con sus vatos (amigos) hasta la muerte.
»Las necesidades de los pandilleros son las mismas de todos los hondureños», afirmó Itsmania Pineda Platero, una mujer que ha seguido la vida de las maras durante 15 años. «En cada país, en cada sociedad, necesidad de pertenecer, de no ser excluidos, de tener trabajo, estudiar, de poder circular con libertad en un mundo hoy con fronteras virtuales marcadas por la miseria».
Gracias a su paso por »los estados», así llaman a Estados Unidos, casi todos hablan inglés callejero.
No obstante, su lenguaje verbal se limita a frases cortas y certeras. El resto del mensaje se lo dejan a la mímica clandestina de la mara.
Enmarcado en citas bíblicas, el mural interno de Isla Tres resume lo que parece reflejar la actitud de los pandilleros presos: »Pedimos perdón a todo el pueblo hondureño», dice la leyenda.
La influencia religiosa es producto de las continuas visitas de pastores evangélicos a la prisión.
Según los voceros de Isla Tres, las maras quieren hablar de justicia y perdón. La ley antimaras que aprobó el gobierno pasado mandó a prisión a unos 3,000 supuestos líderes de las bandas Salvatrucha y 18. Algunos de ellos afrontan penas hasta de 30 años y multas de $50,000.
»Yo no soy delincuente por el mero hecho de tener mi cuerpo tatuado, porque yo hago con mi cuerpo lo que quiero, éste es un país libre», dijo Jean Carlo, uno de los líderes de la mara que insistió en que la única prueba que tiene la justicia en contra de muchos de sus compañeros son los tatuajes.
Pero los autoridades sostienen que un buen número de los detenidos arrastra un largo historial de asesinatos, robos y agresiones.
También creen que, desde la cárcel, se coordinan varias acciones delictivas que ocurren en la calle.
Esa hipótesis podría explicar la presencia de los gansos justo a la entrada de Isla Tres.
»¿Por qué están allí?», preguntó El Nuevo Herald.
Uno de los pandilleros sonríe socarronamente y dice que son «aves muy lindas».
El sabe que los gansos hacen un gran estruendo por las noches si alguien se acerca al reino secreto de la mara, un reino con celulares, armas y drogas.

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