Se dice el que instrumento de cambio más poderoso para el líder de nuestros días es el lenguaje. El líder que entiende su lugar y su tiempo es capaz de articular con las palabras el futuro que imagina y ponerlo frente a sus seguidores como quién describe un sitio preciado al que todos ansían llegar. Esto se conoce como el poder de una visión de futuro y es el elemento principal para la transformación de una cultura o una sociedad.
En la seguridad, el liderazgo también ocupa un lugar muy importante. De la correcta conducción y toma de decisiones de los líderes de la seguridad dependen que se salven vidas, se preserven patrimonios y se garantice la continuidad de muchos negocios y organizaciones. Sin embargo, en oportunidades nos quedamos cortos en esa necesaria proyección de un mejor futuro.
Marshall Ganz, profesor de gobernabilidad en la Universidad de Harvard; plantea que el desafío para liderar el cambio está en romper la inercia de los hábitos pasivos de la gente, con el fin de lograr su atención. El sentido de urgencia es el disparador que mueve a la gente a actuar porque hay una necesidad que atender. Pero también el sentimiento profundo de la indignación ante las contradicciones e incoherencias que a diario se viven tanto en las sociedades como en las organizaciones. Estas dos posibilidades ayudan a romper la inercia y la apatía del status quo.
Y precisamente de esto se trata. En la seguridad estamos fallando en mover el piso de la gente para sacarla de la inercia pasiva de la vida insegura frente a la cual ya no hay nada que hacer, mas que encerrarnos y esperar que algo o alguien haga que las cosas cambien. Nos resignamos a gerenciar desde la reacción y en ocasiones dejamos que la realidad y el entorno nos cubra con un sinfín de asuntos por resolver, perdiendo la perspectiva de una visión de futuro.
Pero ¿dónde queda nuestro sentido de urgencia y nuestra indignación? Y lo más importante; ¿Dónde está nuestra visión de futuro?
En una reciente encuesta sobre la percepción de riesgos en las principales ciudades de Venezuela, se le preguntó a las empresas sobre cómo imaginaban la situación de seguridad en los próximos 12 meses. El 34% la definían como peor y el 66% como mucho peor. ¿Existe acaso mayor sentido de urgencia o indignación frente a un panorama tan oscuro? Sin duda, que estamos frente a un reto en extremo complicado; construir bienestar, tranquilidad y confianza en medio de la adversidad.
La construcción de una visión de futuro para la seguridad debe partir de lo positivo. Tocar la fibra interna de la gente para motivarla a la transformación y al mismo tiempo, comprometerla para que se sumen a esa mejor realidad que se quiere construir.
La visión de futuro para la seguridad parte de esperar un país en justa convivencia, donde se respire un clima de paz y tranquilidad. Un lugar de encuentro común de ciudadanos que muestren confianza mutua en lugar de esconder las carteras y los celulares. Con empresas que estimulen la formación de una cultura poderosa arraigada en la pertenencia, que apoyen en el desarrollo de individuos conscientes de su entorno y con fuerte énfasis en el respeto de las normas. Familias que sean formadoras de valores asociados a la seguridad como la honestidad, la lealtad y la tolerancia por el otro. Hogares sin maltratos ni maltratados que sean el crisol de hombres y mujeres convencidos que la seguridad es la garantía de su pleno desarrollo.
Cuando me preguntan si esto es posible de lograr mi respuesta es un inmenso sí. El ejemplo está en sociedades desbastadas por guerras, hambrunas y regímenes genocidas que se han levantado de sus propias cenizas porque entendieron que la única manera de lograr un cambio transformador y positivo estaba en reformular una nueva narrativa para su historia, sanando sus heridas pero valorando sus cicatrices.
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