Una tarde mientras me encontraba de visita en la oficina de un amigo, se presentó su hijo de aproximadamente 10 años, el cual llegaba del colegio. Por conocerlo desde muy pequeño pude detectar su rostro de preocupación. Al preguntarle si le sucedía algo me comentó: «estoy traumatizado, quiero irme del país». La expresión obedecía a un video que había sido compartido entre sus compañeros de estudio por medio de sus teléfonos celulares, y donde se presentaba el violento asesinato de un funcionario policial en Venezuela, presuntamente a manos de unos jóvenes delincuentes. No fue fácil volver a lograr en el niño cierto nivel de tranquilidad.
Cuando damos un rápido vistazo a la situación del delito en América Latina, podemos evidenciar que las grandes víctimas y victimarios son los niños y jóvenes, y algunas de las situaciones que se presentan a continuación lo ratifican.
Ya para el 2010, la Encuesta Nacional de Victimización del Instituto Nacional de Estadística de Venezuela (INE), reflejaba que aproximadamente el 12% de las víctimas de secuestro tenían entre 0 y 14 años de edad.
Según cifras de la organización venezolana Cecodap, en el 2014 delinquieron en nuestro país 3.209 menores de edad.
Mientras en el 2014 la cifra de jóvenes e infantes asesinados en Venezuela entre otros motivos, por robos y enfrentamientos fue de 912, ya en el primer semestre del 2015 iban por 350 muertes. Si se considera que niños de 8 y 9 años se ven expuestos a la violencia cuando son utilizados como «mulas» para el microtráfico de drogas, esa escalofriante y creciente cifra de decesos no debe extrañarnos que tienda a crecer, en un negocio ilícito que se estima genere anualmente en nuestro hemisferio unos 150 mil millones de dólares americanos.
Algunos de los catalizadores que intervienen de manera definitiva en la incursión de jóvenes en hechos delictivos, es la facilidad para adquirir armas de fuego y drogas. Según una encuesta (2014) de la Asociación Civil Venezuela Segura, el 90% de los encuestados había visto personas vendiendo drogas en la escuela, cerca de la escuela o en su calle, y un 40% había visto personas consumiendo en la escuela o cerca de ella.
Según el primer informe del Observatorio de Delito Organizado en Venezuela (2015), en una encuesta realizada, un 42% de los participantes consideraban que en su localidad era fácil o muy fácil conseguir un arma de fuego y un 61% fácil o muy fácil adquirir marihuana, piedra o cualquier otro tipo de droga.
En el mismo informe, un 61% de las personas opinan que la pérdida de valores es una de las tres principales causas de la inseguridad. Es notorio y preocupante cómo ha ido evolucionando la preferencia de un importante número de niños, hacia lo que quieren ser en un futuro. Los «héroes» en muchos casos, son aquellos delincuentes de su sector a los cuales observan con armas, joyas, vehículos de lujo, drogas y mujeres. Ese es el «modelo de éxito y de poder», que no exige estudios, grandes sacrificios ni trabajo honesto y el cual exhibe sus logros en redes sociales, algo impensable pocos años atrás. De allí que decidirse a incursionar en el delito a temprana edad, puede ser sólo cuestión de tiempo y una oportunidad tentadora. Esta tendencia, la cual no es exclusiva para Venezuela, podría verse reforzada por algunos de los indicadores que para América Latina menciona el informe de la Unicef, «Estado Mundial de la Infancia»: una tasa neta del 6% no logra matricularse en la enseñanza primaria y un 25% es la de inasistencia de quienes se inscriben en la educación secundaria. Según la Encuesta Nacional de Juventud, elaborada en el 2013 por la Universidad Católica Andrés Bello (Venezuela), de una muestra de jóvenes entre 15 y 29 años de edad, el 23% ni estudiaba ni trabajaba.
El niño puede incursionar en lo que algunos integrantes de su grupo familiar llamarían «delitos blandos» como la venta de falsificaciones: cigarrillos, licores, software, entre otros. Luego puede pasar al robo de teléfonos celulares, vehículos o sus repuestos, ser acompañante en actividades de contrabando, hasta que al crecer se atreva a conformar su propia red que incluya el hurto de mercancías y las actividades conexas: sicariato, sobornos y fraudes. La carrera durará poco, ya que el promedio es que muera violentamente alrededor de los 25 años.
Hay opciones, pero las mismas no son válidas de no existir voluntad política de trabajar en conjunto instituciones del Estado, organizaciones no gubernamentales y la empresa privada. Estoy seguro que los ciudadanos de nuestro país, apostamos a sus niños y jóvenes como una rica cantera de talento y espíritu de superación. Para asegurarles su futuro que al final es el nuestro, debemos garantizarles seguridad, oportunidades de estudio, trabajo y de una fructífera ocupación del tiempo libre que enriquezca su formación. La familia debe ser la fuente primaria de sólidos valores y principios morales, frente a los que las tentaciones del delito no tengan oportunidad.
Fuente: areadeproteccion.blogspot.com