El secuestro de Moro logró fue poner en evidencia la gran vulnerabilidad de los líderes y de las instituciones en Italia. La forma como se realizó esta operación es de un inmenso parecido con el caso de Schleyer en Colonia, meses antes del caso de Moro, y que terminó igualmente con el asesinato del rehén. Si se analizan los detalles de preparación y realización de este secuestro, se observa que fueron casi iguales, así como sus resultados. Las autoridades italianas no aprendieron nada, ni de este caso ni del correspondiente al industrial belga Edouard-Jean Empain, que siguió exactamente el mismo patrón.
El secuestro de Moro es un excelente ejemplo de acción terrorista tipo militar. Las Brigadas Rojas estuvieron en condiciones de concentrar todo su poder de fuego en el sitio de los hechos, y además de aislar ese lugar de toda interferencia durante el asalto. No sólo superaron en personal (once hombres y una mujer) a los defensores (un chofer armado y cuatro escoltas), sino que la policía luego pudo comprobar que desde fuera del escenario mismo de los hechos principales cuatro docenas de individuos participaron activamente en provecho de su éxito.
Con este tipo de preparación y esa demostrada habilidad en su ejecución, cabe preguntarse si Moro u otro cualquiera hubiese podido eludir su captura. Las evaluaciones han demostrado que tan espectacular éxito de las Brigadas Rojas sólo fue posible en vista de la total falta de competencia de su defensa. Vamos a analizar estas deficiencias una a una.
Era previsible. Los secuestradores sabían seguro el día anterior, pero muy posiblemente con mayor anticipación, dónde iba a estar Moro poco después de las nueve de la mañana del 16. El hecho de que Moro iba a ser recibido por el Parlamento, y que con toda seguridad asistiría, hicieron fácil determinar con exactitud el tiempo. Además lo supieron con tanta anticipación que pudieron incluir el sabotaje al vehículo del florista para evitar su presencia.
Un empleado de Moro dijo, luego del atentado, que él tenía cinco rutas alternativas para usar en su trayectoria, desde la Iglesia a donde se detenía todas las mañanas, hasta su oficina. Pero el seguimiento al líder llegó a ser tan profundo que los secuestradores llegaron a saber con precisión la ruta que había seleccionado ese día. Lo que hace suponer que llegaron a infiltrarse hasta en su oficina. Esta posibilidad es sin embargo remota. Moro parece haber usado la misma ruta todos los días, lo que hacía más fácil la determinación de sus movimientos. Aun si él hubiese usado diferentes rutas cada día, era un error dejarla saber por anticipado, aún a su secretaria. Lo más recomendable en estos casos es decidir la ruta una vez entre al auto la personalidad, y la indicación al chofer debe hacerse mediante una seña convenida previamente y que no implique expresión oral alguna.
Sorpresa. La escolta fue agarrada fuera de toda sospecha. Debió ponerse en estado de alerta al notar la más mínima irregularidad. La simple interferencia del auto que se les puso enfrente debió hacerlos apelar a sus pistolas de inmediato. Ellos se dejaron impresionar por el hecho de que el auto que los bloqueaba tenía placas diplomáticas, y ni siquiera reaccionaron cuando el chofer y el acompañante de ese auto se bajaron y se dirigieron al auto de Moro. Muy similar al caso del industrial alemán Martín Schleyer en el que los guardias tampoco tuvieron oportunidad de usar sus armas personales, ni las automáticas que llevaban en el auto.
Los dos casos, Schleyer y Moro, demostraron la razón de la recomendación de que los escoltas lleven sus armas a la mano mientras el personaje protegido está en el carro. En el caso de Moro, los guardias hubiesen tenido tiempo suficiente si hubieran reaccionado lógicamente al observar la primera irregularidad.
Procedimiento de escolta. El no colocársele un auto puntero al convoy de protección les facilitó la tarea a los secuestradores. El auto líder no sólo mejora las condiciones de la defensa sino que sirve de explorador de la ruta, antes de que sea sorprendido el auto del principal. Los terroristas hubiesen tenido que modificar sus planes si esta precaución se hubiera tomado.
Ayudas especiales. El auto de Moro no era blindado ni tenía dispositivos de seguridad. En cambio el líder del Partido Comunista anda en un carro blindado y seguía estrictamente los procedimientos de seguridad.
Falta general de previsiones. El enfoque psicológico de la seguridad de Moro era errado, lo que puede resumirse así: Aldo Moro nunca se consideró a sí mismo un blanco apetecible, pese a su obvia importancia y al poder simbólico de su persona. Su seguridad era solo aparente.
No se le sacó provecho alguno al caso de Schleyer como experiencia.
La modestia y la timidez de Moro fueron factores negativos en el estado de alerta de su defensa. Pareciera que nadie lo alertó sobre las amenazas, o a él no se le ocurrió pensar en ellas. De haber ocurrido una de estas cosas la actitud de los guardias hubiese sido otra.
Facilidades de escape. La prensa italiana comentó que el auto de Moro era más pesado que el de los atacantes, y que de no haber sido tomado por sorpresa total al chofer éste lo hubiera podido empujar y apartar, escapando. No obstante, había un auto adicional en la Vía Stresa, con guerrilleros adentro. Pareciera que esta reacción estaba prevista, es decir que de haber escapado Moro hubiese sido atacado allí. El dominio que los terroristas tienen del manejo defensivo les permitió tener listos sus propios planes de contingencia, para evitar ser sorprendidos por una maniobra inesperada.
Es muy importante hacer consideraciones sobre la vulnerabilidad estratégica del Estado italiano. Personajes, considerados individualmente, y pese a su gran importancia ante la sociedad, pueden ser capturados y sacrificados sin desestabilizar al sistema. Pero en Italia, como ya ha ocurrido en Argentina y en Uruguay, el terrorismo ha llegado muy profundamente y ha hecho tambalear los cimientos del Estado.