Alarma crecimiento del secuestro express en España

Celia Maza
La persona retenida está atada y en todo momento controlada por algún miembro del grupo de secuestradores
La persona retenida está atada y en todo momento controlada por algún miembro del grupo de secuestradores
La persona retenida está atada y en todo momento controlada por algún miembro del grupo de secuestradores
La persona retenida está atada y en todo momento controlada por algún miembro del grupo de secuestradores
Madrid- «Tengo a tu puta. Si la quieres volver a ver dame mi dinero». Segunda llamada. «¿Quieres escuchar a tu puta?, pues aquí la tienes». Una voz de una chica de tan sólo 17 años suena al otro lado de la línea. Apenas puede pronunciar la frase que le han mandado que diga: «Papá,…. que me van a cortar las manos». No para de llorar. Cada cinco minutos el teléfono vuelve a sonar. Siempre pide lo mismo: un rescate.
En España, el año pasado se denunciaron 100 secuestros. Los denominados exprés son cada vez más frecuentes. El último tuvo lugar el pasado jueves en Bilbao. Fue un doble secuestro motivado por una supuesta deuda económica que la pareja de secuestradores pretendía hacer pagar a las dos víctimas con las que tenían un negocio común. Fueron rescatadas el mismo jueves. A pesar de que las cifras que maneja el Grupo de Secuestros y Extorsiones de Comisaría General de Policía Judicial no superan los 25 casos, en lo que va de año ya se han producido los mismos que tuvieron lugar en 2005.
El gran hándicap es que cualquier ciudadano puede ser la persona elegida. Basta con tener un buen coche, salir de una joyería o sacar una importante cantidad de dinero en un cajero para llamar la atención. «No vigilan previamente a un individuo concreto, sino que cogen al primero que les dé la sensación de que puede entregarles 6.000 euros en tres o cuatro horas», dice el inspector Alberto C., jefe de grupo.
El investigador adelanta que el secuestro exprés se puede triplicar en los próximos dos años. El motivo es que el paso anterior a una retención violenta son los robos a chalés, un delito que se ha incrementado «significativamente» en los últimos años. Esta semana se han producido cuatro asaltos de estas características en tan sólo 96 horas. Madrid, Barcelona y la Costa del Sol eran los puntos más estratégicos, aunque los dos últimos robos han tenido lugar en Zaragoza. «Cuando los delincuentes se atreven a entrar en una casa con los inquilinos dentro, lo siguiente que intentan es despertarles para que ellos mismos les abran las cajas fuertes y no se lleven sólo las joyas. Luego creen que pueden conseguir más dinero si la familia de la víctima puede acceder al banco y piensan en el secuestro», apunta el detective.
El tiempo, en su contra. El tiempo, en estos casos, juega en contra de los delincuentes. Los secuestradores no son grupos especializados. Mientras tienen retenida a la víctima están nerviosos y obsesionados por conseguir el dinero cuanto antes. «Resultan aún más peligrosos porque no llegan a controlar la situación. Es difícil tener secuestrada a una persona sin levantar sospechas», asegura.
En la mayoría de los casos, el coche o el propio maletero se convierte en un «zulo improvisado». Sentada en la parte trasera del vehículo entre dos de sus plagiarios o secuestradores, la víctima espera a que se pongan en contacto con su familia para pedir dinero. Sin rescate no se puede hablar de secuestro. Una pistola le aprieta por debajo de la cintura. Otra apunta a las fotografías de sus hijos que le han arrebatado de su cartera. Le hacen saber de este modo su situación. Son las 22:00 horas. La mayoría de los secuestros exprés se producen por la noche. «Los autores saben que cuentan con dos horas antes de las 00:00 para que los familiares hagan las operaciones correspondientes en los bancos. A partir de ese momento empieza otro día y los cajeros vuelven a permitir sacar grandes cantidades de dinero», explica el investigador.
Por norma general, el rescate nunca es de más de 15.000 euros y el secuestro no supera las 24 horas. En todo momento, se debe mantener una actitud de cooperación, omitir información privilegiada respecto a la economía y proporcionar números de teléfonos fijos. Nunca, absolutamente nunca, hay que intentar llevar a los plagiarios a un lugar cerrado o a domicilios particulares convenciéndoles de que allí tienen más dinero porque son en estas ocasiones cuando empiezan los problemas. Aumenta el número de personas secuestradas. Aumenta el pánico.
Con la impotencia de ver pasar a gente a través del cristal del coche en el que está retenido y con el miedo de poder morir, el secuestrado tiene que saber que el tiempo es el principal factor de presión. Esto es también lo más difícil de explicar a la familia.
Carmen (nombre ficticio) acudió a la Policía para denunciar el secuestro de su hijo. Le habían dado tres horas para conseguir 6.000 euros. «Ella los tenía y no entendía por qué le decíamos que esperara. Pero si se los da, piden el doble. No habrá límites. Por eso hay que denunciar. Nosotros vamos a explicarles cómo negociar», afirma el inspector.
En España, todos los secuestros se han resuelto. Nunca se ha llegado a efectuar el pago del rescate gracias a la labor policial y, en la mayoría de los casos, se ha detenido a los secuestradores. Aunque no siempre es fácil. Los secuestros comunes pueden durar días, pero los que se producen en el extranjero han llegado a ser de meses o de años.
El grupo de expertos de la Policía está preparado para actuar en cualquier parte del mundo. Saben negociar y deben enseñar a hacerlo a los familiares en cuestión de horas. Les preparan para todo tipo de presiones. Pero aquí no hay un libro de instrucciones. Cada caso es distinto. Cada minuto de una llamada entre el secuestrador y la familia de la víctima cambia el rumbo del secuestro.
Pepa (nombre ficticio) coge el teléfono. Le comunican que tienen a su hermana. Ha sido secuestrada en un país de Suramérica. La voz al otro lado de la línea es totalmente pausada. Está en medio de la selva. Sabe que no van a localizar su llamada. Sabe que ningún policía va a capturarle por detrás. Tiene todo el tiempo del mundo. Es un profesional. Pepa pide una prueba de que su hermana está viva.
Le hace al secuestrador una pregunta que sólo su hermana puede contestar. Silencio. Al cabo de unos segundos, el secuestrador vuelve a ponerse al teléfono. «La camiseta que te regaló por tu cumpleaños es de color roja». Está viva y Pepa se derrumba y comienza a llorar. Nadie está preparado para hablar con un hombre que tiene en sus manos la vida de una hermana. Las conversaciones, los tonos, la presión. Indescriptibles. En México, Argentina o Panamá, los secuestradores saben que el buen estado de salud de su víctima es su «seguro de vida». Si hay que elegir quién come si no hay alimentos, come la víctima.
Drogas. Sin embargo, José (nombre ficticio) no ha tenido tanta suerte. La persona que tiene a su hija es un narcotraficante y no está preparado para realizar un secuestro. Los casos por drogas ocupan tres cuartas partes de los secuestros comunes. La Policía ha enseñado a José cómo actuar en situaciones de crisis, pero el plagiario no le da tiempo para poder negociar. Cada llamada es de apenas treinta segundos. Le han asesorado, pero ningún padre está preparado para que le secuestren a su hija. Mucho menos sabe qué hacer para que se la devuelvan cuando la escucha al otro lado del teléfono decirle que le van a cortar las manos. La joven se ha intentado suicidar. No aguanta la presión. «No le hagas nada, por favor, te doy todo lo que me pidas». ¡Craso error! Una frase. Una palabra mal dicha cambia el rumbo.
Las familias llegan a odiar a la Policía, a tratarles como dioses, a desconfiar de ellos, a volver a amarles. «Hay muchísima presión. Nunca sabes qué va a pasar cuando suena el teléfono. Nos preparan durante mucho años, pero oyes cosas que te destrozan los esquemas. Tienes que improvisar a cada momento. Ningún caso se repite», afirma el inspector.
La relación que guardan con cada familia es «especial». No se olvida a los que te han devuelto a los tuyos. Se recuerda de por vida a los que enseñan a decir, en cada momento, la frase adecuada a alguien que no se sabe hasta el final si va a cumplir con su palabra.

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