El estereotipo del hombre bien vestido, sofisticado, seductor, que podía encantar casi a cualquiera para estafar y hacerse con pequeñas fortunas, está desapareciendo.
¿Qué lo reemplazó? miles de individuos, agazapados sobre sus computadoras, robando detalles bancarios y explotando las debilidades tecnológicas. Todo, sin tener que vestirse bien ni tener que convencer a nadie de nada.
«Nada que ver con el pasado», dice Frank Abagnale.
Pérdidas
Y Frank Abagnale sabe de lo que habla. Para muchos, él representa el estereotipo del estafador con encanto.
Tanto así que su vida sirvió de inspiración para la película de Spielberg, protagonizada por Leonardo di Caprio, «Atrápenme si pueden».
A Abagnale lo atraparon a los 21 años y pasó cinco en prisión antes de que el FBI lo soltara a cambio de que los ayudara.
Desde entonces, durante los últimos 30 años, se ha dedicado a enseñar un curso sobre estafa en la academia del FBI en Quántico, Virginia.
Pero el problema ya no parece ser gente como él, que hacían un trabajo individual. Hoy el problema es masivo. Y de grandes proporciones.
En Estados Unidos, las pérdidas por estafa superan los US$660 mil millones cada año. O cerca del 6% del producto nacional bruto. De ese total, unos US$20 mil millones, son fraude con cheques bancarios.
Tecnología
El tipo de fraude que cometía Abagnale hace 40 años, seduciendo a sus víctimas para hacerse con cheques fraudulentos, hoy parece confinado a material de cine.
Frank Abagnale, ex estafador y profesor del FBI
Según Abagnale «la tecnología significa que lo que yo hice hace 40 años, hoy es 4.000 veces más fácil de hacer».
Lo que tenemos ahora son bandas organizadas. Muchas son de Rusia, China, Corea o del propio país donde se cometen los delitos.
Los medios que usan: correos electrónicos en los que se «pesca» detalles bancarios de sus víctimas; falsos juegos de lotería; robo masivo de información sobre clientes de bancos y casas comerciales.
Quizás uno de sus logros más grandes fue el haber robado más de US$300 millones de las computadoras del banco japonés Sumitomo, en 2005.
Ingeniería social
Es por esto, entre otras razones, que las técnicas del pasado ya no tienen sentido hoy.
Lo que antes se conocía como «ingeniería social», es decir, la habilidad de dar con la parte débil de una persona para explotarla y conseguir lo que uno quiere, es una técnica que los estafadores ya casi no usan.
Frank Abagnale inspiró la película «Atrápame si puedes», pero trabaja para el FBI desde hace 30 años.
En el mundo de hoy, más que una lengua de oro, lo que se necesita son dedos de platino.
«Hace 40 años si quería falsificar un cheque, hubiera necesitado una enorme máquina. Hoy lo puedo hacer usando (el programa) ‘fotoshop’ en 10 minutos», comenta Abagnale.
Y para completar el panorama, quién necesita hoy seducir a un o a una empleada clave de una empresa, cuando muchos nombres, detalles y hasta las firmas de altos funcionarios se pueden descargar de internet y copiarlos.
«Cada sistema, cada tecnología y cada documento tiene un error en algún lugar. De lo que se trata es de encontrar ese error y manipularlo», advierte Frank Abagnale.
Usos «legítimos»
Y por supuesto, estos días, no sólo los delincuentes se hacen con dinero e información.
Bancos y grandes corporaciones también son perpetradores que manipulan la información electrónica de manera legítima.
Por ejemplo, los bancos de Estados Unidos están legalmente obligados a preguntar a sus clientes si quieren o no que información sobre ellos se venda a otras empresas.
Esto podría solucionarse de manera muy sencilla, con una casilla para marcar. Pero en muchos casos, esas instituciones redactan seis páginas de texto donde incluyen esta pregunta pero el cliente por lo general no lo lee y firma, confiando en esa institución y evitándose una lectura engorrosa.
De este modo, muchísima gente está aceptando que el banco o la corporación haga lo que ellos quieran con la información personal.
Y quizás no se trate de saber qué forma de estafa está de moda, sino poner más cuidado en las transacciones que uno realiza estos días. Ya sea en persona o a través de un computador.