Si algo tenemos en común todos los seres humanos, es el idioma universal de nuestro cuerpo, en todo el mundo coincidimos en expresar nuestras emociones y sentimientos de manera no verbal con un lenguaje común, aquel que “hablan” nuestra piel y vísceras para reaccionar ante las emociones y los sentimientos.
Bien sea que se trate de un habitante de Shanghái, Sumatra o de la Patagonia, al sentir una emoción sexual o miedo por ejemplo, el cuerpo reacciona espontáneamente de manera física y química; en el primer caso, el corazón se agita y late más rápido porque necesita bombear más sangre y ésta se concentra en los labios y en los genitales, los pulmones tienen que trabajar más rápido para oxigenar esa cantidad de sangre que fluye con mayor intensidad, sentimos maripositas en el estómago porque las vísceras también son protagonistas, la piel se eriza y, en las mujeres, el organismo comienza a segregar feromonas en mayor cantidad.
Comunicación sin palabras
Todas estas manifestaciones, igual que en otras especies animales, son perceptibles externamente, no solo por la vista de la contraparte, sino también por los oídos que pueden escuchar la respiración agitada y los suspiros, la piel que percibe ese torrente de energía que emana del otro, más aún si es la pareja receptiva, el sentido del gusto que además sirve para estimular aún más a la pareja y el olfato que, si lo utilizamos juiciosamente, así sea con los ojos cerrados y los oídos tapados, nos lleva a captar esos mensajes olorosos que traen los aromas de las feromonas que acompañan el sublime momento que vive la mujer en su época de ovulación, que además la hacen sentir más hermosa, más sensible y más receptiva que todos los otros días del mes.
Frente al miedo, que es una emoción indispensable para la conservación de las especies, el cuerpo de los seres humanos reacciona de una manera similar, el corazón se agita, los pulmones trabajan más rápido, la piel se eriza, la sangre se ausenta de la cara y se va para los brazos y las piernas a fin de prepararlas para huir o enfrentar, las glándulas salivares reducen su función, se secan la lengua y la garganta, el organismo produce adrenalina que es estimulante y endorfinas que son sedantes; hormonas, éstas que también tienen un olor desagradable y característico, el “olor del miedo” y que sale al exterior a través de los poros.
Identificar al delincuente
La persona que está mintiendo, aquel deshonesto que se ha infiltrado en la empresa o el delincuente que está en la etapa de preparación o de ejecución de su actividad ilícita, no quiere ser descubierto y ese hecho le pone en un estado de tensión interna negativa que se manifiesta al exterior a través de señales que lo delatan y que ponen en evidencia dicho estado, esas señales se pueden escuchar, oler, ver y percibir con nuestra piel y sensores subcutáneos que detectan las energía que otros emiten, que para el caso del delincuente y el mentiroso, es energía negativa.
Si ejercitamos y nos hacemos conscientes de las habilidades que poseemos, vamos a fascinarnos descubriendo que por ejemplo, la piel no solo detecta temperatura (frío o calor), sino también las vibraciones del sonido y de las energías presentes en los entornos que frecuentamos y en las personas con quienes interactuamos.
Conocer el lenguaje de corporal, es de mucha utilidad para las personas que trabajan en seguridad y gestión de riesgos, en entrevistas laborales, en interrogatorios disciplinarios y judiciales, en docencia, liderazgo y dirección de personal, etc.
Esto le permitirá contar con elementos de juicio para analizar el comportamiento humano y saberse rodear de personas confiables y honestas, a la vez que detectar personas deshonestas y perjudiciales para la organización, además de utilizar de manera más adecuada su lenguaje corporal para sacar el mejor provecho y hacer un mejor uso de éste al combinarlo con el lenguaje verbal en todas las circunstancias de la vida.
Fuente: seguridadenamerica.com.mx