Este fenómeno es raro, pero puede presentarse cuando entre los rehenes se encuentra alguien que dentro de su organización ocupa una posición muy importante. A cargo de las responsabilidades de ese rehén ha quedado en la organización un subalterno que debe tomar las decisiones que él tomaba, desde su alto cargo, y éste pretende seguirlas tomando aun en su calidad de rehén.
El ejemplo perfecto de esta situación es el de Diego Asencio, en el incidente de la toma de la embajada de la República Dominicana en Bogotá. Asencio, embajador de los Estados Unidos entre los secuestrados, sacó la conclusión de que los terroristas estaban manejando muy mal el problema con el gobierno colombiano, lo que ponía en grave riesgo la vida de los demás rehenes. Junto con otros colegas embajadores se convirtió en el asesor de los guerrilleros, tratando de mejorar sus relaciones con las autoridades colombianas.
Asencio sostiene aún hoy que gracias a su intervención el problema se solucionó sin víctimas ni violencia. Otros afirman que su actitud complicó las cosas, ya que se estuvo desempeñando simultáneamente como embajador de Estados Unidos y como consejero de los secuestradores. En este primer papel, daba instrucciones al Encargado de su cargo en Bogotá, quien se encontraba en la incomodísima situación de recibir instrucciones de él y de Washington al mismo tiempo.
El Departamento de Estado ha tomado las medidas conducentes a que la repetición de esta situación sea menos probable. Cuando un embajador o una autoridad cualquiera sea secuestrada, quedará automáticamente relevada de su cargo mientras dure tal situación. La cadena de mando normal deberá seguir funcionando y cualquier deseo manifestado por el funcionario-rehén se tomará simplemente como sugerencia de un hombre bajo tensión. Las corporaciones y empresas deben seguir este ejemplo para evitarle estas calamidades tanto al rehén como a la organización.