Todos queremos vivir más seguros. Para eso necesitamos estabilidad, certezas y protección. Una sociedad estable es la que logra encontrar los mecanismos necesarios para un sendero de crecimiento y desarrollo inclusivo, limitando los hechos que intenten perturbarla, con calidad de las instituciones republicanas, tanto políticas como económicas.
Argentina lidera el ranking de crisis recurrentes, lo que ha producido volatilidad en la economía, retracción en las inversiones y pérdida de oportunidades para todos.
Las certezas, como la estabilidad, hacen que nuestra vida ciudadana funcione normalmente, que no se vea alterada cada mañana por una decisión que cambia nuestro esquema de previsiones, porque se han apoderado de nuestros aportes de muchos años, o porque el simple sueño de viajar mejor hacia el trabajo vuelve a empantanarse con la propuesta de un “tren bala”, o porque nos han cambiado la fecha de elecciones para frenar –a su conveniencia- la pérdida de votos de los que gobiernan. De los mismos que nos deben las certezas para sentirnos más seguros.
De los mismos que deben darnos protección. Hay quienes añoramos algunas cosas del pasado. Y hay quienes viviendo el presente soñamos con un futuro mejor. Sin embargo, no se trata de categorías absolutas, definitivas. Porque aunque algunos todavía creemos en el horizonte de las utopías y en la arquitectura de un mañana más seguro y más justo, también luchamos por hacer realidad las pequeñas bendiciones que, como sociedad, nos merecemos del hoy.
Señalo esto para reflexionar sobre el tema de la seguridad, evitando la trampa de los abanderados del “gatillo fácil”, tanto como los otros, los de los “brazos cruzados”, que amparándose en la exclusión social justifican su inacción.
Claro, que hay quienes añoramos algunos viejos tiempos, pero no queremos quedarnos paralizados en el recuerdo. ¿Cómo no sentir una nostalgia indescriptible por recorrer el barrio en bicicleta, el juego de la escondida en la calle, o la caminata por la plaza? Cómo no querer regresar a aquellas libertades mínimas que no solo nos robó la mutación del tiempo, sino la desidia cruel de algunos gobernantes.
Como tantos, reconozco en mi interior ese “principio energético” que nos produce una indignación activa frente a la desigualdad, la indigencia y marginalidad, que actúan como caldo de cultivo para el nacimiento y la potenciación de la violencia. Frente a la hipocresía de un discurso redistributivo que no ha repartido nada, el acceso a la educación y al trabajo son las herramientas válidas para romper el esquema de la exclusión. Pero del mismo modo afirmo que debemos resistir el reduccionismo interesado que toma la pobreza como matriz insoslayable de la criminalidad, ni homologar a través de ella el quebrantamiento de la vida.
De este modo los funcionarios encubren su incapacidad y justifican la parálisis protectiva del estado que es un insulto a millones de humildes asalariados que pese a estar inundados por necesidades y por la falta de distribución de la riqueza, trabajan 16 horas por día y son honestos. Y son honrados. Y no se doblegan ante la oscuridad de un no-futuro que les arde en los ojos y en las manos.
Es tiempo de entender la seguridad no simplemente como un reclamo individual por el arrebato a nuestra propiedad privada, sino como un valor y un derecho ciudadano que responsabiliza al Estado y al Gobierno en lo que nos debe: la estabilidad, las certezas y la protección.
Hay personas, como dije antes, que extrañan el ayer. Hay personas que luchan sin pausa por el mañana. Por desgracia, en el medio hay gobernantes que se empecinan en incendiarnos el presente.
No puedo ni quiero aceptar que ser una madre de adolescentes que vive en el conurbano bonaerense pueda arrebatarme la tranquilidad de que volverán cada día a nuestra casa, de que la escuela les está abriendo un camino hacia el futuro y de que los adultos podemos asegurar que estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance para cambiar.
Mantengamos viva la fuerza y la esperanza porque el cambio está más cerca. Otros pudieron, como Catamarca hace 15 años salir adelante después del horror y la vergüenza. Nosotros también podremos, en junio o en octubre, quebrar nuestro destino para empezar a cambiar
Ésta debe ser nuestra causa, la que nos movilice positivamente, nos identifique y nos una, para no bajar los brazos, para que finalmente, todos, como queremos, podamos estar seguros.
Margarita Stolbizer