Aunque Colombia sigue haciendo inmensos esfuerzos en la guerra contra las drogas, los resultados son más que modestos. Tal es la conclusión que se desprende de dos informes recientes, uno de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (Jife) y otro del Departamento de Estado de Estados Unidos. Quizá sea hora de pensar que la estrategia de hoy, tan costosa para países como el nuestro, debería revisarse.
Para Colombia, el 2005 fue –según el Informe de Estrategia para el Control Internacional de Narcóticos, del gobierno estadounidense– un año récord en erradicación, interdicción y extradición. Se fumigaron 138.775 hectáreas de coca y 1.624 de amapola, y se erradicaron manualmente otras 31.285 de coca y casi 500 de amapola. Se decomisaron 223 toneladas métricas de cocaína y base de coca. La Policía Antinarcóticos destruyó 107 laboratorios de procesamiento de cocaína y casi 800 de pasta base. La interdicción aérea llevó a la destrucción de dos avionetas, la captura de cinco y el decomiso de cuatro toneladas de cocaína.
Los activos decomisados aumentaron en 500 por ciento. Se capturó a 275 narcos. Y se llegó al récord de 304 extraditados.
Más esfuerzo, imposible. En buena parte, lo hecho es resultado del gigantesco paquete de ayuda de E.U. en el marco del Plan Colombia, que lleva varios años y miles de millones de dólares. Lo malo es que el resultado es modesto. Demasiado modesto.
Pese a que la capacidad de producción de cocaína en Colombia declinó levemente, en el 2004 el país seguía siendo capaz de elaborar 430 toneladas, de sobra para abastecer la demanda en E.U. La Jife, el organismo internacional semijudicial de fiscalización sobre drogas ilícitas, señala en su informe anual que, pese a los resultados en Colombia, por primera vez desde el año 2000 el cultivo aumentó 3 por ciento en la región andina (158.000 hectáreas en Colombia, Perú y Bolivia). Se han detectado cultivos pequeños en Venezuela y Ecuador. Aún están pendientes las cifras de cultivo para el 2005, pero no sería raro que sigan al alza.
Y sentencia la Jife: “A pesar de las incautaciones sistemáticamente voluminosas (de cocaína, pasta y precursores químicos), todavía no se ha logrado reducir la oferta de drogas en el mundo”.
Además de una geografía imposible de controlar como la colombiana, y del consabido ‘efecto globo’ (responsable, entre otros, de que Nariño se haya convertido en un nuevo centro de cultivo y procesamiento de coca, tan importante como lo fue Putumayo hace unos años), la verdad es que los narcos han mostrado una inmensa capacidad de adaptación. Los mismos E.U. reconocen que replantan apenas se fumiga; se sospecha un incremento en la productividad, con mejores técnicas de siembra y riego; la Jife dice que han trasladado la fabricación de cocaína a otros países, y diversificado las drogas ilícitas que trafican.
Varios años, miles de millones de dólares y miles de víctimas colombianas después, a E.U. llega la misma cantidad de cocaína y nuestro país está cada vez más deforestado, atravesado por el conflicto y con los narcos florecientes. En un editorial, hace más de cinco años (‘La última batalla’, 8 de octubre del 2000), dijimos que, de fracasar el entonces recién lanzado Plan Colombia, “Estados Unidos tiene la responsabilidad histórica de buscar y acordar el camino de la legalización de la droga”. ¿No habrá llegado la hora de revisar una estrategia que, a todas luces, está fracasando? La legalización es impopular. Pero quizá sea el momento de empezar a considerarla en serio.
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