Seguridad y complejidad

Una realidad compleja se reconoce porque lo que en ella ocurre está vinculado a múltiples variables que interactúan entre sí. No es suficiente con el conocimiento aislado de las variables, se requiere en adición, saber cómo unas afectan otras, y en definitiva, lo que resulta de todas ellas en un momento dado.  De esta red de acciones entre variables, además de la complejidad, surge al mismo tiempo un grado de incertidumbre, pues resulta prácticamente imposible predecir resultados en medio de este entramado de fuerzas. No cabe la menor duda entonces que la seguridad es un tema complejo.

Tomemos el ejemplo de las variables que actúan en la seguridad de una ciudad. Solo por mencionar las principales: los ciudadanos, el gobierno, la policía, los espacios públicos y sus usos, la situación socioeconómica y oportunidades de empleo, la población en riesgo, las políticas y normas de convivencia, las bandas criminales, la movilidad, la administración de justicia y los recintos penitenciarios, los sistemas tecnológicos y de comunicación que apoyan a las autoridades, la actividad comercial, la vida nocturna, el porte de armas y el tráfico y consumo de drogas. Todas ellas operan en simultáneo y de acuerdo a como se combinen pueden conducir a la realidad en un sentido u otro. En la complejidad, el margen de incertidumbre se traduce en la probabilidad de alcanzar escenarios de caos. Es decir, mientras menos conocimiento, información y control tengamos sobre las variables, mayores las posibilidades de perder el mando de la realidad. En las teorías sobre sistemas complejos cuando se alcanzan escenarios que bordean el caos, los modelos de acción y control dejan de funcionar y solo se depende de las capacidades, experiencia y creatividad de los que toman las decisiones. Estos son los momentos estelares para probar los liderazgos.

En la seguridad como en el resto de los sistemas complejos, se requiere un esfuerzo sostenido para mantener el equilibrio y evitar la precipitación al caos. Sin embargo, en muchas realidades no es suficiente el equilibrio, se necesita ir más allá para mejorar de manera sensible los indicadores. Es el caso de las zonas tomadas por bandas criminales; en ellas la situación está en equilibrio, pues están sometidas a un régimen de terror permanente orientado para que la acción delincuencial se desarrolle con “normalidad”. Pudiéramos llamarlo el equilibrio de la inseguridad. En Latinoamérica sobran los ejemplos: la guerrilla en Colombia, los cárteles en México y hasta la Cota 905 en Caracas.

Cuando en la seguridad, el escenario de equilibrio lo marca la inseguridad solo puede decirse que el esfuerzo de las organizaciones criminales es mayor y más efectivo en el control de las variables de lo que han podido ser las fuerzas institucionales del Estado y sus estructuras formales de planificación y acción.

Mover el equilibrio de la complejidad de un escenario de inseguridad a otro de mayor orden y aliado a los fines del ciudadano no es gratis. Requiere fijar objetivos, definir estrategias y actuar en consecuencia midiendo los resultados. Esta reorientación de los equilibrios en los sistemas complejos depende, en gran medida, de la generación de polos de atracción e incentivos alrededor de valores opuestos y positivos, en contraparte al equilibrio producido por la coacción y el terror de las bandas delictivas.

Los gobiernos que entienden la complejidad de la seguridad en sus realidades, diseñan políticas públicas integrales con estos propósitos. En los últimos 6 años y en parte motivado por la organización de la Copa Mundial de fútbol y ahora las Olimpiadas de Río,  varias ciudades en Brasil han venido acometiendo planes de pacificación y convivencia en favelas conocidas por sus altísimos índices de violencia. Es una política que se inicia por la identificación de amenazas, censos de población vulnerable, niños fuera del sistema escolar e incentivos a microempresas. Asimismo, a través de un trabajo coordinado de inteligencia se abordan los grupos que despliegan la acción criminal en el sector y a través de programas de formación para el trabajo se logran reinsertar en la vida laboral a jóvenes que hasta ese momento no tenían mayores oportunidades de futuro. Obviamente, estas políticas también presentan una cara dura y opresiva que desarrollan la policía y el ejército, y que busca como objetivo reducir el control que tiene el crimen sobre la población. En este sentido, ha habido fuertes cuestionamientos por la violación de derechos humanos, aspecto que no debe descuidarse si lo que se persigue es la reducción de la violencia. Desde el 2012, los indicadores de criminalidad y las tasas de delitos contra las personas y la propiedad han venido disminuyendo lentamente. Rio de Janeiro  pasó de una tasa de 73 homicidios por cada 100 mil habitantes en 2003,  a 24 homicidios por cada 100 mil habitantes en el 2014.

Entender la complejidad es la clave estratégica más importante, si existe una verdadera voluntad política para lograr una sociedad de mayor justicia y convivencia, no hacerlo nos lleva entregar el mando a las variables impredecibles de la realidad.

Fuente: el-nacional.com