Aldo Moro, prominente hombre de Estado italiano, se preparaba el 16 de marzo de 1978 para celebrar uno de sus más grandes éxitos. Después de 30 años de vida política, asistiría ese día a la confirmación por parte del Parlamento Italiano de su nuevo gobierno, su hechura personal, con el que mantendría al partido Demócrata Cristiano en el poder, al haber logrado el apoyo de su más poderoso rival, el Partido Comunista de Italia.
El personal de seguridad y el propio Aldo Moro parecen haber subestimado el verdadero significado de esa fecha, tanto para él como para el Partido Comunista. En el camino desde la iglesia hasta el Parlamento, donde debería efectuarse el histórico debate, su auto fue objeto de una emboscada. En cuestión de segundos, cuatro de sus guardaespaldas cayeron muertos y otro mortalmente herido, quedando Moro secuestrado por las terribles Brigadas Rojas.
Con este dramático golpe, una docena de terroristas cambió el curso de los acontecimientos políticos italianos. El cuadragésimo gobierno italiano después de la Segunda Guerra Mundial se instalaba en sólo horas, en vez de la tradicional larga discusión como producto de días de debate, ante la abrumadora votación de los parlamentarios, aunados por su común desagrado ante lo ocurrido. Preocupaba ahora una serie de preguntas, que sólo obtuvieron respuesta meses más tarde.
¿Se podría rescatar a Aldo Moro? ¿A qué precio? ¿Estarían corriendo riesgos similares algunos otros altos funcionarios? ¿Lograría el nuevo gobierno el control de la escalada terrorista?.