Ex agentes de la CIA y del Mossad compiten por la seguridad privada en Argentina

Gerardo Young.
gyoung@clarin.com
Frank Holder, Hen Harel, Ross Newland, David Manners, Ariel Seipfetz y más. Son nombres que poco o nada dicen a los argentinos. Se entiende, porque todos ellos trabajaron en nuestro país como agentes secretos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos o Israel. Ahora se dedican a un negocio casi tan sigiloso como sus viejas misiones oficiales: el de las agencias de seguridad e inteligencia VIP, un mercado exclusivo para ricos y poderosos.
Empresarios o multimillonarios, embajadas, empresas de alta tecnología o mercados sensibles como los aeropuertos, los bancos o los servicios de comunicaciones, conforman las carteras de clientes habituales de estas agencias internacionales, cuyo mercado parecía haberse desintegrado junto a la crisis del 2001 y ahora retorna con toda la fuerza. Según dicen en las propias agencias, la facturación total de este negocio tan particular ronda hoy los 25 millones de dólares anuales. Compiten por esa torta dos agencias de origen estadounidense (Kroll y Holder), más una de origen israelí (SIA) y una cuarta que está por entrar al mercado y que reúne al empresario uruguayo Juan Navarro con un ex delegado de la CIA en Buenos Aires (Ver Navarro…).
«Nuestra experiencia no parte de hipótesis de conflicto, sino de conflictos reales», grafica Ariel Seifetz, director de Inteligencia de la agencia SIA, integrada por ex agentes del Mossad y otros organismos de Inteligencia y seguridad de Israel. Esa experiencia de hombres criados en conflictos bélicos de primer mundo, es lo que venden estas agencias para diferenciarse de las empresas de seguridad domésticas. Y se traduce en los trabajos que hacen: custodias personales para millonarios; investigaciones sensibles sobre inversiones; auditorías de seguridad; controles de hackers; rastreos de lavado de dinero; detección de micrófonos ocultos; y también, aunque no lo admitan, espionaje industrial y político.
Se presentan como «Agencias o consultoras» de seguridad e investigaciones, pero estas empresas están pensadas y estructuradas como los servicios de espionaje: compran informantes; se filtran en bancos de datos oficiales y privados; roban la basura de sus objetivos para revisar sus papeles más íntimos; hacen seguimientos personales y también, en algún caso, interfieren teléfonos o colocan cámaras ocultas. «Las capacidades existen y están disponibles. Que se haga o no, depende de lo que pida el cliente y del límite que pongamos nosotros», admite el directivo de una de las agencias.
Entre los servicios que reconocen en público, ofrecen estudios de mercado para empresas extranjeras y asesoramiento a empresas locales para ingresar en negocios desconocidos. También ayudan a los empresarios a saber si tienen empleados desleales, qué está pasando en el Congreso con leyes que pueden afectar sus negocios o a anticiparse a licitaciones públicas y futuras medidas de gobierno que puedan perjudicarlos. Con mayor sigilo, también hacen investigaciones sobre empresas rivales, para lo que acceden a sus balances y, en algún caso, hasta se meten en sus sistemas informáticos.
Las auditorías son otra pata importante del negocio. En la última elección legislativa, de octubre del año pasado, uno de los principales candidatos contrató a una de las agencias para que controlara a todos los que iban a tener contacto con los fondos de la campaña. Ni el candidato pudo saber en qué consistía ese trabajo, pero incluyó la intervención de correos electrónicos y hasta la colocación de un falso militante entre los auténticos, para poder controlarlos de cerca.
Los valores del mercado son elevados porque sus clientes tienen cómo pagarlo y también mucho para perder. Para custodiar a un empresario top y a su familia, pueden llegar a cobrar un millón de dólares al año, si incluye la vigilancia de sus propiedades y planes de contingencia ante secuestros extorsivos u otras situaciones de riesgo. Esa es una de las especialidades de SIA, la agencia israelí, cuyo director, Hen Harel, fue jefe de seguridad de las embajadas de Israel en Brasil y en Rusia.
Un clásico de estos últimos años son las auditorías de los servicios de seguridad en empresas y en countries. Para esto, las agencias cobran no menos de 1.000 dólares por día de trabajo. Pero no es sólo cuestión de ir y criticar a los pobres vigiladores que pasan horas en la entrada de los barrios más top. Una de las agencias citadas en este informe, se mete sin permiso en los countries que la contratan, saca fotos de las casas desde el jardín y a las mujeres tomando sol al lado de la pileta. «La mejor manera de comprobar un sistema de seguridad es vulnerarlo», se justifican.
Ninguna empresa admite que coloca micrófonos o cámaras ocultas, salvo para espionajes de fraudes dentro de las empresas que los contratan. Pero todas, eso sí, se dedican a quitarlos. Un servicio, que cuesta unos 5 mil dólares por mes, consiste en limpiar de aparatos espías las salas de directorio de las grandes compañías. Pero hay una lógica contra la que no pueden las desmentidas: si encuentran micrófonos, es porque alguien los puso antes. ¿Quiénes? Hay ejemplos. La firma Kroll, hoy en día la mayor agencia de detectives del planeta, en el 2004 fue denunciada en Brasil porque se detectó que había pinchado teléfonos y seguido de cerca a dos de los principales ministros del presidente Lula Da Silva. El jefe de investigaciones de Kroll argentina, Matías Nahon, aseguró a Clarín que ese incidente «marcó un quiebre en la historia de Kroll» y que por eso «ya no se hace nada vinculado a la política».
Frank Holder, ex hombre de la CIA en Buenos Aires, fue el precursor de este negocio en el país desde Kroll y este año abrió su propia agencia, Holder International. En el 2001, fue denunciado por el diputado mendocino Gustavo Gutiérrez, ya que Kroll lo había investigado por un supuesto desmanejo con subsidios provinciales. Para él, son apenas gajes del oficio.
Los espionajes no se admiten pero los hay a montones. ¿Y qué hace el Estado? Todas las agencias consultadas por Clarín coincidieron en que no hay controles serios. «Se nos controla a través de la AFIP, como a cualquier empresa, y como empresa de seguridad se nos exigen controles sobre el personal de seguridad. Pero sobre las áreas de consultoría o investigaciones no hay requerimientos», reconoce Holder y coincide Nahon, de Kroll. En ambos casos, aseguran que a ellos les convendría un mayor control, ya que en el mercado existen muchas microempresas dedicadas al espionaje, menos famosas y, quizá por eso, más impunes.
Tanto Kroll, como Holder International como SIA, tienen en común que están formadas por capitales extranjeros, que tienen sedes en distintas partes del mundo y que sus padrinos son, siempre, ex espías nostálgicos de la Guerra Fría. Kroll fue hija de ex agentes de la CIA desocupados después de la caída del muro de Berlín. SIA es invento de ex agentes del Mossad y Holder emula esas historias con la suya propia. A estas empresas se les sumará en breve una cuarta, Dilligence, que compró recientemente el empresario uruguayo Juan Navarro y que administra Ross Newland, un «gringo» que fue delegado de la CIA en Buenos Aires.
¿Por qué llegan estas empresas a la Argentina? Según Hen Harel, director de la israelí SIA, «en todos los países industrializados hay al menos dos o tres agencias de este tipo. La pregunta sería, ¿por qué no en Argentina?». Holder también ve razones de oportunidad: «Hay más liquidez en Argentina, más inversión interna y externa, y muchas empresas cambiadas y cambiándose de manos. Es un lindo mercado».
Kroll se estableció en 1996 y desde entonces se quedó, gracias a que tiene mayor respaldo internacional. Según Nahon, durante la crisis sobrevivieron trabajando para afuera. «Fue un buen negocio porque los costos nuestros eran en pesos. A partir del 2003, ya se empezó a reactivar fuerte el mercado interno».
La crisis había desplazado a al menos dos agencias de estas características. Una era Universal Control, propiedad de ex agentes de la CIA en sociedad con Rodolfo Galimberti, ahora dedicada a los negocios de software. La otra era Smith Brandon, de ex directivos del FBI, que no soportó el desmadre económico.
Pero aquí están, otra vez. Con sus informantes a sueldo, sus equipos de espionaje y de contraespionaje, sus historias repletas de misterio, listos para seguir acumulando aventuras de esas que no se atreven a contar.
Qué hacen y a qué precio
Limpieza de micrófonos y cámaras ocultas. Es el encargo más habitual de las grandes compañías. Por «barrer» una oficina del directorio cobran unos 400 dólares por vez o hasta 5 mil por mes, si incluye la protección de los teléfonos.
Análisis de solvencia sobre personas o empresas. Varía mucho de acuerdo a la complejidad del objetivo. Puede costar desde 10 mil dólares a un millón. Analizan balances, hacen inteligencia fiscal y estudios sobre mercado.
Seguridad de un empresario y su grupo familiar. Se cotiza entre 200 mil y un millón de dólares al año, según el riesgo al que esté expuesto el empresario. Los custodios son entrenados en el exterior.
Auditoría de seguridad. Otro servicio muy requerido. Para empresas, entre 10 mil y 30 mil dólares. En un country, 1.000 dólares por día. La premisa de trabajo es simple: para comprobar si funciona, vulneran los controles.
Asesoramiento para juicios. Hacen auditorías forenses, valuaciones y apoyo con abogados. A 250 dólares por hora.
Espionaje sobre la competencia. El trabajo más secreto. El precio depende de cuál sea la empresa a investigar y el nivel de sofisticación de los equipos que se utilizan.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *