“Yo no sé nada. No conozco a esta persona.
No me interesa qué hacen otras personas.
Como decimos acá, cada uno mira su pan”.
Es un día gris, hace frío y llovizna en Corleone, un lugar realmente de película, enclavado en medio de las montañas, donde reina la omertá, es decir, el silencio mafioso. En el café Excelsior, el más concurrido de la plaza principal –la piazza Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, los dos jueces antimafia asesinados brutalmente por la Cosa Nostra en 1992–, la presencia de una periodista provoca miradas irónicas entre los hombres del pueblo.
Un pueblo de no más de 12.000 almas, con empinadas callecitas de piedra, varias iglesias antiguas y una vista espectacular hacia valles de campos verdes, famoso porque ha sido la cuna de dos de los más sangrientos y poderosos capos de la Cosa Nostra: Salvatore Totó Riina, arrestado en 1993, y Bernardo Provenzano, capturado el pasado 11 de abril, después de haber estado prófugo durante 43 años.
“Sbagliasti cristiani (te equivocaste de cristiano) ”, responde en dialecto un parroquiano que dice llamarse Mimmo –en Corleone todos dicen llamarse Mimmo–, un hombre de unos 45 años de edad, cadena de oro al cuello, BMW estacionado en la vereda y aire mafioso. Ante otra pregunta, en una escena que se repetirá sucesivamente, Mimmo levanta las manos y afirma: “Io non saccio niente” (yo no sé nada). Enterado del lugar de origen de esta cronista revela que tiene una tía en Buenos Aires, algo que de todos modos no lo hace cambiar de opinión. “Yo no sé nada, pero les ofrezco un café”, retruca, una actitud que habla a las claras de la tradicional hospitalidad siciliana hacia el forastero, que es bienvenido, pero que no tiene que meterse, algo que, según se afirma, es otra actitud típicamente mafiosa.
Un cable de la agencia AP asegura que de 10% a 15% de la población de Corleone tiene vínculos con la mafia. Un porcentaje menor, principalmente jóvenes del pueblo,se opone a esos grupos delictivos. “Pero no se trata de números. Se trata de poder, de un poder de intimidación que en esencia arrincona a la gente’ ’, señaló Gino Felicetti, un vecino de Corleone.
Un viejo conocido del que pocos hablan
Cerca del cuartel de los carabineros, una persona admite que sí conoció a Provenzano, ahora encerrado en una prisión de máxima seguridad en Terni (centro de Italia). “Lo conocí cuando era un picciriddu ( un niño) que jugaba”, dice Salvatore Di Giovanni, de 91 años de edad. ¿Está contento de que lo arrestaron? “Para mí, son todos amigos”, contesta, para añadir que no sabe nada. “Yo me ocupo sólo de mis asuntos”, afirma.
A dos cuadras de la plaza Vittime della Mafia (Víctimas de la Mafia), en la puerta de su taller de mecánico, Mimmo Lomonico dice, en cambio, que siente indiferencia por el arresto del capo di tutti i capi. “Era un perfecto extraño que no influyó para nada en las actividades sanas de Corleone.
Es más: nos quedamos decepcionados. En comparación con el mito que se había construido sobre su invencibilidad, capturaron a un pobre tipo…
¡Nosotros nos imaginábamos a un Al Capone, al padrino, en un palacio con piscina! Además del mito negativo que le dio a Corleone, ahora nos dejó otra mancha de barro porque arruinó un mito. Si él era un estratega diabólico, es una decepción total”, agrega.
En la entrada del pueblo, a metros del restaurante León de Oro, se levanta la casa donde vive la mujer de Provenzano, Saveria Palazzolo. Se trata de una vivienda moderna, nada lujosa, de dos pisos, rodeada de rejas y con una vista espectacular a uno de los valles que hay al pie del pueblo. Al tocar el timbre, nadie contesta. Las persianas están blindadas, pero se percibe que hay alguien adentro porque, en medio del silencio más absoluto, se oye el ruido de un portón eléctrico. Enfrente, está estacionado un humilde Fiat Punto gris.
A dos kilómetros de allí, en la Montagna dei Cavalli, a más de 800 metros de altura, fue capturado el 11 de abril último “Binnu” Provenzano, uno de los hombres más buscados de occidente.
Lo traicionó un paquete de ropa limpia que le mandó su fiel y amada Saveria a través de un complicadísimo sistema de correo que, cual juego de la oca, tardó cinco días en llegarle. La casona de campo donde fue encontrado, que era propiedad de Giovanni Marino, un pastor que vendía ricota en el pueblo, llama la atención porque no está en un sitio solitario, en medio de la nada, sino que está rodeada de otras viviendas. Allí, cinco autos de la policía hacen guardia y no dejan entrar a nadie porque adentro la scientifica –es decir, los peritos forenses–, siguen examinando huellas y vestigios que puedan decir algo más de la red de protección que tuvo el último emperador de la Cosa Nostra.
Quejas eternas
“¿La mafia? La mafia no existe.
La mafia no está en Corleone. La mafia está en Roma. La mafia son los cuellos blancos. Corleone es víctima de la mafia”, se queja un carnicero del centro del pueblo, que, como muchos otros, prefiere no dar su nombre.
¿Nunca le pidieron el pizzo (como se llama a la extorsión mafiosa, que asegura protección) ?
“Yo desconozco eso. Acá, en Corleone, faltan oportunidades, falta trabajo, pero podemos dejar el auto abierto con las llaves adentro, porque nos conocemos todos y no hay delincuencia”, asegura.
Annalisa Salpietra, una joven de 18 años de edad, cuenta que estaba en el colegio cuando capturaron a Provenzano. “Oímos los helicópteros”, recuerda, y afirma que para ella y sus amigos este arresto no cambió nada.
Valentina Di Palermo, de 25 años de edad, hija de los dueños del kiosco que vende tabacchi, coincide:
“Creo que está totalmente fuera de lugar decretar el 11 de abril ‘Día de la liberación de Corleone’, como hizo nuestro alcalde.
Igualmente, aunque no sea cierto, la imagen de pueblo de la mafia, del pueblo que protegió al mafioso, no nos la saca nadie”, concluye.
Sólo papelitos
Bernardo Provenzano no usaba teléfono, ni celular, ni Internet. Su sistema de comunicación, primitivo, pero más que sofisticado y eficaz, eran los pizzini, es decir, mensajes escritos con una vieja máquina de escribir eléctrica en pizzini (pedacitos) de papel.
El último que recibió en la humilde casona de campo a dos kilómetros de este pueblo es una carta de su hijo menor, Francesco Paolo. El vástago acababa de llegar de Alemania, donde es asistente de lengua en una universidad, y así se lo comunicaba a su padre: “Querido papá, quería informarte que volví al pueblo para pasar las vacaciones de Semana Santa en familia.
Yo estoy bien, y sé que tu también, Que Dios te proteja…
Tu hijo, Francesco Paolo”.
Si bien entre los pizzini hallados por la policía hay varios de este tipo, los que realmente interesan son aquellos que el capo di tutti capi recibía y mandaba para mantener bajo control los largos tentáculos de la mafia siciliana. Así, hay decenas enviados por capi famigliade los varios mandamenti –zonas de control– mafiosos de Sicilia, que se dirigían a Provenzano no sólo para pedirle consejos varios, sino también para informarlo de los negocios, de las entradas de dinero provenientes de licitaciones trucadas y de las extorsiones.
En el escondite de la Montagna dei Cavalli la policía halló un verdadero archivo de pizzini que el jefe guardaba porque la memoria no lo ayudaba.
Allí están escritos nombres en código de hombres de honor y empresarios que piden protección, que permitirán reconstruir el “nuevo mapa de la mafia”. Si salen a la luz nombres prominentes, podría provocarse un verdadero terremoto político en Sicilia.