En septiembre del 2011 me encontraba en Orlando, Florida, participando en la 57th Annual Seminar & Exhibits de ASIS International. Durante el recorrido de una impresionante exposición de aproximadamente 700 stands, tuve mi primer contacto con un dron.
Para ese momento el modelo era toda una innovación (hoy sería un ejemplar incipiente), operado por una joven que informaba sobre su autonomía de vuelo, características de la cámara filmadora, posibilidades de carga, accesorios adicionales y otros avances, y cuyo tamaño no excedía los 45 centímetros aproximadamente. Algunos colegas que tuvimos la oportunidad de estar allí comentábamos lo que parecía ser el inicio de una tecnología que agregaría valor como nunca antes al área de la seguridad, pero que en manos erradas tendría usos poco nobles… y no nos equivocamos.
El ámbito civil se ha visto beneficiado al introducir una nueva formar de entregar paquetes y sobres, simplificar la supervisión de amplias extensiones de terreno, acceder sin peligro a instalaciones industriales contaminadas con tóxicos o sencillamente contribuir al cuidado de la naturaleza efectuando mediciones de condiciones ambientales en zonas de difícil acceso.
Por otra parte, es innegable que la evolución del dron está transformando la manera de hacer la guerra. Equipos sofisticados no solo transmiten imágenes a color de alta calidad que pueden ser captadas de día o de noche, sino que permiten efectuar ataques de diversa índole, operados por alguien que se encuentra a buen resguardo a largas distancias.
Organismos de seguridad pública los utilizan como medio de patrullaje en calles y avenidas así como para monitorear a distancia disturbios y protestas.
Pero una vez más, los delincuentes en su proceso continuo de mutación y búsqueda de nuevas alternativas, vio en el dron una oportunidad que no debía perder.
Por ejemplo, en abril del 2015 unos funcionarios de la Patrulla Fronteriza de EEUU, detectaron un dron con 28 libras de heroína que cruzaba la frontera entre México y Estados Unidos cerca de Calexico, en el sur de California. En enero de este año, un nada sofisticado dron con siete libras de metanfetaminas se estrelló en un centro comercial en Tijuana, México.
Pero estos no eran hechos aislados y mucho menos los primeros. Según Scott Wilson «Drones cast a pall a fear» (The Washington Post) en el 2004 Hezbollá habría lanzado un avión no tripulado sobre Israel, el cual fue derribado, pero que dejó una honda huella psicológica en la población y dijo mucho sobre las posibilidades tecnológicas de Hezbollá.
Para la Drug Enforcement Administration (DEA) desde el 2012 se registran más de 150 vuelos por año de drones que llevan cocaína a través de la frontera con México.
Por otra parte entre el 2011 y mediados del 2015 según The Wall Street Journal Américas, se han frustrado seis ataques terroristas con drones en Alemania, Estados Unidos, España y Egipto. Entre estos casos destaca el del 2011, cuando el Federal Bureau of Investigation (FBI) arrestó a un miembro de Al Qaeda que planificaba lanzar contra el Pentágono y el Capitolio, tres aviones miniatura guiados por GPS y cargados con explosivos C4.
Ya en junio del 2012 en la charla TED «A visión of crimes in the future», Marc Goodman destacaba la importancia de los drones como herramientas de apoyo para la seguridad, pero también como un recurso que podría transformarse para ser utilizados por los criminales. Nuevamente en el 2013 en su artículo «A view from the unfriendly skies: How criminals are using drones» advierte sobre el uso de los drones como amenaza. Los presenta como computadores volantes que como tales pueden ser manipuladas por los hackers para el desarrollo de nuevas formas de ciberdelincuencia.
Más recientemente en el año 2013, el venezolano Moisés Naim en su obra «El fin del poder», menciona a los drones como un ejemplo de una tecnología que avanza aceleradamente en su desarrollo a bajos costos, lo que la hace ampliamente accesible. En su obra, Naim registra una observación de Francis Fukuyama, profesor de la Universidad de Standford: «a medida que la tecnología es más barata y más fácil de adquirir, es posible que los drones sean más difíciles de localizar; y sin conocer su procedencia, la capacidad de disuasión se desmorona. Un mundo en el que las personas puedan ser blancos habituales de enemigos invisibles y anónimos no es algo agradable de imaginar».
No se trata de negar las posibilidades de crecimiento de los drones como tecnología, sino de sentar con anticipación las bases legales, morales y sociales que minimicen el impacto negativo que podría tener una la proliferación descontrolada en las manos equivocadas.
Cabe recordar las palabras de Albert Einstein «¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil, nos aporta tan poca felicidad? La respuesta es ésta, simplemente porque aún no hemos aprendido a usarla con tino».
@alfredoyuncoza