La ventana del terrorismo

En julio de 1985, Margaret Thatcher, siendo Primer Ministro de Inglaterra se refirió a la relación entre los medios de comunicación y el terrorismo, afirmando que «Los terroristas deben ser privados del oxígeno de la publicidad del que dependen». Y es que los medios de comunicación en la necesidad permanente de competir por la información, pueden convertirse en vehículos de alta eficiencia para magnificar el pánico que genera la violencia terrorista.

Para el momento de aquellas palabras de Thatcher el terror se hacía presente a pesar de no contar con el internet ni las redes sociales, tampoco con la potencia de CNN que apenas comenzaba a tener alguna relevancia entre las agencias mundiales de noticias. No queda la menor duda que estas tres décadas, en paralelo con el surgimiento de las tecnologías de información, el terrorismo se ha internacionalizado, creciendo en poder y sensacionalismo, haciendo de sus atentados espectáculos globalizados, eventos altamente mediáticos que se propagan viralmente como sangrientos reality shows.

Pero, ¿hasta qué punto la cobertura mediática y de redes sociales estimulan e incrementan significativamente la acción violenta del terrorismo? No es una pregunta fácil de responder, pues el terrorismo existió antes que los medios de comunicación de masa y, por otro lado, la libertad de opinión e información no puede depender los designios de la violencia defendidos por grupos extremistas. Sin embargo, pareciera existir una relación directa entre el cumplimiento de los objetivos del terrorismo cuando se cometen atentados criminales y la difusión que se les da a estos, prácticamente en tiempo real, a través de las redes y los medios. Solo es suficiente recordar a las Torres Gemelas en New York o el concierto en el Bataclán de Paris.

No podemos pretender que vamos a retroceder el tiempo y volver a la censura de los años 50, cuando la Seguridad Nacional en Venezuela eliminaban páginas enteras de la prensa que cuestionaban políticamente al régimen, bajo el argumento de protección y tranquilidad de la población. O el FBI de J. Edgar Hoover en Estados Unidos, so pretexto de la guerra fría que persiguió a activistas de derechos civiles, tildándolos de promotores del terrorismo. No obstante, sigue siendo una responsabilidad insoslayable de los medios de comunicación ajustarse a la veracidad de los hechos y mantenerse dentro de los lineamientos éticos que en todo sistema democrático se establece en el marco del derecho y la ley.

La seguridad y paz ciudadana son en extremo sensibles a la violencia pública, más aun a los actos terroristas. Fui testigo de excepción el pasado mes de noviembre de las acciones de ISIS en París. Pude apreciar de primera mano cómo en cuestión de minutos, una ciudad de 3 millones de habitantes y decenas de miles de turistas se quedaba prácticamente desierta ante los primeros anuncios de las explosiones. En esos momentos hice un seguimiento a los medios y las redes sociales observando la mesura y la prudencia necesarias para manejar la crisis de las primeras horas. En este sentido, no se produjo el amarillismo anhelado por los radicales, más bien, las cadenas televisas, la prensa e inclusive Facebook mostraron el lado más humano y positivo de los parisinos que de la manera más resiliente, fueron progresivamente recuperando el espacio urbano y devolviéndolo a la rutina de apertura y libertad del pueblo francés. En mi opinión, una gran lección para aquellos que esperaban voltear para siempre el espíritu callejero de París.

Pero esta reflexión quisiera traerla un poco más a nuestras fronteras y ubicarla en esta realidad. Que el gobierno utilice los medios a su disposición para atacar y denigrar con bajeza a los adversarios políticos, colocándolos en un paredón virtual y fusilándolos sin el más mínimo derecho a la defensa es también una forma de ejercer y a la vez, publicitar acciones que pudieran considerarse terroristas, pues cumplen con el objetivo de intimidar, disminuir moralmente a las víctimas y al tiempo, anunciarlo en cadena nacional para que sirva de escarmiento público.

Otra forma menos elaborada pero intensamente efectiva es la propagación de información no confirmada o desvirtuada a través de redes sociales y chats telefónicos. Recientemente, un video tomado al momento de un secuestro se propagó viralmente por Whatsapp, llegando a los propios secuestradores, quienes al verse frente a la posibilidad ser descubiertos, pusieron en peligro grave de muerte a la víctima.

La línea de dependencia y realimentación entre acciones criminales e información es gris y muy delgada. El poder de las nuevas tecnologías ofrece ventajas inmensas tanto a víctimas como a amenazas. Quizás lo más significativo de nuestros tiempos sea que ya el control sobre la información no se ejerce exclusivamente desde las cúpulas gubernamentales o corporativas, ahora ese poder lo tenemos todo en las teclas de nuestro teléfono.

@seguritips