Así como las nuevas amenazas han borrado las fronteras para el delito, la seguridad ha tenido que construir estrategias que respondan a tales retos.
A la luz de estas complejas realidades, una de las iniciativas que más me llaman la atención por lo sencilla y efectiva que resulta es la activación voluntaria del ciudadano en funciones preventivas de seguridad.
La incorporación del vecino organizado en labores de observación y mantenimiento de la paz en sus comunidades no es una novedad.
Hace unos treinta años recuerdo haber visto en una urbanización de una ciudad en California un cartel bastante intimidatorio con un gran ojo que decía neighborhood watch. Son muchos los cambios desde aquellos días hasta ahora, aunque el principio sigue siendo el mismo; poner al ciudadano como actor y custodio del estado de tranquilidad y paz del vecindario.
No se trata de involucrar al vecino en la actividad policial, para lo cual no está preparado ni tiene competencias legales, su función es ser guardián de la tranquilidad y el orden.
Es un garante de la normalidad. El éxito de esta acción ciudadana está precisamente en la definición explícita e informada de la normalidad.
Una comunidad organizada entiende la normalidad como toda condición y estado en el que se desarrollan las actividades cotidianas y rutinarias de sus ciudadanos. Es un poco lo que algunos condominios establecen en una norma o contrato social para la convivencia.
Allí se incluyen horarios, entrada de visitantes, uso de los espacios comunes, ruidos molestos, trabajos y remodelaciones en viviendas, uso no conforme de la vía pública, conductas y buenas costumbres, violencia doméstica y hasta cómo actuar en caso de algunas emergencias.
Eventos o circunstancias que traspasen la línea de la normalidad establecida en la norma supone un incidente, por lo que cualquier miembro de la comunidad tiene derecho a reportarlo o denunciarlo, ya sea directamente al vecino que no cumple las reglas, a otros vecinos e inclusive a las autoridades.
Este contrato de convivencia aprobado por la comunidad, construye un tejido básico de entendimiento para todo residente y debe ser la primera norma que como ciudadano estamos comprometidos a respetar.
He visto casi con admiración en algunas ciudades de nuestros países latinoamericanos, cómo se han creado cuerpos voluntarios de policía vecinal responsables de la custodia de la normalidad ciudadana y portando como única arma un pequeño manual de bolsillo con la norma de convivencia.
Pero no es suficiente con la norma, se requiere además el involucramiento activo de los ciudadanos y el respeto a la autoridad vecinal elegida en consenso por la comunidad.
Es en la tríada Norma – Involucramiento – Respeto, donde se genera la verdadera paz y tranquilidad ciudadana en una fórmula de cohesión social altamente efectiva.
En lo que se conoció como La Conquista del Oeste de Los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XIX, se popularizó la figura del Sheriff o comisario que era elegido por la comunidad y representaba la autoridad respetada del pueblo.
Este personaje, sin más ayuda que uno o dos colaboradores voluntarios, y a miles de kilómetros de distancia de las ciudades civilizadas fue capaz de mantener el orden, la paz y el progreso por décadas en un territorio cercano a la barbarie.
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