Va llegando el verano y la seguridad vuelve a adquirir relevancia y a ponerse de moda. Fluyen los consejos de qué hacer para que no nos roben cuando no estamos: tener un sistema de seguridad y hacer creer a los cacos que sí estamos en casa, lo que implica hablar con los vecinos y pedir que nos retiren el correo del buzón, dejar las persianas sin bajar, tener temporizadores que hagan que se enciendan las luces, la tele, la lavadora, etc.
Sin embargo quisiera hacer referencia al otro modus operandi; esto es, a las bandas organizadas —normalmente procedentes de Europa del Este, búlgaros, rumanos, kosovares…— a los que nada les importa si estamos en casa o no. De hecho, prefieren que estemos en casa ya que así, con el poder de la extorsión con la violencia como mano derecha, es mucho más sencillo obtener el botín, las claves de la caja fuerte, etc.
Por ello, se empiezan a poner de moda medidas de seguridad como la habitación del pánico, llevada a la gran pantalla por Jodie Foster. Se trata de una habitación seguridad o safe room, donde podemos mantener intacta nuestra integridad física mientras desvalijan nuestro hogar. Se instalan normalmente en sótanos de chalés con muros de hormigón, puerta acorazada, ventilación suficiente y una línea telefónica independiente. Algunos miran más allá y piensan en estar allí algo más que un rato, por lo que guardan una despensa con comida para varios días, microondas incluso algún entretenimiento, como una tele, una videoconsola, etc.
La habitación del pánico es, efectivamente, una gran solución para salvaguardar nuestra integridad física. Sin embargo, en muchos de los casos de robos con violencia en hogares, los dueños de la casa han despertado al recibir puñetazos y patadas a pesar de disponer de un sistema de seguridad. Con lo cual, ¿de qué sirve una habitación del pánico si no me da tiempo a llegar a ella?
Desde mi punto de vista, las claves son tres y todas ellas se refieren no a la tecnología ni a las medidas ni a las instalaciones, sino al diseño de la seguridad:
Seguridad homogénea, es decir, el mismo grado de seguridad en todos los puntos. Por ejemplo, de nada vale tener una puerta acorazada si las paredes no son del mismo o mayor nivel de resistencia, o bien si la cerradura es un elemento débil de la misma.
Tiempo de respuesta. Los sistemas de seguridad sólo son útiles si nos dan un tiempo para responder a la agresión, ataque, intrusión, etc. Qué hagamos para responder es otra cuestión, ya que hay varias alternativas, desde avisar a la policía hasta pedir auxilio por las ventanas, teniendo otras opciones como avisar al servicio de seguridad o desplazarnos hasta la ya citada habitación del pánico. Por ejemplo, si ponemos las rejas de las ventanas como todo el mundo tiene en mente, es decir, por fuera, los cacos la rompen y sólo tenemos una señal de alarma cuando han roto la ventana. Esto nos da apenas 15 o 20 segundos para enterarnos, reaccionar y protegernos. Si las rejas están por dentro, cuando los cacos rompen el cristal ya sabemos que están tratando de entrar y aún tienen que violentar la reja, lo que nos da —si la reja es suficientemente resistente— algunos minutos para pedir auxilio o refugiarnos en la famosa habitación.
Procedimiento. Una vez instalado el sistema debemos saber cómo y cuando usarlo. Esto en el caso del hogar es bien sencillo: no olvidar conectarlo al irnos de casa, desconectarlo al llegar y conectarlo a la hora de dormir.
Como vemos, estar seguro precisa no sólo de tener a nuestra disposición un determinado sistema de seguridad, sino de que esté adecuadamente diseñado. Puesto que los puntos 1 y 3 suelen estar bien cubiertos, yo haría especial hincapié en el punto 2, es decir, que el sistema diseñado nos garantice un tiempo de respuesta para la reacción. De hecho, los elementos físicos de un sistema de seguridad garantizan un determinado tiempo de resistencia ante un ataque de determinado tipo.
El gran problema con el que nos encontramos es que al implantar un sistema de seguridad en casa, la gran preocupación es tener instalado un sistema de seguridad en casa y no tener una casa segura.