Reflexiones sobre la ética de los periodistas ante situaciones de rehenes (Parte 5)

Aunque la tendencia general es que cada vez los temas sean tratados con la mayor amplitud, perdura todavía la noción de que la difusión de ciertos tópicos puede ocasionar en el colectivo un efecto nocivo de imitación. Los teóricos lo han denominado teoría de la mimesis. De allí que el Manual de estilo del diario El Nacional recomiende, por ejemplo, que los suicidios sean descritos mediante un eufemismo: la persona “murió trágicamente”.

¿Podría señalarse que la divulgación de situaciones de rehenes, con toda su natural espectacularidad, pueda generar un efecto similar en la población al que le atribuyen a los casos de suicidio? Luego de San Román se manejó fugazmente esa tesis. El problema no está en la información per se sino en el trato que el profesional de cada medio de comunicación le da a los hechos: si cede ante los impulsos laudatorios o amarillistas o si, por el contrario, es capaz de colocar en una balanza todos los factores involucrados y ofrecer un retrato equilibrado de lo ocurrido.

En los episodios de secuestro, especialmente cuando se trata de celebridades o dirigentes políticos, entra en juego un factor especial. En líneas generales, tanto las autoridades como los familiares retardan el flujo de la información, ante la duda sobre las consecuencias que su difusión pueda tener sobre la integridad física de la víctima. Todos los expertos que han participado en la elaboración de este libro apoyan esta estrategia restrictiva.

Pero los periodistas tienen un compromiso ante el público: dar noticia de qué se está haciendo para recobrar la libertad del cautivo. Esto aparentemente los sitúa en el bando opuesto. Es esencialmente una labor de control sobre la actuación de los poderes. Creo que el error esencial es partir de la base de que el silencio sea la norma en estos casos. Al contrario: el principio de transparencia que debe regir a toda sociedad democrática no puede omitirse porque haya una persona secuestrada. El planteamiento no es que los poderes actúen en forma irresponsable, sino que rindan cuentas. Debe haber, por lo tanto, un cuerpo de voceros reconocidos, a los cuales remitirse para la obtención de noticias.

En la medida en que esto sucede, el periodista será libre en su ejercicio profesional. Se hará éticamente responsable por lo que dice. Si no están presentes estas condiciones, su quehacer no pasará de una mera actividad pueril.

Una última consideración, pero no por eso menos importante, tiene que ver con el resguardo a la vida privada de las personas. El principio general, plasmado en el Código de Ética del periodista venezolano, es que sólo se informará sobre este aspecto cuando “sea de importancia para los intereses de la colectividad”. Suponiendo un escenario ideal en el que no haya restricciones para acceder a los datos de una historia, el periodista tiene sobre sus hombros la tarea de decidir qué le importa al público. Esto lo coloca de nuevo en una posición eventualmente contraria a la de las autoridades o, incluso, a la de la víctima y su entorno familiar.

¿Conviene decir, por ejemplo, cuánto ha sido cancelado a la guerrilla en rescate por un ganadero? Para esto no hay una respuesta unánime. Es necesario valorar a la víctima y sus circunstancias. Por lo tanto, su vida privada. Los detalles sobre el pago de un rescate pueden ser relevantes para que la sociedad comprenda un caso a plenitud, pero también puede constituirse en un factor que oriente la acción de los criminales en un futuro inmediato.

El pago de un rescate, además, puede ser un indicador de la eficiencia o ineptitud de las autoridades. En el caso de que la víctima sea un funcionario, el dato a la postre puede transformarse en una prueba fehaciente de su verdadera riqueza, y esto lo obligaría a explicar de dónde sacó los recursos.

Si se trata de la guerrilla que actúa entre Colombia y Venezuela, la estadística de los cobros por secuestros y extorsiones puede dar una idea de la magnitud de los recursos que manejan estas organizaciones, y por ende de su poder económico. Existen, pues, motivos de sobra para informar, pero siempre a riesgo de poner en peligro vidas ajenas. Y eso es suficiente para pensarlo dos veces.

Como se ha visto, hay muchas razones para hacer que la ética salga de la moda, y se plantee como punto de discusión permanente. En esa medida, la noción de la prensa como cuarto poder recobrará su contenido.

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