Después de que lograron imponer esa ley del miedo, a la guerrilla se le presentó otro escenario ideal: el cobro de vacuna. Hay que reconocer que la vacuna es una realidad y el clima de terror existente en la frontera la facilita. Para los guerrilleros cobrarla es más fácil y menos riesgoso que un secuestro. Para esto sólo es necesario encontrar a una posible víctima y solicitarle una cantidad de dinero. Se plantea una negociación entre la persona seleccionada y esos grupos guerrilleros. Los montos varían de acuerdo al tamaño de cada uno de los productores, empresarios o comerciantes escogidos. Pero al final pagan todos, los pequeños y los grandes. También los bodegueros pagan una, dándole a la guerrilla alimentos por un costo de 30 dólares, un par de botas y hasta unas herramientas de trabajo.
La vacuna es solicitada a los civiles en la frontera. Quien se niegue a cancelar ese “impuesto de guerra”, como lo llaman los guerrilleros, es secuestrado o se llevan a un miembro de su familia. También optan por robarle ganado y pertenencias. Al vacunado le otorgan unos derechos. Se les permite, por ejemplo, trabajar sin acoso o transitar libremente sin ser una posible víctima de un secuestro. Al mismo tiempo, el vacunado puede contar con la protección de los grupos guerrilleros.
Cuando a un ganadero vacunado le roban el ganado o algún bien de su finca, la guerrilla le soluciona el problema. Como en la frontera impera la ley de la guerrilla, ésta resuelve los problemas de toda índole, desde los domésticos hasta las deudas entre vecinos.
Hay productores que han tenido problemas de invasiones de tierras, han acudido a los organismos de seguridad y los tribunales sin encontrar respuestas. En cambio, la guerrilla sí se los soluciona. En invasiones que llevan ya cuatro o cinco años, basta con que el propietario acuda a la guerrilla y estos vengan a entrevistarse con los invasores para que se termine el asunto. Más tiempo le toma a la guerrilla salir de la finca que a los invasores levantar su rancho e irse.