Hace un tiempo, como todos los mediodías, la señora Mirla fue a buscar a sus niños al colegio, en el este de Caracas. Como era un poco tarde decidió darles de comer ahí mismo, en el cafetín del colegio. Un niño de unos siete años esperaba ser atendido. Pidió un cachito de jamón y queso, pero el encargado le respondió:
“No te puedo seguir fiando. Ya llevas varios días de atraso en el pago”.
El niño replicó:
“Pero, señor, es que a mi papá le robaron todo: el carro, la plata, todo. El va a venir a pagarle”.
La señora Mirla le preguntó al pequeño:
“¿Y cómo fue eso que le pasó a tu papá?
“Es que lo atracaron para quitarle el carro. Tuvo que venirse caminando desde Cuba.
“¿Desde Cuba? ¿No será desde Cúa?.
“Sí, eso, desde Cúa”.
La señora Mirla le preguntó el nombre. Se llamaba Walter. El niño siguió explicando:
“Pasaron varias patrullas de policías y no lo quisieron ayudar. Por eso llegó muy tarde. Mi papá hizo todo lo que los delincuentes le dijeron porque no quería que lo mataran”.
La señora respondió:
“Claro. Nadie quiere que lo maten”.
Entonces el niño, muy tranquilamente, dijo:
“A mi mamá la mataron hace un mes”.
A la señora Mirla se le atragantó el café que estaba tomando. Miró asombrada, al pequeño:
“Sí, hace un mes. Estaba con la abuela y unos atracadores le querían quitar el carro. Ella no quería, entonces le pusieron una pistola en la cabeza. Se fue al cielo”.
Al niño le dieron su cachito y se fue a comer. Al rato se puso a jugar fútbol con unos compañeros de clase.
Más recientemente, en un programa de radio en vivo, a las 8:30 de la mañana, se trataba el tema del secuestro express y constantemente entraban llamadas de radioescuchas. Una de ellas dejó a todos atónitos. Era un señor, bastante excitado:
“Estoy llamando desde Las Acacias. Acabo de ver lo más horrible que he visto en mi vida. A una señora que iba a dejar a su hijo en el colegio la atracaron, la obligaron a bajarse y los delincuentes se llevaron la camioneta con su hijo. La señora está desesperada, tirada en el piso, gritando: “¡Ustedes tienen que hacer algo! ¡Ayúdennos! Esto no puede continuar”.
Todos en el estudio se miraron, consternados. La productora llamó a la policía. Empezaron a llover llamadas a la radio.
En febrero del año 2000, en sus crónicas La delincuencia sin freno, el periodista Wilmer Poleo Zerpa narraba el caso del secuestro express a una madre y su hijo de 7 años. El pequeño se convirtió en negociador y logró manejar con una asertividad impresionante la situación: “Te voy a regalar una bicicleta que me trajo el Niño Jesús y que tengo en la maleta del carro, para que se la regales a tu hijo. Pero, por favor, déjanos por aquí, porque mi mami es muy buena y yo sólo soy un niño”.
Sometieron a la señora y al niño. La despojaron de sus tarjetas de crédito y de débito, le exigieron las claves y la llevaron a un telecajero. La mujer, sin darse cuenta, les suministró los números al revés. Segundos después, el ladrón regresó enardecido, sacó su pistola y la colocó en la boca de su víctima. Le gritó: "Maldita perra, dime la clave. ¿Te vas a dejar matar junto a tu hijo por apenas 100 mil bolívares?"
En ese momento el niño intervino y logró solucionar la situación, pues se sabía los códigos de las tarjetas. Luego de varios intentos, los antisociales lograron sacar 250 mil bolívares de los telecajeros. Además, la despojaron de sus pulseras, un Cristo, un par de lentes, dos teléfonos celulares y de 70 mil bolívares que ella tenía en efectivo. No contentos, le quitaron sus sandalias.
Luego de tres largas horas, los delincuentes se dirigieron hasta el final de la avenida Sanz de la urbanización El Marqués, pero se querían llevar al niño. Nuevamente, le pusieron la pistola en la cabeza a la señora. En ese momento el niño dijo: “Si van a matar a mi mami tendrán que matarme a mí también”.
En febrero pasado, la periodista Florángel Gómez de El Universal, escribía sobre La cotidianidad en cautiverio: Noticia de un secuestro, de Gabriel García Márquez. Es un gran relato sobre diez secuestros perpetrados por el grupo de los extraditables, comandados por Pablo Escobar Gaviria, cuyos desenlaces, la mayoría felices, son narrados desde la angustia de los familiares y las diligencias infructuosas del gobierno, y también desde el terror, la impotencia y la depresión de quienes estuvieron presos durante meses. También nos muestra la cara de los secuestradores, de los que daban las órdenes, y cuya única carta en la manga era la vida de los retenidos, dispuestos a intercambiarlas por beneficios y favores. Y de los carceleros que se convertían también en reclusos y a veces en amigos, maestros y verdugos. Corrían los tiempos del gobierno de César Gaviria, quien ofrecía a los jefes del narcotráfico el beneficio de la no extradición a cambio de su entrega. Se inició un período de negociación, en el que los capos de la droga buscaban un trato más favorable.
Formas del secuestro
Dos de los secuestros de este libro se realizaron interceptando en plena vía a los vehículos donde se movilizaban las víctimas. En dos minutos, seis hombres en dos carros le cerraron el paso al vehículo donde viajaban Maruja Pachón, hermana de Gloria, viuda del periodista Luis Carlos Galán, y esposa del político Alberto Villamizar, y su cuñada Beatriz Villamizar, a escasos doscientos metros de la casa de la primera. Mataron al chofer, quien había ocupado el puesto hacía tres días. A Francisco Santos, jefe de redacción del diario El Tiempo de Bogotá lo secuestraron en medio “del tránsito alborotado del martes”. Pensaba que era un asalto, al igual que Beatriz Villamizar. El chofer Oromansio Ibáñez corrió con la misma suerte que los otros conductores: dos tiros le perforaron el cráneo.
Se supo después que este secuestro fue abortado en varias ocasiones debido al itinerario impreciso del periodista. Marina Montoya, hermana de Germán Montoya, secretario general de la presidencia en el gobierno de Virgilio Barco. Fue secuestrada por tres hombres a las puertas de su restaurante Donde las tías. El secuestro de Diana Turbay, periodista e hija del ex presidente Julio César Turbay, fue algo más elaborado. Los secuestradores montaron una supuesta entrevista con Manuel Pérez, comandante del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Como apasionada periodista y pacifista, no pudo desaprovechar la oportunidad, a pesar de que algunos miembros de su equipo trataron de disuadirla. Emprendió el viaje, al encuentro con el ELN, acompañada por la editora Azuzena Liévano, el redactor Juan Vitta, los camarógrafos Richard Becerra y Orlando Acevedo, y el periodista alemán Hero Buss. La trampa comenzó a descubrirse al llegar a su destino, un municipio de Medellín. Este fue el primer secuestro de la lista, pero tardó varias semanas en conocerse puesto que el falso encuentro con la guerrilla se había hecho en secreto.