Crimen, imitación y evolución

Durante el desarrollo de una reciente ponencia sobre Crimen Organizado facilitada la pasada semana, un participante manifestó su preocupación por la presunta presencia de bandas centroamericanas en Venezuela. Su inquietud nacía al observar una similitud entre los procedimientos que se han desarrollado en países de esa zona del hemisferio, y los que recientemente se han hecho de dominio público en nuestro país.
Las bandas centroamericanas actualmente desarrollan actividades delictivas y hacen presencia desde estados al sur de Estados Unidos hasta Panamá, con unos 70.000 miembros aproximadamente de los cuales cerca de la mitad se encuentran en Honduras.
Se dedican a una amplia variedad de actividades delictivas, incluso de carácter transnacional, entre las que pueden mencionarse tráfico de drogas, personas y armas, comercio de falsificaciones de todo tipo y lavado de dinero. A esto hay que sumarle las actividades locales como el secuestro, robo, extorsión, entre otros.
Como fenómeno social surgen con fuerza en la década de los 90, aunque ya en los 60 nacen los Mara Dieciocho en la ciudad de Los Ángeles. En general las bandas han demostrado un mínimo interés por las actividades políticas, tienen un marcado sentido de pertenencia y territorialidad, uso de armas de fuego y altos niveles de violencia como mecanismo de dominación sobre sus enemigos, entre ellos los organismos de seguridad de cada país.
En primer lugar hay que considerar que el delincuente venezolano, al igual que la casi totalidad de los que habitan nuestro planeta, ha evolucionado a través del tiempo fruto de los cambios sociales, culturales y económicos que se han ido generando.
Por ejemplo, en los años 70 el delincuente venezolano cuidaba las apariencias en su comunidad y generalmente utilizaba para el crimen un arma blanca. En los años 80 seguía respetando a los funcionarios policiales y aprendía de otros delincuentes experimentados. Ya en los 90 empieza a incrementarse el uso de armas de fuego, dándole igual acabar o no con su víctima. Intenta negociar con la autoridad, se reúne en bandas para delinquir y buscar ser bien visto por sus compañeros.
En el nuevo milenio se acelera la espiral de violencia que aún hoy se desarrolla. El  obtener bienes no es su principal objetivo, lo es ahora detentar el poder. Entre mayor número de asesinatos cometa, mayor es el prestigio del que puede presumir. Los delincuentes que se inician, se dedican a imitar y tratar de superar a los más peligrosos de su sector. Las bandas se consolidan, arman, ocupan espacios y diversifican sus negocios.
Un factor fundamental a considerar es que el delincuente ha tomado conciencia de la importancia de las comunicaciones, y por tanto invierte el tiempo y los recursos necesarios para no estar aislado. Para ello establece desde sistemas vecinales de comunicación con equipos de radio punto a punto, hasta páginas Web y presencia en redes sociales. Esto le permite estar al día de las singularidades de los  delitos que se desarrollan no sólo dentro sino fuera del país, y las dificultades o beneficios que las mismas puedan aportarle.
De allí que se organice para implementar nuevos esquemas de negocios ilícitos adaptándolos a su realidad, modelando aquellos factores que considere convenientes. Sería un fatal error subestimar al delincuente en cuanto a las capacidades que le permiten relacionarse e interactuar con sus pares independientemente de la ubicación geográfica de los mismos.
Las experiencias  indican que la globalización implica un amplio efecto de integración que puede ser utilizado con fines nobles, pero también con objetivos perversos.
De hecho, cuando en un país o sector específico de Latinoamérica nace un nuevo estilo o modalidad delictual, el mismo empieza un proceso de propagación por el continente mutando y adaptándose de acuerdo al nuevo país, a sus protagonistas y su entorno.
Una muestra es el delito del secuestro express, aunque es una práctica frecuente en países europeos como Rusia u otras latitudes como Irak, en nuestra región nace en la década de los 90 en las calles de México y progresivamente se traslada a las urbes de Colombia para posteriormente hacer de Venezuela su más reciente y sólida base de operaciones.
Así como los delincuentes conocen, analizan, adaptan, mutan e implementan modalidades de negocio foráneos, los organismos de seguridad pueden hacer otro tanto.
Se necesita desarrollar instituciones del Estado fuertes, que dispongan de  políticas coherentes con continuidad en el tiempo y apoyo por parte de los actores políticos. Sumarles una sólida capacitación y apoyo técnico actualizados.
El promover, establecer y apoyar convenios de cooperación interagencial e internacional, permitiría conocer las mejores prácticas y realizar las adaptaciones de las mismas a nuestra realidad país.
Existen numerosos casos de éxito en Latinoamérica en lo correspondiente a seguridad ciudadana. Hagamos que Venezuela se sume a la lista.
@alfredoyuncoza