Los piratas habían matado al hermano del «Flaco» Marval y a dos primos, y se corría la voz de que tenían en la mira al resto de la familia.
Fue así que el delgado muchacho de 17 años y otros hombres de la familia salieron corriendo a tomar las armas que habían preparado soldando tuberías de la cocina, se fumaron una droga con un olor punzante para cobrar valor y salieron a patrullar las arenosas calles del pueblo. El «Flaco» estaba envalentonado.
«Solo tenemos que acabar con esta banda y podemos volver a la vida normal, a pescar», comentó.
Los piratas han aterrorizado el estado costero de Sucre, que alguna vez tuvo una pujante industria pesquera y la cuarta flota atunera más grande del mundo.
Ese negocio se ha venido abajo, igual que casi todas las industrias en Venezuela. Bandas de pescadores sin trabajo roban a los que todavía se aventuran en el mar abierto. Se llevan sus pescados y sus motores, los atan, los tiran por la borda y a veces les disparan. Este año ha habido asaltos casi a diario y han muerto decenas de pescadores.
«Como pescar ya no es rentable, usan las lanchas para las industrias que quedan: contrabando de gasolina, tráfico de drogas, y piratería», expresó José Antonio García, líder de la central de trabajadores más grande del estado.
La otrora poderosa industria petrolera de Venezuela se ha desmoronado durante el gobierno del presidente Nicolás Maduro. En las zonas rurales occidentales, el ganado muere por falta de alimentos. Los estados orientales, ricos en minerales, ya no producen metales. En la región agrícola, los campesinos hacen cola para comprar los productos que cultivaban antes de quedarse sin fertilizantes. En el cinturón petrolero, las plataformas y las refinerías están paralizadas y este mes se han notado grandes aumentos en las colas para comprar gasolina, en el país con las mayores reservas petrolíferas del mundo.
«Nunca ha habido un país que sufre semejante contracción económica sin pasar por una guerra», expresó el economista venezolano Alejandro Grisanti, ex analista de Barclays Capital.
Aquí, en la costa, se pesca una tercera parte de las 120.000 toneladas de atún que Venezuela produjo en el 2004. En junio Sucre fue el epicentro de una ola de saqueos de supermercados que recorrió el país. Las familias de Punta de Araya sobrevivieron al verano comiendo «caldo de perro», una sopa a base de agua de mar y los peces descartados.
«Esas sardinas pequeñas salvaron nuestras vidas», declaró el trabajador de una biblioteca Efrén Pares.
Desesperados, los venezolanos se roban lo que queda de tiempos mejores: se llevan las redes de las lanchas de pesca, los generadores de electricidad y los motores fuera de borda. El cálido mar Caribe se está convirtiendo en un sitio donde la gente vela exclusivamente por sus propios intereses y todo vale.
Siete miembros de la familia Marval se disponían a volver a su casa una noche de septiembre cuando escucharon disparos.
«No se puede escapar cuando estas detenido en el medio del mar… Empecé a rezar», relata Edecio Marval, de 42 años.
Los bandidos se robaron los peces capturados, y luego mataron a tiros al hijo mayor de Edecio, quien se había pasado la noche contando chistas, y a otros familiares.
Cuando se aprestaban a matar a un sobrino adolescente de Edecio, uno de los piratas le gritó a los demás que no lo hiciesen: «No, es mi amigo», les dijo. Habían pescado juntos el año previo.
El grupo se marchó y los sobrevivientes empezaron a encender luces en medio de la noche. Lloraron mientras los cadáveres de sus seres queridos se enfriaban a su lado.
De vuelta en Punta de Araya, le dijeron a la policía que habían reconocido al líder de la banda: «El Beta», un asesino de 19 años al mando de 40 individuos, que vivía a menos de un kilómetro (media milla).
«El Beta» empezó a llamar al «Flaco» Marval, amenazándolo con acabar con toda su familia.
En un mensaje amenazador, insultó al Marval que había asesinado y dijo que el próximo era el «Flaco».
Los Marval se prepararon para dar batalla. Junto con sus vecinos, dejaron de ir al hospital estatal cercano porque se encuentra en una zona controlada por «El Beta». Sus hijos dejaron de ir a la escuela y comenzaron a patrullar el pueblo de noche.
«Uno no está a salvo si sale de su casa», dijo Tibisay Marval, cuyo hijo fue asesinado.
Uno de los estados más pobres de Venezuela, Sucre ha sido un bastión del movimiento socialista lanzado por el finado presidente Hugo Chávez. Ese apoyo se ha ido desvaneciendo desde que el gobierno nacionalizó la empresa pesquera más grande de la zona, Pescalba, en el 2010, con resultados mayormente desastrosos. Un día reciente, más de la mitad de la flota de la compañía permanecía en los muelles, con agujeros en las cubiertas y los costados producto de la oxidación.
El puerto principal está silencioso, como si los trabajadores se hubiesen declarado en huelga. Algunas empresas privadas emigraron a otros países porque el gobierno les exige que vendan la mitad de lo que capturan en bolívares que no valen casi nada.
«Los pescadores entendemos lo que es trabajar, pero no podemos hacerlo si no tenemos el equipo necesario», se quejó Fernando Patiño, de 57 años.
En octubre unos piratas dejaron a Patiño y a su hermano atados con un cordel en su pequeña embarcación, a kilómetros de la costa. Patiño logró soltarse y después tuvieron que remar por horas para volver a la costa, usando como remos pedazos de madera que sacaron de un costado de la embarcación.
La noche que se prepararon para hacer frente al «Beta», el «Flaco» divisó un soldado empuñando un fusil Kalashnikov debajo de un farol callejero. Pronto, las calles estaban llenas de personas ansiosas por saber si la guardia costera había capturado a los piratas.
«¡Vamos a ver si muere alguien!», gritó un lugareño.
Los residentes vieron que las autoridades subían tres hombres a un camión. Pero empezaron a quejarse de que habían detenido a la gente equivocada. Dijeron que eran pescadores honrados y los soldados los soltaron.
Varias mujeres rodearon a un teniente. ¿Por qué no recuperaron sus motores? ¿Cuándo iban a plantársele al «Beta»?
El teniente pidió paciencia. Más tarde admitió que él también quería ver muerto al «Beta».
Cinco oficiales fueron acusados de llegar a un pueblo cercano y matar a nueve miembros de una familia de pescadores que se cree pertenecían a una banda. Las fuerzas de seguridad del estado mataron asimismo a tres sospechosos de piratería en el mar este año y detuvieron a uno de los hombres del «Beta» en conexión con los asesinatos de los Marval. Pero las autoridades son renuentes a hacer arrestos masivos porque las cárceles están llenas, al punto de que los reos se turnan para dormir en camas de noche.
«Oyes hablar de piratería marítima y piensas en tipos que roban barcos de carga en África. Pero aquí tenemos pescadores pobres que roban a otros pescadores pobres», afirmó el abogado de Sucre Luis Morales. «El delito común está conquistando el mar. Mañana serán las fincas o las montañas».
Poco después de la partida de los soldados de Punta de Araya, las mujeres de la familia Marval empezaron a recibir advertencias de amigos del barrio del «Beta» de que 15 miembros de su banda se preparaban para atacar.
Las mujeres debatieron si llamar a la guardia costera y ser tildadas de soplonas. Justo cuando decidieron avisar, se cortó la luz y también el servicio de teléfonos celulares. Asustadas, las mujeres fueron a alertar al «Flaco» y a los demás.
Los primos salieron corriendo hacia el pequeño depósito de pistolas y rifles caseros que tenían escondido en una casucha de hormigón, con una sábana por puerta.
Riéndose mientras tosían, fumaron marihuana con cocaína en una pipa de vidrio larga que habían inventado usando una tubo de luz fluorescente. Se mentalizaron para la batalla escuchando el mensaje amenazador del «Beta».
«¿Recuerdan cuando dormíamos en la playa con plata (dinero) en el bolsillo?», preguntó uno de los primos. «Esto no se acabará hasta que alguien mate a ese tipo», respondió otro.
De repente, los perros comenzaron a ladrar. Los muchachos salieron a la calle a ver si venían los piratas. Siguieron patrullando por horas, fumando de vez en cuando de la pipa de vidrio.
Con el correr de las horas, los perros dejaron de ladrar y volvió la luz. «El Beta» no se hizo ver.
Las mujeres de la familia Marval permanecieron despiertas hasta el amanecer, jugando al dominó cerca de un altar en homenaje a los tres parientes muertos. Una tía del «Flaco», Petra Marval, dijo que temen por lo que les pueda pasar a los primos, pero que no ven otra salida.
«El ‘Flaco’ puede morir en la calle», expresó. «Pero también puede morir en el mar».
Fuente: bigstory.ap.org