Cuando una sociedad deja de sorprenderse frente a la violencia, está en graves problemas. En Venezuela todo indica que estamos alcanzando tal nivel.
Aunque parezca absurdo, para la seguridad es determinante la definición de la normalidad. Su importancia radica en que la normalidad no es un concepto estático, lo ajustamos de acuerdo a las condiciones del entorno. Es parte de la naturaleza social del ser humano en su búsqueda permanente de la supervivencia. Hacer largas filas para adquirir la dieta básica era impensable (y anormal) hace unos pocos años, hoy lo vemos con resignada normalidad. En este sentido, puede ser muy tentador normalizar el hurto en insumos en una oficina porque los precios son inaccesibles o la “desaparición” de piezas en almacenes debido a la escasez generalizada. Recientemente, el gerente de transporte de una gran empresa me contaba que “era normal que se perdieran dos o tres baterías a la semana de la flota de vehículos” obviando la investigación de los incidentes, pues resultaba costoso y a la larga infructífero.
La seguridad, sin embargo, no puede operar con límites móviles de normalidad. La dirección de las organizaciones son las responsables del establecimiento de los parámetros de normalidad, que se suponen en línea con las normas éticas, morales y jurídicas. Fallar en la demarcación clara y taxativa de la normalidad se presta para actitudes laxas al momento de hacer cumplir con las reglas y confundir a la mayoría que respetan el orden establecido.
Lo que resulta en extremo preocupante de nuestra realidad es que aunado al deterioro progresivo y sostenido de las condiciones de vida ciudadana, ha emergido una notoria desensibilización de las personas, como respuesta a la alteración casi subversiva en la escala de valores. Más específicamente, en relación a la violencia, estamos tocando máximos a los que no habíamos estado nunca expuestos. Asesinatos con decapitaciones y desmembramiento de los cuerpos, crueldad extrema con las víctimas y la utilización de armas con gran poder destructivo para cometer crímenes, y esto, sólo por mencionar casos recientes.
Una consecuencia indeseable en la normalización de la violencia es que, al desensibilizarnos, perdemos igualmente capacidades de respuesta ante las atrocidades, dejamos de asombrarnos y al mismo tiempo, dejamos de protestar por lo que no es normal, sometiéndonos aún más y desplazando la normalidad por encima de toda racionalidad.
Una clave que puede ayudarnos para comenzar a enderezar todos estos entuertos es la revisión profunda, clarificadora y reconstructiva de todas las leyes y normas de los últimos tiempos que han atenuado los límites entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo moral y lo inmoral, y hasta de lo constitucional. En este borrado sistemático de los parámetros ciudadanos, hemos quedado huérfanos del Estado de Derecho y a merced de jueces de plastilina que lo doblan todo al dinero o la ideología.
En días pasados me tocó acompañar a unos amigos chilenos de visita en el país, quienes, pasaron tres días impactados por los niveles de inseguridad, escasez e incertidumbre a los que estamos sometidos en Venezuela, pero quizás lo que más les asombró fue nuestra actitud normalizadora frente a tan desdibujada realidad.
@seguritips