Los pecados de la lengua

A veces las palabras no se las lleva el viento. Las frases que difaman e insultan no son fáciles de olvidar, quedan como un eco vibrando en la cabeza de quién las sufre. En tiempos de polarización nos hacemos de lengua fácil. Insultar, degradar y descalificar al otro se hace parte del discurso cotidiano. No me refiero solo a los bandos políticos que pugnan en el país, esto va desde el semáforo de la esquina donde la gente se descose a groserías por comerse o no comerse la luz, hasta el supermercado donde azotamos con la lengua al vecino de carrito por llevar más litros de leche de lo que la escasez permite. Es una especie de estado alterado y sostenido que se manifiesta en palabrotas que no dudamos en pronunciar. Estos pecados de la lengua son, sin duda alguna el más fértil abono para la intolerancia entre los ciudadanos.

Recientemente el papa Francisco advirtió sobre los peligros de la lengua:  El chisme es maltratarse el uno al otro… Como si se quisiera disminuir al  otro… en lugar de crecer yo, hago que el otro sea aplanado”.

La tolerancia es un valor necesario para la convivencia y está a su vez, es condición para la seguridad ciudadana, por tanto, se deduce que sin tolerancia sencillamente no habrá seguridad.

Existe un problema con los pecados de la lengua, y es que nos habitúan a resaltar lo negativo, lo malo y con ello, sepultamos cualquier posibilidad de construir soluciones. Criticar y destruir es mucho más fácil que proponer.

En la seguridad las soluciones se construyen cuando vemos la realidad desde un ángulo positivo. Esta perspectiva no es ingenua, se trata de entendernos desde nuestras fortalezas, estimular aquello en lo que somos realmente buenos.

Podemos conseguir muchos ejemplos de seguridad que se han construido desde las fortalezas de los pueblos. Rocinha la mayor y hasta hace poco más peligrosa favela en Río de Janeiro, ofrece a turistas paseos en moto hasta la cima de la montaña para presenciar los espectaculares atardeceres de la ciudad. Sus habitantes han descubierto que la hospitalidad al turista extranjero produce más y mejores dividendos a mayor número de habitantes, que la violencia entre bandas criminales.

En principio, pareciera absurdo vincular el lenguaje a la calidad de vida de una sociedad. La lengua es un instrumento poderoso y de doble filo; así como edifica y representa el primer nivel de reconocimiento entre los individuos, también destruye y arrasa con los terrenos comunes y las zonas de entendimiento de partes en conflicto. Entender que la paz ciudadana no es una causa para el desarrollo sino al contrario, con actitudes de respeto, comprensión y tolerancia nos transformamos en sociedades con mejores posibilidades para desarrollarnos, es la clave principal del éxito en ciudades y países que hasta hace muy poco estaban subimos en la violencia.

Ante esta realidad, me resulta triste y vergonzoso escuchar desde el poder discursos que son a la vez, dardos enardecidos de odio hacia el adversario y retórica que pretende convencernos que transitamos la senda del progreso. Es incompatible hablar de seguridad cuando se descalifica. No se puede pedir respeto a las normas cuando se diseñan partiendo de la premisa que todos somos unos violadores potenciales de la ley.

La tolerancia y convivencia son los ingredientes primarios de cualquier política pública de seguridad. No son necesarios grandes presupuestos nacionales para equipar a la sociedad con una visión inclusiva y empática, que reconozca al otro por muy diferente que este sea.

El día que los liderazgos comiencen a acercarse en un terreno común de entendimiento y aprendan a controlar las tentaciones de la lengua, veremos entonces verdaderas intenciones para resolver la inseguridad que nos agobia.

Fuente:  Alberto Ray,   inspirulina.com