Existen ambientes donde la seguridad parece magia. En ellos, la tranquilidad entra por los poros, la gente se relaja, sonríe y tiende a ser más cortés y cumplidora de las normas. Son espacios ganados para la confianza y en general para el ejercicio de la ciudadanía. Pero ¿Cuál es la magia que encierran?, ¿Cómo se logra esta dinámica en la que todos nos sentimos protegidos?
Las respuestas trascienden lo obvio. Algunas de ellas ni siquiera están en el espacio que percibimos como seguro, más bien se encuentran muy dentro de nuestros cerebros.
Los seres humanos, al igual que la mayoría de los animales, contamos con un centro muy primitivo de procesamiento del riesgo localizado en las glándulas amígdalas cerebrales, muy cercanas a la base del cráneo. Desde allí se disparan todas las reacciones que nos hacen huir de aquello que sentimos peligroso. Para la amígdala de los animales prácticamente todo es una amenaza. Los seres humanos por nuestra parte, no somos tan sensibles pues la capacidad de raciocinio nos ha enseñado que pueden haber grandes recompensas si retamos al peligro. Sin embargo, intuimos lo que nos puede causar daño de forma muy parecida al resto de los animales. Nos atemoriza lo desconocido, la oscuridad, el ruido, el desorden que pueda desorientarnos, la falta de autoridad, la suciedad y la posibilidad de perder la libertad. Para comenzar a construir ambientes seguros, donde la magia está presente deberíamos empezar por hacerle caso a nuestra amígdala.
En segundo lugar, la magia de la seguridad no se presenta por azar, se planifica y se elabora de acuerdo a un mapa de ruta. Está demostrado que el éxito de la seguridad depende de su alineación con el propósito de lo que se quiere cuidar. Es decir, si por ejemplo nos referimos a un campus universitario, la seguridad debe favorecer la tranquilidad, los espacios abiertos, el intercambio de ideas y la confianza entre los miembros de la comunidad. Por tanto, enrejar los espacios, reprimir a disidentes y permitir ruidos molestos, no contribuirá a los fines que la universidad tiene, y por tanto, esa magia protectora de la seguridad no se materializará. Alinear la seguridad al propósito de la organización a la que sirve se define como el Norte Estratégico de la seguridad y es determinante para provocar ambientes seguros. En este mismo sentido, se debe tener presente que la seguridad es multidimensional. Requiere abordarse desde distintos ángulos para lograr su norte. Por lo general son seis elementos o dimensiones que siempre están presentes y operan en un modelo efectivo de seguridad; estos son: la gente, la infraestructura, las políticas (y sus normas), la tecnología, el entorno y el control de la gestión. Esta combinación se le conoce como arquitectura de seguridad y la manera en que se configure es clave para lograr la deseada magia.
Podemos conseguir ejemplos de ambientes “mágicos” de la seguridad en muchas partes. Me voy a limitar a citar uno, que por sus características resulta particularmente interesante. Se trata de Ámsterdam, la principal ciudad Holanda, con alrededor de 750 mil habitantes. En el 2013 fue uno de los veinte destinos turísticos más importantes del mundo con cerca de 7 millones de visitantes (19 mil nuevos turistas por día). En esta ciudad el uso de algunas drogas así como la prostitución son actividades legales y están reguladas por las autoridades. Se estima que en la ciudad trabajan alrededor de 25 mil prostitutas y existen más de 200 sitios donde está permitido el consumo de marihuana y hachís.
La magia siempre se ha relacionado con esa química oculta, que a través de la ilusión nos hace ver fenómenos que retan a las leyes naturales, maravillándonos con sus efectos. La seguridad en definitiva no es magia, aunque cuando funciona entendiendo al individuo desde sus percepciones y se elabora con una estrategia coherente, los resultados no dejarán de sorprendernos.
Fuente: inspirulina.com