Estrategia de seguridad de EE.UU. impone el reto de la "geopresencia"

En los dos últimos años hemos presenciado varios sucesos imprevistos en el escenario mundial, y esos presentan fuertes desafíos a la política exterior de los EE.UU.—aparte de los ataques terroristas en Nueva York y Washington, D.C., el 11 de septiembre del 2001. En Europa solamente, el alcance de los cambios políticos y militares que se está llevando a cabo puede ser el más grande desde la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, sólo en el 2002 vimos cambios importantes en los gobiernos de Europa Occidental y Central, expansión incomparable e integración a la Unión Europea, la expansión y reestructuración sin precedentes de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), y nuevos modelos de cooperación internacional y relaciones que son el resultado de la guerra global de los EE.UU. contra el terrorismo (GWOT).
Estos eventos históricos, transiciones, y circunstancias han contribuido evidentemente a la manera en que pensamos ahora sobre la defensa nacional y la política exterior, y su impacto se puede ver claramente en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América (NSS), del Presidente George W. Bush publicada en septiembre pasado.1 Los últimos 18 meses han servido para solidificar las nuevas perspectivas de la defensa y los temas evidentes en particular de esta nueva estrategia. Por eso solamente, nos damos cuenta que ahora el mundo es inherentemente un lugar mucho más peligroso de lo que nos imaginábamos después de la Guerra Fría, y con esa realidad la estrategia de defensa de seguridad nacional de la administración Bush ha cambiado en formas importantes de las estrategias interinas que seguimos por más de una década.
En el meollo de esta estrategia se encuentra el nuevo entendimiento tan bien descrito por el Presidente Bush: “El más grave peligro a la libertad [ahora] yace en la encrucijada formada por el radicalismo y la tecnología.”2 Esta encrucijada hace resaltar los nuevos desafíos que se nos presentan en un mundo muy incierto donde nos enfrentamos a ambos tipos de adversarios: estados y los no estados, donde nuestras operaciones militares frecuentemente atravesarán múltiples teatros y comandos unificados, acaeciendo en ambas áreas de situaciones con y sin alianzas. Sin otra cosa más, que los ataques del 11 de septiembre, despertamos al hecho de que nuestros intereses nacionales y globales no son amenazados solamente por estados—naciones con ejércitos organizados y tecnologías de guerra avanzadas. Ahora existe un más fugaz y peligroso elenco de actores internacionales empecinados en un cambio radical y que pueden poseer los medios para efectuar ese cambio. Este nuevo enemigo es una entidad supranacional—sin fronteras, que se ha situado en posición con una red nodular para realizar sus cometidos y que se esconden en la penumbra global, siendo capaz para dirigir operaciones de alcance mundial.
Esta nueva comprensión, a su vez, ha ayudado a crear una postura de defensa que claramente se ha desplazado del tradicional modelo basado en la amenaza, que sirvió de guía a la planificación estratégica por más de medio siglo, a un nuevo modelo basado en la potencialidad que hace hincapié en identificar y organizar los medios requeridos para hacer frente a los nuevos desafíos de seguridad. Durante los años de la Guerra Fría, ideamos un proceso muy refinado con el cual analizamos la estructura de fuerza del enemigo; sus asentamientos operacionales, estratégicos, y geográficos; y la operación de sus fuerzas y sistemas de armas en un ambiente táctico. Bajo ese entorno formamos, establecimos, colocamos y adiestramos nuestras fuerzas para luchar contra ese enemigo conocido en posición adelantada con ambas reservas operacionales y estratégicas basadas en los Estados Unidos. Esta táctica basada en la amenaza nos sirvió bien en nuestras preparaciones para llevar a acabo combates de guerra contra la Unión Soviética y otras fuerzas similarmente equipadas (por ejemplo, Irak durante la Operación Tormenta del Desierto), pero no nos preparó bien para llevar a cabo operaciones en los llamados conflictos de baja intensidad (i.e., Líbano y Somalia).
Cuando dejamos atrás la era de la Guerra Fría y entramos en lo que parecía ser un periodo de “tranquilidad pacífica,” pusimos más atención en ser capaces de llevar a cabo operaciones militares que no fueran de guerra. En muchos casos, esto requería perfeccionar potencialidades especiales que con anterioridad habíamos considerado destrezas menores que ya residían dentro de nuestra estructura de fuerza basada en la amenaza. Más que nunca antes, nuestras fuerzas armadas hoy deben ser capaces de llevar a cabo operaciones que cubran la gama total—desde disuasión nuclear y guerra convencional de primera magnitud hasta las de menor orden, y sin embargo posiblemente volátiles, como pacificación, humanitarias, y evacuación de los no combatientes—y debe tener la capacidad para cumplir esas operaciones con rapidez, en cualquier parte del mundo.
El problema que tenemos en la formación de una fuerza basada en potenciales estriba en qué tanto de un potencial determinado requieren los EE.UU. y cuál es la mejor localización para responder globalmente. Aunque este artículo no tiene por objeto proyectar el tamaño de la estructura de fuerza basada en potenciales, la metodología para hacerlo estará basada en las siguientes consideraciones: (1) los intereses de los EE.UU., sus aliados y amigos lo que justificaría el uso de fuerza militar; (2) las clases de amenazas y las áreas del mundo que probablemente requerirían el uso de fuerzas militares; (3) las contribuciones de aliados y amigos para el uso en concierto con la aplicación de fuerza militar de los EE.UU.; y (4) el número de contingencias simultáneas en las que se podrían emplear fuerzas de EE.UU. Por otro lado, este artículo discute los imperativos para la cuidadosa estructuración y realización de una estrategia apropiada de presencia en el extranjero de modo de proporcionar el liderazgo de nuestra nación, así como el de nuestros aliados y amigos, junto con las opciones de respuesta militar más eficaces a cualquier crisis.
Nuestra experiencia en la operación Libertad Duradera y otras misiones en curso en la GWOT ilustran la importancia de establecer fuertes relaciones geoestratégicas con todos esos participantes nacionales e internacionales con quienes debemos actuar recíprocamente en seguimiento de nuestra política exterior y objetivos de la defensa. Es más, las lecciones aprendidas de estas experiencias recientes también han contribuido en mucho a nuestro entendimiento estratégico. Durante estas operaciones, se puso en claro que esas relaciones geopolíticas fundamentales que necesitamos para realizar operaciones de combate, adiestramiento, y contingencias en las varias regiones del mundo se hicieron posibles por la presencia militar adelantada de los EE.UU. del pasado y presente o las relaciones en Europa, Asia, y el Medio Oriente. En particular, durante el otoño del 2001 nos dimos cuenta rápidamente cómo esta presencia se convirtió en capacidades políticas y diplomáticas necesarias que permitieran a las fuerzas armadas de los EE.UU. y a sus aliados en la coalición a operar arriba de muchos países y áreas por las que no tenían planeado hacerlo—y en una extensión geográfica y de alcance más amplio de lo que se había visto desde 1945.
En otras palabras, ahora está más claro que nunca que debemos fomentar y mantener la suficiente presencia en el extranjero y las relaciones internacionales que nos permitan realizar en el futuro adiestramiento, así como operaciones de contingencia o de combate. En suma, esto es la “geopresencia”—una presencia multifacética que permite a las fuerzas armadas de los EE.UU. operar en cualquier región del mundo, fomentada por la consciente participación diplomática, económica, militar, y política en las regiones necesarias y con los países necesarios. Más específicamente, la geopresencia nos ayuda a tener acceso a varias regiones de importancia, produce cooperación, alcanza la interoperabilidad eficaz, y finalmente influye en los resultados de eventos dondequiera que parezca ser apropiado y beneficioso.
Por consiguiente, la nueva NSS apoya este punto de vista de la importancia de la geopresencia por todos lados. Establece la necesidad de fortalecer las alianzas y reforzar la cooperación, impidiéndoles a los enemigos usar armas de destrucción masiva (WMD) para amenazar a los amigos y aliados, y transformar las fuerzas armadas con objeto de definir el espacio de batalla bajo nuestras propias condiciones, lo que subraya la importancia de la geopresencia en apoyo de nuestra nueva política de defensa. Como se lee en NSS, “la presencia de fuerzas estadounidenses en ultramar es uno de los símbolos más importantes del compromiso estadounidense para con sus aliados y amigos. . . . Los EE.UU. requerirán bases y estaciones . . . así como acuerdos de acceso temporal para el despliegue a larga distancia de las Fuerzas de los EE.UU.”3
En breve, las recientes experiencias en este nuevo, dinámico, ambiente hacen hincapié no sólo en la necesidad de establecer una nueva fuerza y las capacidades tecnológicas, sino también para llevar a cabo de una manera muy refinada, con anticipación la preparación geopolítica y diplomática del espacio de batalla. La nueva NSS del presidente organiza esta perspectiva.
Una Nueva Estrategia para un
Mundo que ha Cambiado
Aunque el NSS tiene aspectos diplomáticos, económicos, legales, y filosóficos importantes, me gustaría concentrarme en los temas principales que tratan directamente con las fuerzas armadas de los EE.UU. apuntalando la nueva estrategia.4 Las fuerzas militares estadounidenses deben cumplir la NSS del presidente centrando sus esfuerzos en cinco propósitos estratégicos descritos en esa estrategia. No son totalmente independientes ya hay áreas importantes donde traslapan.
1. Defender a los Estados Unidos, a sus ciudadanos, y nuestros intereses en casa y en el extranjero identificando y destruyendo la amenaza antes de que alcance nuestras fronteras.
2. Prevenir que los enemigos amenacen a los amigos y aliados con WMDs.
3. Transformar los instrumentos de defensa nacional para permitirnos definir el espacio de batalla bajo nuestras propias condiciones.
4. Fortalecer las alianzas y trabajar con otras naciones para derrotar a los terroristas globales y eliminar la tensión en los conflictos regionales.
5. Mejorar las agendas de participación cooperativa con los otros grandes poderes.
Defender a los Estados Unidos, a sus
ciudadanos, y nuestros intereses en casa y
en el extranjero identificando y destruyendo la
amenaza antes de que alcance nuestras fronteras
La primera y más importante misión de las fuerzas armadas estadounidenses es proporcionar al presidente las capacidades que necesite para defender a los Estados Unidos, su pueblo, y sus intereses alrededor del mundo. El concepto de “identificando y destruyendo la amenaza antes de que alcance nuestras fronteras”, es muy importante. Requiere que poseamos la habilidad de entender la naturaleza de las amenazas externas que enfrentamos—su ubicación, potencialidad, métodos, e intenciones—y que tengamos los medios para lidiar con ellos antes de que causen daño a nuestra nación, ciudadanos, o intereses en el extranjero. Para poder cumplir con estas expectativas, debemos contar con la apropiada información confidencial y fuerzas militares, así como relaciones geoestratégicas bien establecidas y adecuadas con otras naciones en la forma de convenios bilaterales, coaliciones multinacionales o acuerdos de alianzas para proporcionar el esfuerzo cooperativo en la aplicación del instrumento correcto de poder en el momento correcto.
Prevenir que los enemigos amenacen a los
amigos y aliados con WMDs
Desde su inicio, la nueva NSS perfila los enemigos predominantes a los que nos enfrentamos en el mundo después del 11 de septiembre—especialmente a los peligros de que adquieran WMDs. En ese respecto, el presidente deja muy claro que, además de las amenazas tradicionales de estados organizados o ejércitos con los que siempre hemos tenido que contender, los EE.UU. ahora se enfrenta a una gama de nuevas amenazas—la mayoría de las cuales tienen lazos con el terrorismo de alguna u otra forma: “El enemigo es el terrorismo—premeditado, violencia políticamente motivada, perpetrada en contra de inocentes. . . . Nosotros no hacemos ninguna distinción entre los terroristas y aquellos que a sabiendas les dan refugio o les proporcionan ayuda.”5 Por consiguiente, estos nuevos enemigos incluyen terroristas y los varios estados y organizaciones no estatales que los apoyan. Representan entidades de alcance global que no observan las mismas “ideas de racionalidad” o respeto por las reglas internacionales reconocidas o normas de conducta que la mayoría de las sociedades democráticas comparten.
En forma importante, la NSS también deja en claro que en los EE.UU. al presente creemos que esta situación internacional es una en que estamos haciendo la guerra en contra de aquéllos que amenazan nuestros valores mismos y estilo de vida. Lo que es más, para defendernos con éxito, actuaremos contra el peligro inminente de ataque, y— sobre todo—lo haremos para prevenir el uso de armas inmensamente destructivas por aquellos que no tienen escrúpulos en lanzarlas en contra nuestra o de nuestros amigos y aliados.
La estrategia del presidente perfila una variedad de respuestas y potenciales para hacerle frente a este desafío. Estas incluyen centrar la atención más en la innovación y el perfeccionamiento en las áreas de diplomacia exterior, tecnología, fuerzas militares, y la recolección de información confidencial y secreta. Quizás lo más importante, hacer un cambio drástico en lo que se refiere a cómo vemos el concepto de disuasión desde el punto de vista tradicional de lo que hemos vivido en los últimos cincuenta años. Ya no descansaremos con preferencia, solamente en disuadir a los estados protagonistas de emprender acciones militares peligrosas e irracionales, sino que ahora centraremos nuestra atención en defendernos enérgicamente contra todos los peligros y ataques que, por la mayor parte, esperamos que sucedan. La disuasión sigue siendo parte de nuestra estrategia, pero en lugar de simplemente concentrarnos en detener las amenazas particulares con el poder aplastante de las armas, debemos prepararnos para defendernos también contra cualquier peligro de una variedad más amplia de protagonistas para quienes el concepto de disuasión no tenga ninguna importancia. Esta nueva forma de contemplar la defensa también nos obliga a mantener la capacidad de desplegar fuerzas de toda clase a cualquier parte en el mundo.
Transformar los instrumentos de defensa
nacional para permitirnos definir el espacio de
batalla bajo nuestras propias condiciones
Otro punto principal de nuestra nueva visión estratégica elabora sobre la necesidad de cambiar la forma de ver las amenazas tradicionales de las últimas décadas a la forma de colocar en su debido lugar las cosas que necesitamos para hacerle frente a los enemigos tradicionales y los no tradicionales en un mundo que ha cambiado. Esto reclama una transformación de instituciones de seguridad nacional de los EE.UU. para (1) asegurar a nuestros aliados y amigos; (2) disuadir la futura competencia militar y a los adversarios; (3) impedir las amenazas contra los Estados Unidos, junto con sus intereses o aliados y amigos; y (4) derrotar definitivamente a cualquier adversario si la disuasión falla.6 Para las fuerzas militares en particular, esta transformación incluye los nuevos aspectos de la estrategia basados en capacidades y reconoce la necesidad de nuevos adelantos en recolección de información confidencial o secreta, armas de larga distancia y de precisión, una reorganización del centro de atención en la defensa de la patria, las operaciones de información, la protección de recursos espaciales, y—lo más pertinente para este artículo—la habilidad de “asegurar el acceso a los teatros distantes.”7 Esto quiere decir que habrá que formular nuevos conceptos en el establecimiento de bases, la presencia delantera, y acceso en el extranjero que permita cualquier grado de despliegue a larga distancia de las fuerzas de EE.UU. y de la coalición.
Hablando en términos parcos, la transformación incorpora las nuevas tecnologías, organizaciones, e infraestructuras que nos permitirán definir el espacio de la batalla bajo nuestras propias condiciones, en cualquier parte en el mundo.8 Debemos concentrarnos en reunir las capacidades para hacerlo—tal y como los terroristas parecen haberlo hecho, no sólo en el 11 de septiembre, sino también en muchas otras ocasiones durante los últimos 20 años, cuando ellos definieron claramente el espacio de la batalla bajo sus propias condiciones.
Fortalecer las alianzas y trabajar con otras
naciones para derrotar a los terroristas
globales y eliminar la tensión en los
conflictos regionales
Para defendernos eficazmente contra las nuevas amenazas internacionales a nuestra seguridad, necesitamos la cooperación internacional. Por consiguiente, nuestra nueva estrategia perfila el establecimiento de nuevas avenidas de interdependencia e interacción con los amigos y poderes regionales—ambos estados y organizaciones no estatales—con objeto de combatir contra el terrorismo.
Al mismo tiempo, debemos renovar, extender, o crear estructuras internacionales más eficaces y organizaciones para manejar en forma apropiada las nuevas circunstancias a las que nos enfrentamos. Sean las fuerzas del orden, las instituciones financieras, o las estructuras militares, los EE.UU. conseguirán el apoyo internacional y formarán las relaciones necesarias para prevenir actos de terrorismo eficazmente, en forma cierta y evidente eliminarán el apoyo al terrorismo, y harán ilegítima su aceptación en cualquier forma. La nueva estrategia define claramente la cooperación internacional como una de las herramientas más eficaces para conseguirlo.
Mejorar las agendas de participación
cooperativa con otros Grandes Poderes
De manera semejante, cuando establecemos cooperación internacional, también debemos concentrarnos en organizar y/o fortalecer las amplias coaliciones de esos estados que son más capaces de ayudarnos en la defensa de nuestro país, amigos y aliados. Obviamente, trae a la mente reforzar muchos aspectos de nuestra alianza mas importante—OTAN. Ampliar el número de sus miembros, incrementar las contribuciones militares de todos los miembros, crear estructuras de planificación y comando más eficaces, mejorando sus capacidades tecnológicas, e incrementar la interoperabilidad entre todas sus fuerzas militares hará que, en las palabras de la NSS, “sostenga una perspectiva común de las amenazas a nuestras sociedades y mejorará nuestra habilidad de llevar a cabo acciones comunes en defensa de nuestras naciones y sus intereses.”9 Hemos avanzado mucho en este aspecto durante la última conferencia cumbre de la OTAN en Praga, República Checa, en noviembre del 2002 la alianza ofreció afiliación a siete naciones y acordó renovar la estructura de su organización de comando con la más amplia transformación en quizá 40 años.
Nuestra nueva estrategia también requiere de reavivar las otras alianzas existentes, sobre todo en Asia, conforme avanzamos en las relaciones con Rusia, India, y China. Todas estas ideas de incrementar la acción en forma cooperativa con otras naciones poderosas, requieren implícitamente apuntalar nuestras propias capacidades para mantener una presencia diplomática y militar viable en ultramar. Después de todo, las relaciones con los estados internacionales importantes son los cimientos sobre los que establecemos el acceso a todas las regiones para la cooperación militar, el adiestramiento, y las operaciones presentes y futuras.
Claramente, los dos últimos puntos importantes tienen estrecha relación entre sí, juntos resaltan la importancia de la cooperación internacional y el compromiso en general—desde la perspectiva regional, global, y de las grandes potencias. Esto significa que hemos de fortalecer las alianzas, formando coaliciones y cooperación internacional, trabajando con otras potencias globales, y aprovechando las presentes estructuras e instituciones internacionales. De hecho, esta perspectiva común sobre la importancia de la cooperación en seguridad internacional de alcance mundial se puede distinguir a lo largo de la NSS y claramente estipula que los Estados Unidos deben mantener e incrementar todos los aspectos de sus relaciones exteriores para afrontar cualquiera de los peligros y situaciones que pueden surgir en cualquier parte del mundo. Las fuerzas militares juegan un papel muy importante en este esfuerzo, sea en tiempo de paz o de guerra, y su presencia en ultramar asegura el éxito fortaleciendo esas relaciones.
Los Cimientos del Nuevo
Paradigma de Seguridad: De la
Contención a la Comprensión
Para entender nuestra nueva visión de defensa, podríamos verlo desde el punto de vista de cómo se compara a lo que se había expresado con anterioridad; claramente, difiere de nuestras estrategias anteriores. Ante todo, nuestra NSS durante la Guerra Fría estaba basado en contener la expansión del comunismo Soviético y Chino. Nuestros principales objetivos estratégicos implicaban detener la expansión del comunismo por medio de una red de alianzas y la ubicación adelantada de un número significativo de nuestras fuerzas para disuadir la posibilidad de cualquier agresión por parte de nuestros adversarios, todo eso reforzado por el posible uso de armas nucleares. Si es necesario, sin embargo, usamos la fuerza militar convencional, como en Corea y Vietnam, en un esfuerzo para contener la expansión comunista sin perturbar el equilibrio crítico de disuasión nuclear, que continuaba siendo la piedra angular de toda nuestra política de contención global de la amenaza comunista.
La disuasión no sólo se basaba en la potencia nuclear y los modernos y grandes arsenales, sino también en la determinación de los líderes estadounidenses para permanecer en el extranjero política y militarmente. Decidimos poner un hasta aquí a esas inminentes amenazas desplegando una fuerza grande y permanente de manera adelantada, esos fueron los medios más lógicos para disuadir la acción militar y contener la influencia comunista. Aunque acomodábamos nuestras fuerzas y doctrina periódicamente, durante las cinco décadas de la Guerra Fría, siempre lo hicimos en respuesta a la naturaleza de la amenaza percibida de los estados comunistas y sus substitutos, apoyando nuestras acciones en la disuasión de los estados protagonistas racionales de cruzar los umbrales de guerra. Esta era de verdad una estrategia basada en “la estabilidad de miedo” entendida por ambas partes del conflicto. Por consiguiente, la disuasión era el concepto primario alrededor del cual buscamos la contención a través de los años noventa, vestigios de esta estrategia permanecieron hasta el 11 de septiembre del 2001.
El fin de la Guerra Fría no trajo automáticamente cambios a nuestra perspectiva de cómo proteger mejor la patria, los amigos y los aliados, y los intereses en el extranjero. La política exterior de los EE.UU. tomó rápidamente nuevos rumbos, sobre todo en lo que atañe a los viejos aliados y los adversarios del pasado y como resultado de los sucesos mundiales. Combatimos en la Guerra del Golfo en 1990–91 y hemos permanecido envueltos en la región. También, en 1991 sucedió la reunificación oficial de Alemania como un solo estado-nación. Las Fuerzas Convencionales en el Tratado Europeo llegaron a su estado final en 1992, negociadas entre dos alianzas—la OTAN y el Pacto de Varsovia—pero puesto en vigor multilateralmente entre las numerosas naciones en el Continente. Yugoslavia se desintegró durante los primeros años de la década de 1990, requiriendo desde entonces la intervención final de EE.UU. y de la OTAN para la pacificación en 1995—permaneciendo allí desde entonces.
Sin embargo, quizás uno de los sucesos más importantes en la respuesta a los eventos mundiales de la primera mitad de los años noventa ocurrió en 1994, cuando la OTAN creó la Sociedad para la Paz (Partnership for Peace[PFP]) programa que incluyó 27 participantes, muchos de los cuales habían sido estados y repúblicas anteriormente dominados por la Unión Soviética. Este evento tuvo importancia porque reorientó a la OTAN, en dos direcciones, para asumir un papel más estabilizador en toda Europa y para redefinirse como una institución más política en su búsqueda de una razón de ser. Los Estados Unidos estuvieron a la cabeza de esos esfuerzos. Como podremos ver más adelante les dejo ver que la, PFP también jugó un papel imprevisto pero fundamental en la Operación Libertad Duradera.
Todos estos sucesos inmediatamente después de la Guerra Fría ponen al descubierto que los eventos y exigencias internacionales han forzado a los EE.UU. a examinar cuidadosamente el mundo en que se encuentran, así como los cambiantes papeles que los protagonistas representan en él—una experiencia muy similar a la que pasamos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Cualquier persona que esté remotamente interesada en política exterior pronto se da cuenta claramente de la desigualdad entre las viejas políticas de defensa basadas en la amenaza y la nueva, en un ambiente de rápidos cambios que se producen en el mundo. En ese contexto, numerosos estudiosos, formuladores de políticas, periodistas, y otros forcejean en el debate sobre cuál debe ser la política de defensa de los EE.UU. después de la Guerra Fría, y cuáles son las fuerzas que realmente necesitamos.
Por consiguiente, a mediados de los 1990s en los EE.UU., varias comisiones, comités, y estudios se habían dedicado a idear un nuevo concepto estratégico para los EE.UU. Un paso adelante muy claro a una nueva estrategia empezó con la Revisión del Informe Cuadrienal de Defensa (QDR) de 199710 y su subsecuente evaluación por la Comisión de Defensa Nacional (NDP), presidida por Phil Odeen.11 Estos dos documentos presentaron conceptos importantes en la estrategia de la post Guerra Fría haciendo un intento de aclarar la nueva realidad de más y numerosas contingencias ante las reducciones de fuerza, junto con la monumental y continua revolución en asuntos militares. Ambos estudios reconocieron la necesidad de un “concepto estratégico para dar forma al entorno geoestratégico, respondiendo a la magnitud total de conflicto, y preparándose para los desafíos del futuro.”12 Todo mundo estuvo de acuerdo que nos enfrentábamos a la perspectiva de una guerra más asimétrica, lo que resultaría cada vez en un mayor número de contingencias de tamaño menor.
El NDP, en particular, introdujo varios temas que han hecho eco en la nueva estrategia Bush, pero sobre todo la importancia de mantener y aumentar “el acceso y uso de instalaciones de bases adelantadas,”13 así como dar comienzo a la mayor capacidad e interoperabilidad de la coalición. Al mismo tiempo varios especialistas, fuera del gobierno, también sacaron conclusiones semejantes, reconociendo que la defensa nacional encaraba desafíos que ahora eran muy diferentes y encerraban una gama total de situaciones y peligros potenciales regionales que no están unidas a las amenazas predecibles, monolíticas (como era el caso durante la Guerra Fría). Por ejemplo, según Richard Kugler,
. . . el gran drama del Siglo 20 fue el forcejeo de la democracia contra el totalitarismo; el asunto que definirá el Siglo 21 será si la comunidad democrática puede dominar los asuntos estratégicos caóticos en las inmensas regiones, con problemas, fuera de sus fronteras. . . . Encarará el desafío de establecer la mayor estabilidad estratégica en los lugares claves que se encuentran fuera de ellos, no sólo para proteger sus propios intereses y valores, sino también para ayudar a mantener el progreso allí. Este desafío . . . recaerá ante todo sobre los Estados Unidos.14
Claramente, la estrategia actual de la administración Bush elabora sobre esos esfuerzos anteriores, incorporando muchos de sus conceptos y recomendaciones; también recibe el apoyo de algunos estudios académicos contemporáneos. El trabajo continuó durante los primeros meses de la nueva presidencia con el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, dirigiendo por lo menos 19 comités, comisiones, y estudios para expandir las ideas del pensamiento estratégico comenzado particularmente por el NDP.15
El resultado principal de todos esos estudios fue la nueva estrategia basada en las capacidades y perfilada en el nuevo QDR, publicado en el otoño del 2001 y que luego fue refinada en la NSS del 2002. Ambos documentos hacen hincapié en el apresto para operar a cualquier hora en cualquier parte del mundo. De nuevo, la presencia en ultramar y las capacidades de coalición son fundamentales. Pero como mencioné antes, el método por el cual determinamos el tamaño de las fuerzas y la manera en que las ubicamos alrededor del mundo para poder identificar y destruir la amenaza global antes de que llegue a nuestras fronteras, requiere de un planteamiento diferente al de la estrategia de contención de la Guerra Fría que descansaba en el análisis basado en la amenaza y de lo que era menester para contener a un adversario racional.
Es interesante ver cómo las organizaciones terroristas y esos estados que las apoyan han proporcionado, a aliados y adversarios del pasado de la Guerra Fría sin querer, el incentivo para echar a un lado los rencores del pasado y unirse hombro con hombro entre sí en un esfuerzo común para destruir la red global creciente, de nodos terroristas. La oportunidad de seguir una política de inclusión, aunada con el análisis consciente de las capacidades de los requisitos para desentrañar los nodos terroristas y aquellos estados que les patrocinan y para actuar en forma preventiva en nombre de los pueblos libres, es un nuevo e importante vector para los EE.UU. y sus amigos. Ya era hora de que aprovecháramos esta nueva oportunidad, dadas las consecuencias potencialmente devastadoras a las que se enfrenta el mundo libre conforme estos elementos terroristas se van haciendo del potencial para usar armas de destrucción masiva.
De manera que, en contraste con la política de la Guerra Fría donde la composición de nuestras fuerzas estaba concebida de acuerdo a los modelos basados en la amenaza, para así disuadir a nuestros adversarios con el propósito de contener su crecimiento, necesitamos ahora cambiar a una estrategia que se cimiente en la inclusión de naciones que buscan libertad y que formarán una red cooperativa de capacidades concebidas para eliminar de antemano el peligro más grave que enfrenta el mundo—“la encrucijada del radicalismo y la tecnología.” Es cierto que, este nuevo vector ofrece un patrón global para facultar los cinco puntos estratégicos sobre los que elaboramos anteriormente.
Entendiendo la Geopresencia
Desde la Guerra Fría, las fuerzas armadas se emplearon más que nada como una herramienta para la estabilidad global y como una defensa contra los nuevos enemigos que se presentan en el Siglo XXI. Ciertamente, la presencia de las fuerzas de EE.UU. en ultramar, aunada a la cooperación internacional, es elemental para que los EE.UU. puedan cumplir con su estrategia. Unicamente durante la década de los años noventa, los hombres y mujeres asignados a las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos en Europa (USAFE) vieron aumentar por siete veces las tareas que se les asignaron en apoyo de los objetivos estadounidenses en contingencias y operaciones de combate a lo largo de Europa, Africa, Asia Central y el Medio Oriente.16 Es más, hay que tomar nota de que en la mayoría de los casos, al responder a las crisis emergentes o catástrofes naturales, los EE.UU. participaron en coalición con otras naciones. Esto nos deja ver, que así como la estrategia estadounidense ha evolucionado durante la última década, también nos damos cuenta de que la continua presencia regional y el compromiso son parte crucial de nuestra habilidad para obtener el acceso necesario y conseguir el apoyo de la coalición para cumplir con las operaciones. Indudablemente, nuestra presencia militar en el extranjero y las relaciones militares continuas fueron absolutamente críticas para nuestros rápidos éxitos en el período que siguió al ataque del Centro Mundial de Comercio (World Trade Center), durante Libertad Perdurable.
También debemos entender que, cuando los EE.UU. despliega y mantiene fuerzas en una base global, su poderío aéreo requiere de acceso a bases aéreas o aeropuertos internacionales espaciados de 2.500 a 3.500 millas entre ellos. Estas bases permiten que nuestras aeronaves del puente aéreo puedan aterrizar, repostar, cambiar tripulación, y despegar—o permiten que nuestros aviones nodriza para el reposte aéreo estén ubicados de tal manera que puedan repostar los aerotransportes y que puedan extender la distancia de la misión. Para las fuerzas marítimas eso quiere decir que necesitan acceso a puertos o bases ubicadas alrededor del mundo para reabastecer de combustible, comida, municiones, u otros suministros a los navíos de superficie.
En el pasado, estas capacidades generalmente se mantuvieron por medio de un sistema bastante permanente de puertos y de bases en ultramar que, aunque fue reducido en forma impresionante durante la última década, mantuvo la presencia estadounidense en los lugares clave para apoyar los requisitos de la proyección mundial. Es más, mientras se conservó esa presencia a largo plazo, no sólo mantuvimos las relaciones importantes con las naciones anfitrionas, sino también participamos en otros ejercicios bilaterales o regionales—u otros esfuerzos cooperativos de seguridad—que sirvieron para promover las relaciones con muchas naciones. Esto a su vez permitió otras “huellas” menos permanentes en una variedad de regiones y áreas. El posicionamiento de esta combinación de fuerzas militares en forma permanente y temporal lo que contribuye en forma indispensable a la postura de la geopresencia de los EE.UU., lo cual a su vez nos permite mantener estas ubicaciones inmanentes y hacer arreglos para otras nuevas de acuerdo se presenta la necesidad.
¿Qué es exactamente la geopresencia? Es una estrategia multidimensional ideada para proporcionar acceso a todas las regiones—una capacidad que proviene de la cuidadosa selección y compromiso de las localidades apropiadas política y geográficamente, y colocando allí esas estructuras militares que pueden presentar el adecuado equilibrio de fuerzas permanentes y rotatorias capaces de cumplir todo el potencial de los requisitos diplomáticos y militares. Esto conlleva una amplia gama de cooperación regional, de formar relaciones de militar a militar, y un cierto nivel de presencia de fuerza orientado para asegurarnos que tenemos la fuerza apropiada al lugar apropiado en el momento apropiado con objeto de cumplir con las metas estratégicas de la NSS.
La geopresencia también es dinámica. Los gobiernos, las relaciones regionales, y las situaciones cambian constantemente alrededor del mundo, obligándonos continuamente a que revisemos la conjetura de la situación, tamaño, y métodos que consideramos para estacionar y desplegar nuestras fuerzas en ultramar. Al mismo tiempo, sin embargo, el concepto de geopresencia por sí mismo es inmutable y nos proporciona un marco estático por medio del cual podemos mantener la flexibilidad y opciones para cumplir con nuestros objetivos. Por consiguiente, la geopresencia es la clave de cualquier operación en el futuro, sobre todo dentro del contexto de la nueva NSS. El acceso multidimensional y la amplia flexibilidad que proviene de la geopresencia consciente igualan las capacidades aumentadas que facilitan la fórmula de asegurar-disuadir-detener-derrotar de la nueva estrategia.
¿Pero cómo es que el concepto de geopresencia nos guía para determinar la naturaleza de nuestra presencia futura en ultramar? Aunque no hay ninguna fórmula garantizada para calcular la óptima extensión de la geopresencia, uno debe reflexionar sobre algunas reglas empíricas importantes al considerar los cambios a la huella presente en ultramar. Ante todo, es provechoso entender las cuatro capacidades que nuestra presencia en ultramar debe lograr: acceso, cooperación, interoperabilidad, e influencia. Desde ambos puntos de vista: la perspectiva de proyección del poderío y de la habilidad para realizar la respuesta adecuada, contingencia, y—si es necesario—operaciones de combate para lo cual es imperioso haber seleccionado países y áreas donde es más probable que necesitemos acceso para llevar a cabo las misiones asignadas. La voluntad de una nación de cooperar con los EE.UU. y hasta que punto lo hace son funciones de su familiaridad y compatibilidad con nuestras metas, su confianza en el carácter de nuestra relación, y la confiabilidad de que nuestras fuerzas se comportarán de acuerdo a los acuerdos prescritos. Mientras más compartimos en el adiestramiento y simulacros con las diferentes naciones partícipes, es más probable que tengamos equipos, procedimientos, técnicas, y normas de funcionamiento que sean interoperables. Por último, mientras más frecuentemente trabajemos en conjunto, entendamos sendas culturas, y encaremos desafíos similares juntos, es más probable que podamos influir en los eventos y situaciones conforme vayan surgiendo.
Segundo, como ya aseveré, debemos tener en cuenta los requisitos de distancia asociados con nuestra habilidad de desplegar fuerzas en alcance mundial; pero, también debemos considerar la necesidad de flexibilidad en ese alcance o distribución de aeropuertos para explicar las diferencias que podrían ocurrir entre los Estados Unidos y otras naciones con respecto a un plan específico de respuesta. En general, por cada base necesaria, los EE.UU. deben cultivar relaciones probablemente con unas tres naciones. Más aún, los EE.UU. necesitarán de dos a tres bases en la región para dar apoyo en contingencias que involucran ayuda humanitaria o evacuaciones no combatientes. Además, si la zona objetivo de la ayuda o evacuación se encuentra a más de 2.500 a 3.500 millas de distancia, vamos a requerir de dos a tres bases de apoyo en ruta para habilitar una operación de “puente aéreo”. Por otro lado, para poder desplegar y mantener las fuerzas necesarias para un combate mayor participando en un conflicto similar a Tormenta del Desierto, los Estados Unidos van a necesitar de cinco a seis bases en el camino.
Tercero, para que los Estados Unidos lleven a cabo una campaña mayor, el poderío aéreo necesitará entre 15 y 20 bases aéreas dentro de la región, y, una vez más, es prudente que el planeamiento no las coloque todas dentro del mismo país. Valga la redundancia y flexibilidad, debemos cultivar el número de relaciones que permitan sólo tres o cuatro bases en cada uno.
Armados con estas reglas empíricas, los proyectistas de los EE.UU. pueden comenzar a construir una estructura apropiada de geopresencia basándose en el número y situación de naciones o regiones en las que probablemente nos pedirán que demos apoyo a diferentes operaciones de contingencia—tanto ahora como en nuestro planeamiento del futuro. Esa estructura incluirá las dos cosas: el apoyo en ruta durante el despliegue y el respaldo de operaciones y la utilización de bases para la ejecución de las operaciones en sí.
Una vez que se ha estipulado esa estructura, debemos empezar por valorar qué tipo de presencia es apropiado: permanente o temporal. Si es del primero, entonces deberemos determinar si su naturaleza debe ser fuerte o de vigilancia; si es del segundo tipo, debemos considerar qué tan a menudo, tan grande, y por cuánto tiempo. Está de más repetir que debemos llevar a cabo tal análisis con respeto a nuestra presencia presente en ultramar antes de que iniciemos cualquier cambio a esa estructura en el futuro próximo.
La infraestructura de bases de las USAFE es un buen ejemplo de la extensión apropiada de la geopresencia. Aunque en el futuro podemos modificar un poco la huella, la estructura actual permanece en general adecuada para enfrentar los desafíos que encaramos ahora, principalmente porque una cantidad considerable de la infraestructura de esas bases apoya nuestra misión esencial de actuar como un centro estratégico de movilidad para las fuerzas que fluyen el área de responsabilidad (AOR) del Comando Europeo de los EE.UU. (EUCOM) o en tránsito hacia el AOR del Comando Central de los EE.UU. (CENTCOM). Esta capacidad consiste en fornecer bases que tengan amplio espacio de estacionamiento para aeronaves lo que nos permite operar en forma adelantada cuando sea necesario.
Nuestra movilidad estratégica hacia y del teatro europeo está planeada con la estrategia de “seis pierde uno”. Es decir, tenemos seis bases en ruta que tienen la flexibilidad para cumplir con la misión si acaso perdemos el acceso a la base más apropiada por cualquier razón. De esa manera, el sistema de nuestra infraestructura en ruta europea (EERI) mantiene la atención dentro del llamado “lente” que pone a la vista una serie de bases que quedan en una franja de entre 2.500 millas náuticas (NM) y 3.500 NM de los aeropuertos que sirven de centros desde los Estados Unidos continentales tales como: Dover AFB, Delaware, o McGuire AFB, New Jersey. Nuestras bases de EERI también se pueden encontrar entre 2.500 y 3.500 millas de los puertos aéreos de desembarco del teatro en el Sudoeste de Asia. El área dentro de ese lente representa la autonomía óptima de un C-17, donde el sistema en ruta es el más eficaz.17
Cinco bases de USAFE—Mildenhall y Fairford, Inglaterra; Ramstein y Rhein-Main (que será reemplazada por Spangdahlem en el 2005), Alemania; y Morón, España—están acreditadas para dar apoyo al sistema de EERI, y la Estación Naval en Rota, España, es la sexta base de EERI. Se considera que todas son de naturaleza permanente, basándonos en su nivel de alta capacidad y la inversión de la infraestructura fija.
Con respecto al continente africano, nuestra habilidad de proyectar el poderío aéreo se apoya en una red de bases de escala intermedias—de menor fortaleza que las de Europa pero de suma importancia ya que están preplaneadas para servir de escalas de reposte conforme continuamos llevando a cabo operaciones humanitarias, evacuación de no combatientes y de auxilio en crisis en la región subsahariana en Africa desde nuestras bases en USAFE. Estas misiones continuarán por mucho tiempo en el futuro previsible, dado la inestabilidad política, económica, demográfica y climática en la región. Por consiguiente, así como mantenemos la lente de un sistema de aerotransporte estratégico de este a oeste para la mobilidad de los Estados Unidos a través de Europa, de la misma manera mantenemos una lente norte-sur para operar en Africa desde nuestras bases aéreas principales en EUCOM.
De ahí que, la geopresencia no es algo simplemente teórico sino que existe en lo que estamos haciendo hoy, y la flexibilidad y ventajas que proporciona son muy reales. Como podemos ver por lo siguiente, ha demostrado ser sumamente importante en los éxitos alcanzados en nuestras últimas operaciones militares en la GWOT, y continuará siendo así conforme establecemos y ajustamos las ubicaciones, relaciones y requisitos de acceso necesarios para ejecutar nuestra NSS.
Geopresencia en Acción:
Operación Libertad Duradera
Las operaciones militares y el planeamiento después del 11 de septiembre acentúan la importancia de la geopresencia. Nuestras fuerzas militares alderredor del mundo dependían de las numerosas relaciones que habíamos establecido para abrir nuevas avenidas de acceso a las regiones en que necesitábamos operar contra los terroristas. Inmediatamente después de los ataques terroristas en Nueva York y Washington, D.C., nos dimos cuenta que nuestras fuerzas se verían involucradas rápidamente en operaciones—probablemente en la región de Afganistán. Por lo tanto, nos encontramos aumentando la postura de protección de fuerza e iniciando operativos constantes las 24 horas, y también empezamos a recopilar y consolidar el conocimiento de la región de Asia Central y las otras que la rodean, concentrándonos en la naturaleza de los desafíos políticos, culturales, y geográficos. Después de todo, como generalmente no operábamos en muchas de esas áreas, necesitamos entenderlos más completamente. Una parte de ese entendimiento involucró considerar la verdadera magnitud de las relaciones de militar a militar que recientemente habíamos establecido con muchas de estas naciones.
Asia Central se encuentra precisamente en la línea divisoria entre dos comandos de combate—EUCOM y CENTCOM. No obstante que CENTCOM se preparó para realizar las operaciones mayores de combate, EUCOM fue designado como el comando de apoyo y se le encargó la tarea de aerotransporte de alimentos para la asistencia humanitaria a los miles de refugiados afganos y otros en la región quienes estaban en peligro de hambruna—o que incluso podrían ser mayormente desplazados por las operaciones pendientes provocadas por el Talibán. También nos preparamos para suministrar transporte aéreo a las operaciones especiales y las misiones de evacuación médica, además del puente aéreo continuo para el transporte de tropas y otros suministros a lo largo del teatro. Por un periodo de sólo cuatro semanas, llevamos a cabo grandes esfuerzos para preparar todas esas misiones, cumpliendo con rapidez y en detalle los requerimientos del plan para organizar, estibar, y ejecutar el reabastecimiento de combate, y las misiones humanitarias. Las Bases en Europa y el Medio Oriente presenciaron un considerable aumento en el tráfico aéreo conforme las aeronaves desplazaban hacia el frente personal y carga.
Es importante hacer notar, que inmediatamente después del 11 de septiembre, empezamos a determinar el estado de relaciones diplomáticas y permisos de sobrevuelo, la ubicación de fuerzas, o el tránsito por países del área de los Balcanes al Cáucaso y el Mar Caspio—y de allí a la región de Asia Central. Nos encontramos que, en muchos casos, no existían los fundamentos que necesitábamos, como son los necesarios acuerdos diplomáticos, mecanismos, o permisos de sobrevuelo y aterrizaje con esos estados-naciones. El personal de los comandos de combate y componentes, trabajaron diligentemente para identificar los requisitos e informar por vías oficiales a la Secretaría de Relaciones Exteriores para dar comienzo a ese proceso vital. De nuevo, el alcance del esfuerzo para la preparación y obtención del número de permisos diplomáticos con tantos países por los diferentes comandos conjuntos no había ocurrido desde la Segunda Guerra Mundial.
Para el 29 de septiembre, cuando el primer C-17 llegó a la Base Aérea Ramstein, por lo menos 26 países habían concedido derechos de base o sobrevuelo para la GWOT. Para el 9 de octubre, las aeronaves de aerotransporte estadounidenses volaban directamente de Alemania sobre Europa Central; por arriba del Mar Negro, la región de Transcaucásica, y el Mar Caspio; y por Asia Central y Afganistán. En otras zonas también, aeronaves transitaron sobre el mediterráneo y volaron de las regiones del Pacífico al teatro de operaciones. Para noviembre habíamos conseguido, por primera vez, operaciones de aviones nodriza en Bulgaria. Esto permitió repostar en el aire sobre del Mar Negro, lo que redujo el tiempo de vuelo de las tripulaciones de los aviones cisterna en su camino a los puntos reposte, y aumentó la cantidad de combustible disponible para los C-17.
Asimismo, las fuerzas armadas de los EE.UU. necesitaban establecer nuevas bases en Asia Central para las operaciones en curso. La mayoría de los gobiernos en esta región fueron muy propicios, y negociamos rápidamente para ubicarnos en Uzbekistán y Kyrgyzstan lo que permitió a las aeronaves de los EE.UU. y de la coalición operar directamente en Afganistán. En total, las fuerzas armadas de los EE.UU. establecieron o reforzaron 12 bases en las regiones de Asia Central y del Medio Oriente.
Cuando consideramos esas operaciones en conjunto, podemos ver que representan un logro importante en el frente de la diplomacia y formación de coalición con amigos y socios en una nueva región de operaciones, y todo eso se efectuó en sólo unas cuantas semanas. Uno de los factores más importantes que nos permitieron establecer y llevar a cabo tal cantidad de operaciones tan rápidamente, se debe a los programas cooperativos en curso de seguridad en los que ya habíamos establecido relaciones de militar a militar con la mayoría de los países de la antigua Unión Soviética a través de varias avenidas—pero en especial el programa PFP de la OTAN.
La proximidad a estos países dentro de un régimen cooperativo de seguridad robusto facilitó este importante acercamiento de militar a militar. Por ejemplo, durante el año anterior al ataque al Centro Mundial de Comercio (World Trade Center), EUCOM dedicó más de 84.000 días-hombre; 4.500 salidas de vuelos; y personal de 11.000 efectivos a la importante interacción con las fuerzas militares extranjeras dentro del AOR.18 Las relaciones que se fomentaron por tal grado de cooperación proveyeron los cimientos que necesitamos para llevar a cabo Libertad Perdurable en y por arriba de estas nuevas regiones.
Un ejemplo importante de este tipo de cooperación fue muy claro en mayo del 2001, cuando el Gen Tommy Franks, comandante de CENTCOM, y el Centro de Preparación de Guerra de USAFE, sirvieron de anfitriones de un ejercicio de alto nivel PFP con muchos de los jefes de defensa de esos países (incluyendo a Turkmenistan, Uzbekistán, Azerbaiyán, Kyrgyzstan, y Tajikistan) y que sería tan importante unos meses después en Libertad Perdurable. Las relaciones personales establecidas durante ese ejercicio sirvieron de enlaces indispensables para la interacción necesaria en el establecimiento de muchos de los acuerdos diplomáticos y políticos que necesitamos para llevar a cabo las misiones en Asia Central—misiones que todavía están en vigor. Tampoco debemos dejar pasar por alto los papeles que jugaron en este esfuerzo los aliados de la OTAN y otros participantes a largo plazo. A partir del verano de 2002, más de 69 naciones apoyaban nuestra guerra contra el terrorismo, incluyendo más de 16.000 efectivos (provenientes de 20 países) desplegados en la región de responsabilidad de CENTCOM—7.000 en Afganistán.19
Claramente, nuestra presencia en ultramar y la participación en la OTAN fueron factores determinantes del por qué se recibió este grado de apoyo de parte de la coalición, y ellos son las principales razones del éxito obtenido tanto en Afganistán así como en otras áreas involucradas en la GWOT. Simplemente, no podríamos haberlo hecho sin la presencia adelantada de nuestras fuerzas armadas en esas áreas—desde el punto de vista de las dos cosas: la necesidad geográfica y las relaciones que la presencia había establecido. Sin esta geopresencia, cualquier grado comparable de éxito habría tenido precio más alto.
En suma, lo que hemos aprendido de las operaciones en curso de la GWOT subraya la importancia de las bases delanteras y la continua cooperación de seguridad. La geopresencia nos ofrece capacidades que son inestimables para cualquier tipo de desafío regional futuro u operaciones humanitarias que llevemos a cabo. Los beneficios que recibimos de la geopresencia en flexibilidad y en diferentes niveles de acceso son incalculables, y eso es precisamente de lo que se trata nuestra nueva NSS.
Conclusión
Es importante entender que nuestras recientes operaciones militares han validado la sabiduría (y visión) de nuestros líderes políticos y militares del pasado que establecieron la infraestructura en ultramar de la que hoy gozamos. Las bases ya las teníamos establecidas y las relaciones que suscitaron con otras naciones facilitaron en última instancia el éxito en una zona del mundo donde ninguna otra potencia o coalición ha tenido real influencia durante siglos. La razón primordial del éxito estadounidense es la geopresencia que es—y continuará siendo—una condición inmanente de nuestras operaciones militares.
He hecho el intento de presentar en este artículo que la geopresencia proporciona el acceso necesario que permite a las fuerzas de EE.UU. adiestrarse, desplegarse, y desempeñarse con éxito; también ofrece a las fuerzas armadas de los EE.UU. el acceso posible a cualquier región del mundo cuando responden a una plétora de contingencias. Más aún, presenta oportunidades importantes y naturales para mejorar la interoperabilidad y cooperación con nuestros socios y aliados—no obstante que tomamos los pasos necesarios para transformar y modernizar nuestras propias fuerzas.
De todo ésto, a su vez, ganamos cierta influencia en las regiones donde estamos presentes y mantenemos estrechas relaciones. Esta influencia afecta todos los aspectos de nuestras relaciones con otros países, sean diplomáticas, económicas, sociales, o militares. Estimula en forma útil, en realidad vital, las vías de interacción que permite a nuestro gobierno obtener el apoyo firme y necesario para nuestras políticas y programas, sin dejar atrás la habilidad de operar en y a través de cualquiera de esas regiones y países.20 Al mismo tiempo, esta influencia nos ayuda a establecer los complejos fundamentos políticos y diplomáticos necesarios para cualquier operación militar futura en esas regiones. Quizás lo más imprescindible de todo eso son las relaciones personales y orgánicas entre los militares de los EE.UU. y el personal de defensa extranjero.
Por consiguiente, la NSS y, de ahí, cualquier estrategia de establecimiento de bases que se vaya presentando requiere de algún grado de geopresencia en ultramar de la cual se puede conseguir, mantener o mejorar el acceso, la cooperación, la interoperabilidad, e influencia. Manteniendo eso en mente, necesitamos considerar cómo podemos situarnos mejor para obtener el mayor provecho de estas cuatro cualidades primarias que proporciona la geopresencia .
Aunque no hay un “patrón fijo ” para el establecimiento de bases en cada región, podemos determinar por lógica las condiciones y la mezcla apropiada de estructuras permanentes, rotatorias, y adiestramiento de la fuerza que necesitamos para encarar los desafíos presentes. Una geopresencia viable presenta ambas: las oportunidades y la flexibilidad que permitan cumplir cualquier decisión que tomemos cuando determinamos donde queremos ubicar las fuerzas, así como las razones y los medios para hacerlo. Por lo tanto, si decidimos que necesitamos la presencia en ultramar para el aereotransporte estratégico, compromisos de la alianza, operaciones humanitarias, adiestramiento, o eventualidades del combate, la geopresencia nos ofrece una variedad más amplia de opciones tanto para las clases de acceso que requerimos como para el tipo de acceso que queremos.
Entonces podremos buscar en forma consciente la cooperación estratégica en la ubicación, los ejercicios, y la seguridad que, estoy convencido, demostrará ser más idónea para lograr las cinco metas estratégicas de nuestra nueva NSS. Esta estrategia de geopresencia hará posible enfrentar los diferentes peligros que amenazan el territorio patrio de los EE.UU. así como a nuestros intereses vitales en el extranjero. Habilitará una respuesta rápida o quizá prevendrá que esos individuos que usarían WMD amenazaran, chantajearan, o dañaran a los EE.UU. o sus aliados y amigos. Nos ayudará a transformar la defensa nacional dentro y fuera del país de tal modo que nos permitirá definir el espacio de la batalla en lo futuro exclusivamente bajo nuestras propias condiciones—las nuestras únicamente. Una estrategia de geopresencia es la base fundamental para formar, fortalecer e incrementar todas nuestras relaciones con las otras naciones individuales, incluyendo las potencias regionales y globales.
En consideración de éso, la geopresencia también nos proporciona la oportunidad de abrazar esas sociedades alderredor del mundo que de verdad están interesadas en promover la libertad, la democracia, y la libre empresa. En el particular, asegura la existencia de zonas de preparación disponibles para ayudar a las naciones en su lucha contra diversas fuerzas que niegan o amenazan su libertad. El presidente Bush nos indica en el prólogo de la NSS, “Libertad es la demanda innegociable de la dignidad humana; el derecho natural de cada persona—en todas las civilizaciones.”21 El presidente reiteró esta declaración en su último Discurso de la Condición de la Unión, cuando hizo hincapié en que “no permitiremos el triunfo de violencia en los asuntos de la humanidad—los hombres libres dictarán el curso de la historia.”22 La libertad, por lo tanto, es el objetivo primordial de nuestra NSS.
Este compromiso con una estrategia de geopresencia con ubicaciones en ultramar no es barato a corto plazo, pero rendirá grandes posibilidades a largo plazo, de la misma manera que Libertad Perdurable y el total de la GWOT siguen demostrando. Por otro lado, el fracaso de establecer y mantener la geopresencia estadounidense podría ser catastrófico para nuestra política exterior y de defensa—y, personalmente creo, para nuestra seguridad nacional futura. Como hemos podido observar claramente por los eventos recientes, incluso nuestros más firmes aliados pueden discrepar a veces con nosotros en problemas de gran importancia. Sin embargo, la geopresencia nos ha ayudado a vadear estos problemas y ha presentado múltiples soluciones y avenidas de cooperación en todos los frentes—no sólo desde la perspectiva militar.
Aunque en tiempo de conflictos o crisis políticas e internacionales, es tentador pensar en replegarnos dentro de las fronteras de la patria y descansar en las nuevas tecnologías para cumplir con nuestras necesidades de seguridad, debemos mantener una bien planeada y adaptable presencia en ultramar. Debemos encontrarnos allí verdaderamente para hacer todas esas cosas que he descrito en este artículo. Creo que el Gen. Jim Jones, nuestro nuevo comandante supremo de las fuerzas aliadas, Europa, recientemente expresó este requisito con precisión y en forma sucinta cuando dijo, “la presencia Virtual realmente iguala la ausencia real.”23 En breve, ninguna nación puede hacerlo todo por sí sola. Al fin, la geopresencia continua nos ofrece los medios por medio de los cuales mantenemos las capacidades necesarias que son tan críticas si hemos de tejer una red de naciones interconectadas para luchar y ganar esta guerra global con el terrorismo.
Notas
1. The National Security Strategy of the United States of America (Washington, D.C.: Presidente de los Estados Unidos, septiembre del 2002), en línea, Internet, marzo 17, 2003, disponible en https://www.whitehouse.gov/ nsc/nss.html. De aquí en adelante referido como NSS.
2. Ibid., 2.
3. Ibid., 29.
4. La estrategia perfila aspectos separados en ocho secciones diferentes dentro del documento.
5. NSS, 5.
6. Ibid., 29.
7. Ibid., 30.
8. Presidente Bush presentó de esta manera entender la transformación al declarar la necesidad a “revolucionar el campo de batalla del futuro y mantener la paz definiendo la guerra bajo nuestras propias condiciones.” Discurso hecho en ocasión de la firma de la Ley de Asignación de Fondos del Departamento de Defensa para el año fiscal 2003, Pentágono, Washington, D.C., enero 10, 2002.
9. NSS, 26.
10. Ver William S. Cohen, Report of the Quadrennial Defense Review (Washington, D.C.: Departamento de Defensa, mayo 1997).
11. Ver National Defense Panel, “National Security in the 21st Century: The Challenge of Transformation,” Joint Forces Quarterly, verano 1997, 15–19; e ídem, “NDP Assessment of the QDR”, en línea, Internet, marzo 17, 2003, disponible en https://www.defenselink.mil/top story/ndp_assess.html.
12. “NDP Assessment of the QDR”,1.
13. Ibid., 4.
14. Richard L. Kugler, “Controlling Chaos: New Axial Strategic Principles,” in The Global Century: Globalization and National Security, ed. Richard L. Kugler and Ellen L. Frost (Washington, D.C.: National Defense University Press, 2001), 75.
15. John À. Tirpak, “The QDR Goes to War,” Air Force Magazine, diciembre 2001, 4, en línea, Internet, marzo 17, 2003, disponible en https://www.afa.org/magazine/ Dec2001/1201qdr.html.
16. Durante la década de los años noventa, USAFE participó en más de 67 contingencias mayores y otras operaciones en la AOR de EUCOM.
17. Headquarters Air Mobility Command, Plans and Programs, En Route Strategic Plan, n.d.
18. Office of Plans and Programs, United States Air Forces in Europe.
19. Departamento de Defensa, Oficina de Relaciones Públicas, hoja informativa, junio 7, 2002, 1.
20. Headquarters United States Air Forces in Europe, “USAFE Security Cooperation Strategic Concept for FY 2002–2003,” borrador, versión 4, mayo 30, 2002.
21. Prólogo del presidente, NSS.
22. Presidente George W. Bush, State of the Union Address, enero 28, 2003, en línea, Internet, marzo 17, 2003, disponible en https://www.whitehouse.gov/news/releases/ 2003/01/20030128-19.html.
23. Statement at the 2002 Marine/Air Force Warfighter Talks, Miramar, Calif., julio 2002.
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Colaborador
El General Gregory S. Martin, USAF (Licenciatura Academia de la USAF, Maestría, Central Michigan University) es el comandante de las Fuerzas Aéreas de los EE.UU. en Europa, comandante de las Fuerzas Aéreas Aliadas en el Norte de Europa y comandante del componente de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en el Comando Europeo, Base Aérea Ramstein, Alemania. Además de haber volado 161 misiones de combate en el sudeste de Asia, ha estado al mando de la 67avo Escuadrón Caza-Táctico, la 479ava Ala Táctica de Adiestramiento y las Primera y 33ava Alas de Combate. Antes de pasar a ocupar su cargo actual, fue asistente principal en la Oficina del Asistente al Secretario de la Fuerza Aérea para Adquisiciones. El General Martin es un piloto comandante y paracaidista maestro con más de 4.100 horas de vuelo en varios aviones, incluyendo el AT-38, F-4, F-15 y C-20. En General es egresado de la Escuela para Oficiales de Escuadrón, de la Escuela Superior de Estado Mayor y de la Escuela de Guerra Nacional

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