Las heridas ocasionadas en el cuerpo humano por los proyectiles que arroja un arma de fuego tienen un conjunto de características que le indican al ojo entrenado cuáles pudieron ser algunas de las circunstancias en las que se produjo ese disparo. Esto viene a ser de vital importancia en la investigación de homicidios.
Cuando un arma es accionada, se ponen en marcha un conjunto de reacciones físicas y químicas que originan la salida de lo que conocemos comúnmente como bala. Esta describe luego una trayectoria en el aire hasta que llega al punto final, y se detiene. Si la bala penetra en tejido humano, va dejando una serie de marcas que pueden ser leídas por un médico forense, y de esta forma arrojar luces sobre aspectos tales como la posición y el tipo de arma utilizada por el atacante.
Uno de los factores más importantes se refiere a la distancia desde la que fue accionado el proyectil. ¿Fue a quemarropa, o fue la obra de un experto tirador, colocado a cientos de metros? La ciencia forense ha determinado la existencia de tres tipos de heridas: de contacto (hecho a menos de 5 cms.); de próximo contacto (entre 5 y 45 cms.), y a distancia.
Las dos primeras categorías difieren de la tercera en que ambas presentan –aunque con variantes- lo que se conoce como “tatuaje”, mientras que la última no lo tiene, o muy rara vez aparece. No hablamos de las figuras que mucha gente se hace en su piel, con más o menos gusto artístico, sino de lo que Félix Alvarez (Diccionario de criminalística) define como la “imagen que aparece alrededor de una herida por arma de fuego cuando el disparo se ha producido a una distancia lo suficientemente corta”.
Son varios los factores que pueden producir un tatuaje. En las heridas de contacto es posible que el cañón del arma toque la piel del objetivo, dejando marcas que incluso pueden indicar qué tipo de mira usaba. En estos casos el orificio interno de la herida también mostrará algunas de las partículas de la pólvora que acompañó al proyectil en la primera fase de su recorrido.
Esta pólvora surge del cartucho, recorre el cañón y se dispersa en forma cónica al salir de él detrás de la bala. Si la herida fue de próximo contacto, será posible encontrar pequeños puntos de pólvora deflagrada y sin deflagrar en los alrededores del orificio de entrada del proyectil. Este es otro tipo de tatuaje.
Los forenses ponen especial atención en estas marcas, pues al colectar muestras de pólvora contribuyen en la identificación del cartucho (si fue confeccionado con pólvora negra o del tipo “sin humo”) y probablemente del arma que fue accionada. En las heridas de próximo contacto también se percibe el llamado «ahumamiento», una mancha negra formada por la acumulación de humo y hollín en torno al orificio de entrada de la bala. LeMoyne Snyder indica que las dimensiones de esta marca dependen del calibre del proyectil, el tipo de pólvora y, por supuesto, la distancia del disparo con respecto a su objetivo.
Un problema podría presentarse cuando el proyectil impacta una parte del cuerpo cubierta de tela, pues entonces las características del tatuaje no quedarán en la piel sino en los ropajes. Sodermann y O´Connell observaron que en estos casos el análisis microscópico del proyectil indicará cuáles fueron las superficies afectadas y en qué orden.
Los proyectiles no dejan las mismas marcas cuando interesan tejido blando que cuando lo hacen en una superficie dura, como podría ser la del cráneo. En una herida de contacto en estas condiciones, el orificio de entrada mostrará bordes irregulares, producidos por la súbita rotura de los huesos. Otro aspecto que puede modificar el tatuaje es el ángulo de entrada del proyectil: la marca será más pronunciada según sea la dirección que éste lleve.
La presencia de estas marcas y la ausencia de otras permiten al investigador formarse una idea de las circunstacias en las que el crimen fue cometido. Estos detalles, en fin de cuentas, pueden marcar la diferencia entre la justicia y la impunidad.