El imperio de la violencia

No es que el negro se haya puesto de moda, pero algunas mujeres salvadoreñas, por miedo, han tenido que renunciar a teñirse el pelo de rubio o rojo. Se ha corrido el rumor de que sólo las chicas de los pandilleros pueden teñirse de rubia o pelirroja y de que quien desobedezca podría pagar las consecuencias.
 
“Además, dicen que tampoco pueden llevarse amarillo y rojo en la ropa”, cuenta Claudia Castellanos, peluquera en un barrio elegante de la capital.
 
Sin embargo, las pandillas publicaron un comunicado negando rotundamente estos rumores. Pero pocas mujeres están dispuestas a correr el riesgo.
 
El Salvador acaba de vivir uno de los peores meses desde el fin de la guerra civil, en 1992, con 635 homicidios registrados en mayo, 20 al día, en un país de poco más de seis millones de habitantes. Y junio, de seguir así, podría ser aún peor.
 
El miedo se ha generalizado. Cae la noche, cierran los comercios y las calles se quedan desiertas. Frente a las comisarías de policía, donde muchos agentes pasan la noche porque se sienten más seguros que tomando un bus hasta sus casas, hay barreras que tratan de impedir ataques con granadas. Veinticuatro policías han sido asesinados por pandilleros en lo que va de año.
 
Los taxistas se cuidan de moverse con los vidrios abajo para que se les pueda reconocer y conocen los cambios de luces que deben dar a los banderas (vigilantes) de las pandillas, que controlan la entrada de muchas colonias.
 
La policía y quienes conocen ese mundo achacan el repunte de la violencia y la inseguridad crecientes a la ruptura de la tregua entre pandillas que el gobierno facilitó desde 2012. Los críticos del diálogo creen en cambio que la tregua abrió espacios que reforzaron a las pandillas, que les permitieron sofisticar su extorsión, entrenarse y dotarse de más y mejores armas.
 
En enero, apenas medio año después de asumir el poder, el gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén rechazó en público cualquier posibilidad de un proceso de paz y dio inicio a una ofensiva contra las pandillas, además de devolver a sus líderes a regímenes de aislamiento desde donde ya no pueden gestionar a sus organizaciones. Ahora, en la calle manda una nueva generación más joven y sanguinaria.
 
“Quitas el liderazgo maduro, con el que te puedes entender políticamente, y tendrás que ver estructuras más jóvenes y fanatizadas que quieren darse a conocer”, explica Raúl Mijango, ex comandante guerrillero que facilitó la tregua. “Quieren guerra”.
 
Y la policía está lista para pelearla. “Las cosas tienen que empeorar antes de empezar a mejorar”, dijo un policía que no acepta ser citado por miedo a represalias. “Si me encuentro con uno, plomazo le voy a dar antes de que me lo dé él a mí”.
 
Carlos Tremiño, un comerciante de 42 años que vive al norte de la capital, acompaña a sus hijos adolescentes cada día a la escuela para protegerlos de los pandilleros. “Estos jodidos los acechan en las salidas y entradas a las escuelas. Les ofrecen todo para que entren a las pandillas y si se niegan los matan”, dice. “Yo voy hacer todo para cuidar a mis hijos”, remata.
 
Howard Cotto, Subdirector General de la Policía y antiguo comandante guerrillero, cree que la de hoy no es una guerra que se pueda ganar militarmente, si no se modifican las condiciones sociales de exclusión que vive gran parte de la juventud del país. 
Fuente:  seguridadenamerica.com.mx