Philip Zimbardo, PhD, es un reconocido psicólogo con más de 50 años de carrera profesional. Es profesor emérito de la Universidad de Stanford y fue presidente de la Asociación Americana de Psicología. Ha publicado más de 50 libros y 400 artículos profesionales.
En el año de 1969 realizó un experimento de psicología social. Seleccionó dos automóviles del mismo modelo, marca y color y los dejó abandonados en las calles. El primero quedó estacionado en una zona reconocida como pobre y conflictiva, el Bronx. El segundo fue ubicado en Palo Alto, una próspera y tranquila zona de California.
En apenas diez minutos, empezó a ser vandalizado el automóvil ubicado en el Bronx, al punto que todo lo aprovechable fue hurtado y los restos destruidos. Mientras tanto, el vehículo en California permanecía intacto.
Parecía que la versión que atribuye a la pobreza el delito se había ratificado. Pero el experimento no había terminado.
Una semana más tarde, al automóvil de Palo Alto, los investigadores le rompieron una ventana. Esa acción fue el detonante para que el auto quedara en el mismo estado de destrucción que el del Bronx.
El comportamiento echaba por tierra el mito de la pobreza y se explicaba como fruto del comportamiento humano y las relaciones sociales. El vidrio roto transmite a la comunidad, un mensaje de ausencia de normas y leyes, un ambiente donde todo se permite. Donde reina el desinterés y el desorden. En la misma medida que el automóvil se iba deteriorando, se ratificaba la idea y aumentaba hasta llegar a niveles de total descontrol.
En el año 1982 los investigadores James Q. Wilson y George Kelling, publicaron su «teoría de las ventanas rotas». La misma se ilustra con el caso de las ventanas rotas de los edificios. Si no son reparadas transmitiendo una impresión de descuido, en muy poco tiempo la gente empezará a romper otras ventanas hasta que ninguna quede en buen estado. Ellos concluyen que en zonas descuidadas, con suciedad y desorden, se incrementan los delitos menores que posteriormente escalan a aquellos de mayor gravedad. Esta teoría fue estudiada y considerada por varios cuerpos policiales de los Estados Unidos, siendo más notoria la actuación de la policía de New York en el Metro de dicha ciudad, el cual era considerado como una de las zonas más peligrosas. Combatieron lo que hasta ese momento se pasaba por alto, las pequeñas infracciones tales como ebriedad, grafitis, suciedad, robos menores, entre otros. En poco tiempo las estaciones del Metro eran zonas seguras y la población incrementó su uso con mayor confianza.
Siendo Rudolph Giuliani alcalde de New York en los años 90, retoma la teoría de las ventanas rotas y la experiencia del Metro e implementa la política de «cero tolerancia». La misma consistía en mantener comunidades limpias, organizadas y a la vez no pasar por alto ningún tipo de transgresiones a la ley ni a las normas de convivencia. Los resultados fueron una importante disminución de los indicadores del delito.
En lo que respecta a nuestra región, es interesante lo que refleja el Reporte de Economía y Desarrollo 2014 de la Corporación Andina de Fomento «Por una América Latina más segura: una nueva perspectiva para prevenir y controlar el delito». Se presentan los resultados de estudios realizados en trece ciudades latinoamericanas y los cuales ratifican la conexión entre la actividad criminal y la desorganización físico-social.
Allí se menciona que el desorden puede señalar poca voluntad/capacidad de los residentes de confrontar el crimen, lo cual el criminal percibe como una circunstancia que favorece su éxito e incentiva el delito.
Por ejemplo, aunque mejorar la iluminación favorece una reducción estadísticamente significativa del 21%, más del 60% de los encuestados en Caracas, La Paz y la región metropolitana de Buenos Aires señalan la presencia de calles mal iluminadas en torno a sus residencias. Por otra parte Buenos Aires, Caracas y Río de Janeiro reportan una alta tasa de edificios o casas invadidos.
En general el ciudadano tiende a minimizar el tránsito por aquellos sectores donde se evidencian terrenos baldíos, mala iluminación, acumulación de basura, aguas negras, vialidad en mal estado, inmuebles descuidados, entre otros. Esto acelera el abandono de las áreas que tienden a ser más solitarias y por ende más peligrosas, quedando solo a un paso de convertirse en «puntos calientes».
Si bien es cierto que los aspectos físicos de la comunidad, por sí solos no van a reducir los niveles de criminalidad, no es menos cierto que tienen una influencia decisiva.
Por tanto, los estados, las comunidades públicas y privadas deben unir esfuerzos, fortalecer los lazos sociales e incorporar los conceptos de espacio a las políticas de prevención del delito.
@alfredoyuncoza