En diciembre de 1983 el papa Juan Pablo II sorprendió al mundo al perdonar a Mehmet Ali Agca, un turco quién dos años antes había atentado contra el Santo Padre, dejándolo al borde de la muerte. Con este gesto, el papa hacía buenas las palabras pronunciadas por Juan XXIII, “… sana mucho más la medicina de la misericordia que las armas del rigor”
Sin embargo, como lo señala Darío Martínez Betancourt, exsenador colombiano: “El perdón… debe emanar con convicción y generosidad de las víctimas, y ello no es fácil.”
No me queda la menor duda que una de las claves para iniciar la reconstrucción de la maltrecha institucionalidad de nuestra Venezuela se encuentra en devolver en pleno, la administración de justicia a jueces imparciales, que bajo los principios de proporcionalidad y oportunidad restauren en la medida de lo posible, lo mucho que ya hemos perdido. Pero, ¿cómo pagaremos las vidas de decenas de miles de inocentes que han muerto en esta violencia sin control?, ¿de qué manera repondremos la angustia de quiénes debieron huir perseguidos por el poder? Y ¿con qué fórmula compensaremos el pedazo de vida que nos arrancaron si alguna vez fuimos víctima de un secuestro? Esto, solo por mencionar la superficie de los atropellos y la inmoralidad que nos rodea.
No existe régimen legal alguno que permita medir o compensar la vida, la angustia o la desesperación y, por tanto, las respuestas necesarias sólo las encontraremos en la capacidad que tengamos de perdonar.
El perdón sólo es posible por convicción y hasta pudiera asumirse como una actitud que va en contra de la naturaleza de las personas. Como lo destaca el senador Martínez Betancourt: “Se trata de un proceso largo y tormentoso, en el cual el ser humano, invadido de justificable rencor y odio, se esfuerza por deponer el dolor moral que causa el delito. Ese dolor no se tasa económicamente para cumplir con un mandato legal, se valora por la grandeza espiritual que significa perdonar, sepultando la retaliación.”
En el país nos está llegando la hora de perdonar si honestamente queremos cambiar la realidad. Sin el perdón no habrá espacio para la tolerancia ni la convivencia como condiciones previas a la seguridad. Prepararnos para el perdón es asimilar que la justicia no puede resolverlo todo. No confundamos perdón con impunidad, olvido o amnistía, pues no se trata de liberar de responsabilidad a quienes han causado daños irreparables. Por el contrario, el perdón demanda reconocimiento, arrepentimiento y resarcimiento del victimario.
El perdón en tiempos de severas crisis está llamado a convertirse en una estrategia para la construcción de cultura política. Quien no perdona, excluye. Nuevos proyectos de país deben partir de la integración en una visión compartida y cohesionada de sociedad, y para ello, todos somos importantes.
El reto de gobernabilidad que tenemos por delante es inmenso; es una especie de concertación entre equilibrio, negociación, justicia y perdón.
Los más grandes líderes de la historia han debido, en algún punto de sus vidas, perdonar a sus enemigos, y en la mayoría de los casos, con gran resistencia de sus seguidores. Ya lo decía Indira Gandhi: “el perdón es la virtud de los valientes”.