Crece el riesgo de una escalada bélica en Oriente Medio

Jim Muir
BBC, Líbano
Estados Unidos ha respaldado la posición del gobierno israelí en la actual crisis.
Las anteriores erupciones de violencia en Líbano que comenzaron de una forma relativamente similar a la actual, como los bombardeos de la operación «Viñas de la Ira» de 1996, fueron restringidas a niveles mucho menores que el actual paroxismo.
Una importante diferencia esta vez es que Israel goza de una indulgencia de Washington mucho más generosa que en cualquier otro momento, que esencialmente le da luz verde para hacer lo que quiera.
Mientras que los gobiernos estadounidenses anteriores -a pesar de su compromiso con la alianza estratégica con Israel- al menos mantenían cierta distancia durante crisis como ésta, el gobierno del presidente George W. Bush inmediatamente adoptó el objetivo de guerra primario de Israel.
Estados Unidos dijo que no podía haber un cese el fuego hasta que «el problema central, Hezbolá, se resolviera».
O sea, no se ejercería presión sobre Israel para que pusiera fin a sus ataques hasta que no se derrotara y destruyera a Hezbolá.
La agonía de Líbano, como las matanzas en Irak, forma parte de los dolores del parto del Nuevo Medio Oriente, desde el punto de vista de los ideólogos neoconservadores en Washington.
Según ellos, ésta es la contribución de Israel a la «guerra contra el terror», al asestarle un duro golpe al hijastro de dos integrantes del «eje del mal», Siria e Irán.
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Enfoque absolutista
Israel dice que cualquier arreglo pasa por la derrota de Hezbolá.
Esta ofensiva es muy diferente de la de las «Viñas de la Ira» de 1996.
En ese momento, un complejo proceso diplomático en el que participaron Líbano, Estados Unidos, Francia, Arabia Saudita, Irán y Siria, facilitó un arreglo indirecto entre Israel y Hezbolá que logró contener el conflicto, a pesar de que Israel continuara ocupando el sur y Hezbolá siguiera atacándolo.
Esta vez, ni Israel ni Estados Unidos quieren aceptar a Hezbolá como parte de ninguna negociación, ni quieren que sus patrones Siria o Irán participen, aparentemente excepto en una capitulación.
Para ellos, cualquier arreglo tiene que basarse en la derrota de Hezbolá y en la humillación de sus patrocinadores sirios e iraníes.
Si Estados Unidos, cada vez más aislado y con un respaldo anémico de Londres, continúa apoyando o incluso estimulando el enfoque absolutista de Israel, las consecuencias podrían ser nefastas tanto para Líbano como para la región en general.
Perspectivas
Hezbolá está dispuesto a aceptar un cese al fuego inmediato.
Israel seguiría enfrascado en una prolongada campaña de guerra y destrucción en el sur de Líbano, con incursiones destructivas adicionales más al norte.
La situación tendría pocas probabilidades de mantenerse estática y confinada a una zona específica.
Ya hay indicios de un acercamiento entre facciones radicales sunitas y chiitas que, si gana más terreno, podría rebotar con fuerza contra Estados Unidos.
Parece que la operación de Hezbolá del 12 de julio se lanzó, por lo menos en parte, como apoyo al asediado grupo (sunita) Hamas en Gaza, quizás a sugerencia de su patrocinador común, Irán.
Ya están ahí las semillas de la cooperación entre grupos radicales sunitas y chiitas que, estimuladas por Irán y Sira, podrían comenzar a germinar en otras partes de la región.
Presión iraquí
Los bombardeos han destruido la confianza en Líbano.
Si Hezbolá enfrenta una presión continuada en una guerra de desgaste en Líbano, sería lógico para Teherán empezar a activar con más dinamismo algunos de sus muchos activos en el vecino Irak.
Irán tiene vínculos muy cercanos con la mayoría de los grupos islamistas chiitas que ahora dominan al gobierno en Bagdad, y que están observando el sufrimiento de los chiitas del Líbano con creciente alarma.
Grupos con milicias armadas tales como el Ejército Mehdi del clérigo radical chiita Moqtada Sadr y la Brigada Badr, formada en Irán, se oponen de manera fuerte a la presencia de 120.000 soldados estadounidenses en Irak.
Está lejos de ser inconcebible que, aún sin coordinación o contactos con la insurgencia sunita, las facciones iraquíes chiitas inspiradas por Irán podrían empezar a unirse a la presión sobre las fuerzas estadounidenses en Irak.
Debido a que Israel y los estadounidenses están insistiendo en la victoria, en vez de la clase de acuerdo balanceado que prevaleció en el entendimiento de las Viñas de la Ira en 1996, existe el riesgo de que la confrontación se transforme en una doble batalla existencial que una los actuales escenarios regionales de conflicto.
De un lado, está el proyecto israelí y estadounidense para la región; del otro, están los palestinos e islamistas y sus fuentes de apoyo estratégico en Irán y Siria, con los estados árabes conservadores, principalmente sunitas, enfrentando crecientes presiones por sus minorías chiitas y activistas sunitas.
Es un desenlace del que tanto Estados Unidos como Israel se han apartado anteriormente, con sus respectivas retiradas de Líbano en 1983 y 2000.
¿Guerra o diplomacia?
La continuación del conflicto debilita al gobierno libanés.
Si la actual dirección continúa, y no hay señales de un viraje inminente, es difícil predecir qué tan lejos y qué tan rápido se esparcirán las llamas, a medida que Israel se sumerge más profundamente en una guerra con fuerzas que retan las fundaciones mismas de su existencia.
Hay una alternativa, preferida por la mayoría de la comunidad internacional, aparte de Estados Unidos e Israel: un cese al fuego inmediato, seguido por negociaciones para discutir los temas subyacentes y estabilizar la tregua.
Hezbolá mismo está dispuesto a aceptar un cese al fuego inmediato y un intercambio de prisioneros que podría ver a los dos soldados israelíes capturados de vuelta en casa.
Otros asuntos estarían entonces en la mesa de negociación, como el desarme de Hezbolá, o la incorporación de sus fuerzas en el ejército libanés, un paso que ya estaba bajo activa consideración cuando estalló la actual crisis.
Si la matanza y los efectos de la crisis más allá de Líbano pueden detenerse, Hezbolá estará bajo fuerte presión en el escenario político libanés para aceptar medidas conducentes a la estabilización de largo plazo, tales como permitir que el ejército libanés se despliegue en la frontera israelí.
Las principales fuerzas sunitas, drusas y cristianas, los socios de Hezbolá en un inestable gobierno de coalición, estaban enfurecidas por la súbita erupción de una guerra desatada sin su conocimiento o participación.
El conflicto ha destruido buena parte de la reconstrucción de posguerra del país y la creciente confianza establecida con grandes esfuerzos desde comienzos de la década de 1990.
Mientras más dure el conflicto ahora, el gobierno libanés se tornará más débil y menos relevante, y tendrá menor capacidad para ejercer presión sobre Hezbolá y la comunidad chiita, furiosa por la devastación que ha sufrido.
El asunto palestino
Para muchas de aquellas facciones no pertenecientes a Hezbolá y opuestas a Siria en el gobierno libanés, el fracaso clave en la actual crisis ha sido el de Washington: su inhabilidad para mantener viva la hoja de ruta del Medio Oriente y atender el central asunto palestino, su total alineamiento con Israel y su aparente disposición a permitir que Líbano sea devastado en una guerra por encargo de ambiciones regionales.
El presidente Bush ha declarado que la raíz del problema es Hezbolá, y que no puede haber arreglo hasta que ese problema sea afrontado
El presidente Bush ha declarado que la raíz del problema es Hezbolá, y que no puede haber arreglo hasta que ese problema sea afrontado.
A lo largo de la región, árabes moderados y radicales, sunitas y chiitas, estarían en desacuerdo.
Para ellos, no hace falta decir que la raíz del problema es la ocupación israelí de lo que era Palestina, y que no puede haber paz hasta que ese problema sea afrontado, tal vez con una fórmula como la oferta de tierra por paz respaldada por las naciones árabes en su cumbre de Beirut de marzo de 2002.

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